domingo, 7 de octubre de 2012

Frankestein


Los días terrenales
Frankestein Prometeo moderno
Por: Alejandro Aldana Sellschopp.

La perdida de la inocencia de Frankestein frente a la ciencia, donde ésta se convierte en un nuevo dios, que permitiría al ser humano “salvarse”, sin la necesidad de postrarse ante un ser supremo, que no fuese el propio hombre. Víctor cree en la ciencia como en una deidad laica; la modernidad de este Prometeo, estriba en creer que el conocimiento científico se puede usar a voluntad propia, con el objetivo de dominar a la naturaleza para sus propios fines; sin embargo una vez creado el monstruo, Frankestein se arrepiente al momento: “ …que peligrosa es la adquisición de conocimientos, y cuánto más feliz el hombre que cree que su pueblo natal es el mundo, que aquel que ambiciona lograr un poder mayor del que su naturaleza le permite” (Shelley,2011:30), la ciencia se convierte en su enemiga, lo que nos recuerda las criticas al positivismo por su afán de ponderar al método científico sobre otras fuentes del conocimiento.
    Respecto a la perdida de la inocencia del monstruo, rápida fue su desilusión, su primer contacto con los seres humanos fue violento, buscaba cobijo; pero los hombres respondiéronle con gritos, insultos y pedradas; toma conciencia de ser diferente, comprende que es precisamente esa diferencia lo que provoca el rechazo generalizado, “¡Y cómo me aterré cuando me vi reflejado en las cristalinas aguas de un estanque!” (Shelley,2011:88). La película Dioses y monstruos (1998), nos permite ver tres dimensiones del problema, por un lado la existencia del director James Whale, director del Frankestein de 1937, quien fue un homosexual declarado, lo cual le trajo como consecuencia rechazo social, observamos también al otro, un joven jardinero algo torpe y poco informado, visto con otros ojos, un ser “primario” pero atractivo, que provocaba en Whale un acercamiento a ese otro monstruo, aquel que retrató en su film.
    El director sabedor de que vive sus últimos años, también es conciente de que el paraíso está perdido, sin embrago, en el ser de aquel joven jardinero pretende fincar una esperanza. Frankestein representa la idea moderna sobre la omnipotencia de la ciencia, su contraparte la tenemos en su fiel amigo Clerval, que se preocupa por fenómenos menos racionales, con tendencias más señaladas a la intuición, “Clerval jamás compartió mi afición por las ciencias naturales y sus estudios eran muy diferentes de aquellos a los que yo me había consagrado” (Selley,2011:45), no es fortuito que Clerval muera a manos del monstruo. La autora nos revela otra dimensión de la dicotomía bien-mal, bueno-malo, víctima-verdugo. El binomio se perfecciona en la figura de Frankestein y el monstruo, que nos habla del tema del doble, el monstruo es “hijo” del Dr. Frankestein, es el mismísimo Frankestein en otra dimensión de significación, es por ello que se siente tan responsable de las acciones del monstruo. Shelley desarrolla psicológicamente a los dos personajes de manera separada y paulatina, lo cual nos lleva a tomar postura por uno y otro, pero mientras avanzamos en la trama, cambiamos dichas posturas, el papel de la víctima y el verdugo no nos queda claro, concluyendo que ambos son víctima y victimario.
    Frankestein se muestra en su complejidad psicológica, arrepentido de su creación y sus consecuencias fatales, no sólo lo comprendemos, sino que nos compadecemos de su situación; sin embargo, cuando el monstruo se encuentra por primera vez con su creador, nuestra percepción cambia y nos conmovemos con las sentidas palabras del monstruo: “Durante mucho tiempo no pude concebir cómo un hombre era capaz de asesinar a un semejante ni tampoco la razón de las leyes y gobiernos; pero cuando supe algunas cosas más sobre el vicio y el crimen, dejé de asombrarme para no sentir más que venganza y repugnancia” (Shelley,2011:94).
    Al igual que Prometeo los dioses envían a Frankestein su Pandora y su respectiva caja, que deja escapar toda suerte de maldiciones, mueren sus seres más queridos como resultado de su acción científica, se queda sólo; sin embargo, el monstruo sufre el rechazo por ser diferente, perseguido y relegado a una vida solitaria. La película nos hace un planteamiento similar, Whale es también el monstruo, pero también Frankestein, en su parte “monstruosa” se reconoce diferente a los demás, sufrió violencia social, la primera guerra mundial le presentó lo despreciable que puede llegar a ser el ser humano, su perdida de inocencia se presenta desde esa época de su vida, posteriormente el ambiente de la meca del cine, Hollywood tampoco le ofrece un rostro amable, su condición de homosexual lo convierte en el otro, en el monstruo. Por lo tanto concluimos que en la novela y la película los personajes son víctimas y verdugos a la vez.
    La criatura es un personaje complejo, su única raíz es su creador, y este lo aborrece, es por ello que busca recurrentemente al Dr. Frankestein, en las montañas  reclama: “Incluso usted, que me dio la vida, me odia y me rechaza, a mí, a la criatura con la que le atan lazos que sólo la muerte podrá romper” (Shelley,2011:74), en efecto el único lazo con que cuenta el monstruo es Frankestein, y la sentencia se cumple, ya que sólo la muerte pudo romper esas cadenas llenas de desdichas. Mary Shelley recurre a ciertas ideas de la ilustración, Russeau es una de las mentes presentes en la trama como sustento filosófico, por un lado encontramos indirectamente referencias al buen salvaje, representado obviamente en la criatura; pero también se hace presente El contrato social, sobre todo cuando el monstruo se refiere a su sociedad, además existen elementos del Emilio, en cuando al proceso de aprendizaje del monstruo en la cabaña de los campesinos.
    El monstruo es una hoja en blanco, no tiene prejuicios, así se aproxima a la sociedad, no es conciente ni de su fealdad, ni de su condición de extraño, ve a la sociedad como algo positivo: “¡Que fascinante me pareció aquello! Las chozas, los alegres cobertizos, las pequeñas casas más esmeradas y solariegas, despertaron mucho mi admiración” (Shelley,2011:81). Mientras la bestia vive en el cobertizo de los campesinos adquiere los rudimentos del lenguaje; ya no estamos frente a la tabla raza, tiene elementos para aprehender el mundo, se hace conciente de que las virtudes  morales son fundamentales en la relación con los demás, es por ello que trata de agradar a sus vecinos desde la perspectiva del acto moral, los ayuda, se convierte en su espíritu benefactor, comprende que todo acto moralmente positivo trae aparejada una recompensa, en su caso sería la aceptación, por ello se anima a cercárseles, “Me imaginé que, luego del rechazo que seguramente les causaría al principio, terminarían por otorgarme su simpatía y, más tarde su aprecio, conquistados por mi buen comportamiento” (Shelley,2011:90).
    El monstruo de la película comparte muchos elementos con la bestia del libro, nos aproximamos a un ser con la misma naturaleza, si bien James Whale vive en la opulencia, su vida de anciano está cercada por la soledad, la necesidad de ser aceptado, su única posibilidad de escapar de tal situación se la crea él mismo a través del joven jardinero, la bestia de la película precisa del “padre”, en la película el monstruo civilizado, crea su propia salvación. En Frankestein (2011) el conocimiento es el fuego simbólico de la ciencia que permitirá prolongar la vida, incluso contra toda fe religiosa.
    “Todos los seres humanos poseen, por naturaleza, el deseo de saber”, nos dice Aristóteles al principio de su Metafísica, hay una necesidad de entender el mundo, en el Dr. Frankestein esa necesidad es doble, he ahí su ferviente entrega a la ciencia, no se conforma con recibir el conocimiento de sus semejantes, sino que pretende descubrir nuevos conocimientos, todo esto con un fin noble: ayudar a la humanidad. Aquí ubico una paradoja de fondo, si el hombre necesita conocer por naturaleza, entonces la ciencia misma es parte de esa naturaleza, ya que forma parte de los rudimentos para conseguir dicho conocimiento; por tanto, el artificio o la ciencia no es la negación de la naturaleza, es una forma de llegar a la naturaleza. Quizá por ello Oscar Wilde afirmaba que la ciencia era un sustituto de la religión, ya que como esta se encuentra en la propia naturaleza del ser humano.
    El Dr. Frankestein va más allá, pretende convertirse no en un simple seguidor de la nueva religión de la razón, su ambición lo conducen a querer ser el dios de dicha religión, si el hombre fuese capaz de vencer a la muerte, la idea de dios sería inútil. El mismo Wilde dijo que la naturaleza imita al arte, eso era lo que pretendía Víctor, que su creación marcara una pauta, transgrediendo la naturaleza. El monstruo es artificial, no pertenece a la naturaleza, posee su propio espíritu, no es un ser humano, ni tampoco un animal, es el extraño. Lejos quedan las opiniones platónicas respecto a que el arte era una mera imitación de la naturaleza, el arte no reproduce ilusiones, sino que genera realidades.
    Platón creía que el arte podía conducirnos a la confusión; sin embargo, Aristóteles consideraba que el arte bien podía ser un transmisor de la verdad, para él el artista no muestra a la naturaleza como es, sino como podría ser, es lo que pretende Víctor; pero los resultados son funestos. No podemos pensar que lo artificial sea sinónimo de horrendo, malo, perverso, en principio por que nos estamos refiriendo a categorías morales, y por otro lado es bien sabido que gracias a las tecnologías el ser humano ha llegado a resolver muchas de sus necesidades básicas, el problema viene después cuando recurrimos a la tecnología para crearnos necesidades, convirtiéndonos en presa de nuestra propia creación, como efectivamente la sucede al Dr. Frankestein. Finalmente podemos decir que el cine es una herramienta de lo artificial, que mediante el lenguaje cinematográfico nos permite acercarnos a la realidad, crea realidad en sí mismo, y por ende es susceptible de incidir en nuestras consideraciones filosófica sobre la vida, nos ayuda a aprehender dichos conceptos, y por tanto es capaz de transformar nuestras vidas, el cine como arte es capaz de transmitir verdad como decía Aristóteles.         


Referencias

Shelley, Mary (2011). Frankestein. México: Ediciones Leyenda.

Clive Barker. (Productor). Bill Condon (Director). (1998). Dioses y monstruos (Película).

Dubos, René (1996). Los sueños de la razón. México: Fondo de Cultura Económica.

Mitchell, Buss, Helen (2006). Raíces de la sabiduría: México: Thomson.


miércoles, 15 de febrero de 2012


César Aira: Una bestia de la mala escritura

Por: Alejandro Aldana Sellschopp

Hace años leí el nombre de César Aira en un párrafo de la novela de Carlos Fuentes: La Silla del Águila, Fuentes no sin ironía mencionaba que el escritor argentino ganaría, en un futuro no lejano, el premio Nobel de Literatura, sin más comencé a buscar la obra de aquel enigmático narrador, la búsqueda fue tortuosa, parecía que nadie estaba interesado en vender sus novelas, y muchos de mis amigos, grandes lectores algunos de ellos, no lo habían escuchado si quiera mencionar, hasta que una buena tarde Pedro Faro, me dijo que había conseguido una loca y descabellada novela de Aira, se trataba de El Congreso de Literatura, la leí de una sentada, sin saber si dicha lectura me había gustado o no, si me parecía bueno o no, si quería seguir leyéndolo o no, mi estado frente a la lectura era de sorpresa, gusto y rechazo al mismo tiempo. Al pasó de los días volví a leer el libro, y mi confusión era aún mayor, decidí seguir leyendo las novelas de César Aira, así fui leyendo una tras otra las obra de éste extraordinario narrador.

La literatura que concibe Aira es una permanente provocación, jamás permite al lector confiarse, no estamos frente a una narración cómoda, recurrentemente nos golpea con figuras, giros, extraños pasadizos que conducen a dimensiones insospechadas del hilo argumental. Aira dista del tradicional escritor latino americano, rehuye los encuentros de escritores, la entrevistas, publica sin parar, cosa que es un gran pecado para un escritor latino americano, tiene alrededor de cuarenta y cinco libros, casi todos novelas cortas, además de ser profesor de literatura, hacer reseñas, traducir y escribir ensayos, todos sus libros se han publicado en editoriales pequeñas, otro pecado para un escritor latino americano, en México afortunadamente lo publica ERA.

César Aira se revela contra la racionalidad occidental, para él la literatura se convierte en un territorio virgen, donde pueden confluir Borges, Sarmiento, Rimbaude, Raymond Rousel, lo fantástico, lo surreal, etcétera, etcétera, todo con un extraordinario manejo de la narración, gozando siempre de una frescura y naturalidad poco frecuente en nuestras letras, no teme al lugar común, lo aborda hasta transformarlo, recurre a la novela histórica con tal rigurosidad que sorprende en la mezcla de sus elementos, así mismo maneja el lenguaje con una hermosa elegancia y en ocasiones con descarado descuido.

Hace apenas unos meses ante una tabla de carnes y quesos, en la tropical noche de Villahermosa, Tabasco, platiqué con Vicente Gómez Montero, y él, gran lector, me habló maravillas de Canto Castrato, la bella novela de Aira, reconozco que fue un regocijo escuchar al maestro Vicente hablar sobre Aira, con su aguda mirada de narrador me descubrió a un narrador que se preocupaba profundamente por la cultura de la Europa prerrevolucionaria, los personajes moviéndose por un amplio espectro espacial: Nápoles, Viena, San Petersburgo; empresarios, teatreros, músicos, músicos y muchos músicos, no era de extrañarse que Gómez Montero disfrutara de dicha obra, sabemos que él es un gran conocedor de ópera, y Aira se había convertido en un excelente cómplice.

César Aira es un juguete rabioso de la imaginación, inventa como un torrencial imparable, lleva cada uno de sus argumentos hasta sus últimas consecuencias, sin parecer importarle romper con ciertas reglas de la narrativa, en su tejido narrativo encontramos una gran cantidad de lecturas perfectamente decantadas. Aira ha declarado en alguna parte: “Nunca me interesó la sensualidad de la palabra. De hecho, lo que escribo es con el tono más claro, más neutro posible. Trato de que la prosa sea casi transparente”, es así como se escribe esta literatura que en verdad nos desorienta, aún cuando en algunos capítulos, los más, nos atrapa por su naturalidad, por ejemplo en “Cómo me hice monja”, uno no puede dejar de leer y reír, que esa es otra cualidad de Aira, el sentido del humor, un humor incluso ingenuo, pero eficaz.

En una entrevista Aira comento que: “El primer y último mérito de un escritor es ser distinto”, y vaya que lo consigue, su forma de escribir es profundamente personal, único, en la misma entrevista César Aira habla de parte de su proceso creativo, y nos muestra un poco la manera que concibe sus novelas: “Ubiqué la acción de esa novela en Ucrania, pero podía haber sido cualquier otro lugar. No sabía, y sigo sin saber, nada de Ucrania. Pero ahora recuerdo que cuando la estaba escribiendo miré una enciclopedia, y ví que Ucrania produce arrabio. Tampoco sé lo que es el arrabio, pero me gustó la palabra, e hice que los villanos pertenecieran a “la mafia del arrabio”, dicha declaración es genuinamente Airiana, seguro que cualquier escritor en ciernes o lector ingenuo puede creer a pie juntillas lo dicho por Aira, sin embargo, al leer las novelas nos damos cuenta que el autor sabe muy bien de lo que habla. Quizá de los elementos de la narrativa que Aira rompe con mayor elegancia es la verosimilitud, y muchos de sus detractores se centran en ese elemento para criticar sus libros, les es inverosímil creer en un narrador que no respete lo verosímil. El mismo Aira dice: “Ahora bien, con mi utilización del azar (…), y mi gusto innato por el surrealismo, mantener el verosímil es un desafío. Para ponerme a la altura tengo que subir todo el tiempo la apuesta de la invención”, es por ello que sus argumentos van creciendo en elementos fantásticos, estrambóticos, y para algunos poco o nada creíbles.

Los lectores de César Aira deben ser tan raros o más que él mismo, dónde encontrar hordas de hombres y mujeres que no dejen de leer una novela en la que existen cambios sin justificación de la trama, o bien se yuxtaponen historias, los personajes mudan de identidad de un momento a otro, y sus finales parecen acelerados, descuidados, como si no importara cómo debe finalizar una buena novela. Es por ello que a sus libros o los amas o los odias, y quienes lo aman se convierten en coleccionistas, buscadores de sus libros en intrincadas librerías, acostumbrados a escuchar un ¡NO! Rotundo acompañado de una mueca de extrañeza de los libreros frente a la pregunta: “¿Tienen algún libro de César Aira?”, recorren, (recorremos) las más diversas editoriales para conseguir sus breves novelas: Achaval, Anagrama, Beatriz Viterbo, Emecé, Era, Joaquín Moertiz, Mondadori, Simurg, Random House, entre otras.

Aira es un escritor bizarro, un erudito que combina el cómic, la ópera, lo arrabalero, malas películas, los deportes, lo políticamente incorrecto, autores desconocidos para la mayoría de lectores, grandes poetas, historia, ciencia ficción, etc, etc. Es y será siempre, a menos que se ponga de moda, un escritor para pocos lectores.