jueves, 1 de mayo de 2014

Luis Arturo Guichard el héroe de la oratoria



Arturo Guichard el héroe de la oratoria
Por: Alejandro Aldana Sellschopp
Para: Luz y Emiliano.
Hoy cayó en mis manos uno de esos libros que nos invitan a la celebración, se trata del volumen Realidad y márgenes, Poesía 1992-2012, de Luis Arturo Guichard, publicado por El Consejo Estatal para las Culturas y las Artes de Chiapas. Se trata de un tomo bien editado, que de entrada se agradece. Enhorabuena por Marco A. Zuarth, director de publicaciones.
A estas alturas pocas personas, que se interesan en la producción poética de Chiapas, desconocen quién es Luis Arturo, uno de los poetas más importantes de nuestro Estado y por qué no decirlo de México.
Hace muchísimos años conocí a Guichard, así lo llamaban sus profesores y compañeros preparatorianos del COBACH 01, era un muchacho delgado, lo que lo hacía ver muy alto, tez blanca, cabello rubio, casi siempre despeinado. Poseía el don de la conversación, sus puntos de vista casi siempre eran profundos y sobre todo muy bien fundamentados, además de estar constantemente actualizado en una variedad de temas, que uno ni sabía que existían.
Luis Arturo estudiaba en el horario matutino, yo asistía a mis clases en el horario vespertino, por lo que pocas veces coincidíamos, sin embargo, todos sabíamos de él. Era el orador estrella de la preparatoria, su arrojo, desparpajo y humor negro hacía correr tanto a alumnos como a profesores que no estaban a la altura de su “pupilo”. Al paso de tantísimos años, es probable que algunas cosas que creo recordar, simple y sencillamente las invento en este momento, el pasado es una cosa del presente.
Una mañana Rolando Mazariegos me invitó a un concurso de oratoria, por supuesto me estaba llevando a observar a Guichar, en el Aula Magna de la escuela se concentraba un gran número de jovencitos y jovencitas que chuchicheaban y reían, mientras los participantes trataban de dar lo mejor de sí, aquellas voces impostadas se escuchaban a lo lejos, como un zumbido que hacia más insoportable el calor. De pronto, apareció el joven Guichard impecablemente vestido con un traje de tres piezas, ¡en la canícula de Tuxtla!, comenzó gritando desde la puerta de entrada, de inmediato se hizo el silencio, Luis Arturo gritaba, manoteaba, se ponía rojo, sonreía complacido de ver a la multitud de muchachos imantados por su actitud retadora, se paseaba por el lugar con singular presencia.
Al finalizar su discurso la ovación no se hizo esperar, propios y extraños vitoreaban a aquel joven que se imponía sobre los demás. Llegó el momento de las deliberaciones, los jueces nos dejaron atónitos a todos, el ganador fue un estudiante cuyo nombre no recuerdo; pero que al calor de los gritos de protesta, supimos que era discípulo de Luis Arturo, y que éste lo inscribió al concurso para que se fuese fogueando, aquel muchacho ni tardo ni perezoso subió al estrado a recoger su anticuado trofeo, se veía feliz, no podía dar crédito, había derrotado, por lo menos según los jueces, a su maestro.
A Guichard se le otorgó el segundo lugar. Cosa que enardeció aún más al respetable y al propio Luis, que regresó el trofeo e increpó a los jueces, ahora que lo cuento, no sé por que veo la escena en el parque central de Tuxtla, por la noche, y a Luis devolviendo el trofeo al gobernador en turno. Aquella velada fue inolvidable, y Luis refrendo su papel de héroe intelectual.
Al año siguiente por alguna loca razón, que no logró recordar, me inscribí al concurso de oratoria, sin problemas gané la representación del turno vespertino, y por mecanismos del concurso pasamos a representar al COBACH 01, Luis Arturo y yo en el concurso estatal. Aquello era una verdadera estupidez de mi parte, sin embargo preparé mis discursos, estudié día y noche, hasta la mañana de un viernes en que debíamos enfrentarnos. Yo me puse mis mejores ropas, una guayabera blanca, un pantalón de mezclilla y unos tenis impresentables por lo sucios y rotos, el cabello hasta los hombros. Ahí estábamos los inocentes bachilleres muriéndonos de nervios, en el auditorio del CREA, inmediatamente comencé a ponerme muy nervioso, los rasgos de mi autismo comenzaban a ser más evidentes, un muchacho de Tonalá se me acercó y comenzó a contarme su vida, sus problemas familiares y la esperanza de ganar, ¡ganar!, el concurso. En ese momento llegó, debería decir arribó Luis perfectamente vestido con su traje de tres piezas de color hueso, zapatos vino extremadamente boleados, el cabello peinado, y claro, sonriendo, se detuvo, se dignó a vernos a los ojos, nos saludo de mano, y nos preguntó si teníamos bien aprendidos nuestros discursos, cada uno le fue contestando con voz baja, casi en un murmullo, él se acomodó la corbata guinda, y nos soltó: “Pues yo no tuve tiempo de estudiar nada”, en medio de una carcajada, nosotros abrimos los ojos como platos, sabíamos que estábamos muertos.
El concurso comenzó, yo no soportaba los nervios, me comía las uñas de las manos, tragaba saliva, en ese momento llamaron al chico de Tonalá, que me dejo su discurso escrito, el muchacho vestía muy sencillo, humilde, sin esperar a llegar a las gradas para subir al escenario comenzó su perorata, su voz se escuchaba extremadamente aguda, como si de un pito se tratase, la concurrencia comenzó a reírse, el joven parecía no escuchar nada, seguía gritando, desgañitándose en su agudísimo pitido indescifrable, todos reían ahora a carcajadas, otros aplaudían, otros más imitaban la voz de silbato de mi muy reciente amigo, el costeñito se dejó caer de rodillas, hincado le imploraba al cielo quién sabe qué cosas, comenzaron a escapársele algunos gallos, a estas altura el propio jurado lloraba de risa, recuerdo o creo recordar que el escritor Mellanes hijo, era el maestro de ceremonias, de inmediato interrumpió la humillación, pidiendo, con esa voz tan varonil, un “Fuerte y caluroso aplauso al representante de Tonalá”, el efecto fue incendiario, llovieron botes de frutsi, elotes, vasos de plástico y unicel.
La voz aterciopelada de Mellanes presentó a Luis Arturo Guichard, quien entró con gran garbo, se plató como un torero y con sólo ver sus movimientos uno sabía que aquel muchacho pertenecía a otra galaxia. Habló como cinco minutos con gran seguridad, y en verdad no entendíamos sobre que versaba su discurso, su lenguaje estaba a años luz de nosotros. No pude soportarlo más y sin esperar mi turno emprendí la retirada, camine hasta el parque Cinco de Mayo bajo el implacable sol del medio día, sólo podía escuchar una mezcla de la voz del costeñito y la de Guichard mezclándose, su voz se imponía, arremetía contra nuestros balbuceos.
Ahora que leo con gran placer su recuento de poemas, vuelvo a ver aquel Guichard, sobre todo escucho su voz potente, clara, imponiéndose otra vez a nuestro balbuceos.