jueves, 24 de abril de 2008

¿Diccionario o antojología de Christopher Domínguez?



Por: Alejandro Aldana Sellschopp.

El recientemente publicado Diccionario Crítico de la Literatura Mexicana 1955-2005 (FCE, 2007, México,588 p.) de Christopher Domínguez, ha causado un escándalo como hace mucho no veíamos en el medio intelectual de nuestro país. Muchas voces se han sumado para criticar el nuevo libro de Christopher Domínguez, desde: Juan Domingo Argüelles, Marco Antonio Campos, Nicolás Cabral, José Luis Ontiveros, Víctor Manuel Mendiola, Guillermo Samperio, Heriberto Yépez, Silvia Tomasa Rivera, y lo que se acumule en la semana.
En realidad el problema no es menor, la aparición del supuesto diccionario pone de manifiesto la crisis que viven algunas instituciones dedicadas a la cultura en México, como todos sabemos el CONACULTA no termina de explicar cómo ha dilapidado su presupuesto, declarar desierto el premio Aguascalientes sustentando que se debe a la falta de talentos en materia de poesía, no sólo muestra arrogancia sino falta de compromiso con la producción literaria mexicana.
Ahora bien, como todos sabemos el Fondo de Cultura Económica es la editorial más importante en México, es la editorial del Estado, por ello llama la atención que el FCE se atreviera a publicar un “diccionario” que en riguroso sentido no lo es, además lo comercializa en el formato de sus grandes diccionarios, ¿cómo podemos llamar está acción?, ¿estrategia mercadológica? O simple y llanamente: mentira, engaño, falta total de respeto a sus posibles lectores.
Christopher Domínguez ha publicado en el más reciente número de Letras Libres su refutación, el artículo Libertad y responsabilidad comienza con un pequeño texto que pretende situarnos en el meollo del caso, reduciendo el conflicto a meras rencillas, pleitos y chismorreo entre escritores envidiosos y celosos por no aparecer en su distinguida selección, “…aprovechada por un variopinto grupo de escritores para saldar sus cuentas, siempre negativas, con la crítica independiente”, reza dicho encabezado, dejándonos desde el principio serias dudas, quizá la más inmediata: ¿Christopher Domínguez, crítica independiente?
En uno de los párrafos el señor Domínguez apunta: “No me han perdonado ni las erratas ni los epígrafes y se han atrevido a escamotearme lo que uno pensaría que es la primera libertad de un escritor, la de titular a su libro como le dé la gana, que en mi caso fue alfabética”. Es casi imposible creer que Christopher, aquel crítico mordaz, ácido, rotundo, ahora cuando está bajo la lupa precisamente de la crítica, pida esta especie de clemencia soterrada. Ahora mismo recuerdo un texto sobre Leonardo Da Jandra, en el que no sólo es injusto, sino mezquino al referirse a la obra de Da Jandra. Considero que el problema sobre el “diccionario” surge al tener esta visión. Un escritor puede titular como quiera su libro; sin embargo presentar una selección personal de escritores que le han marcado en su vida, ordenados alfabéticamente, no es posible que la denominemos Diccionario, ya que estaríamos faltando en principio a la verdad, pues el libro carece de raíz de la rigurosidad metodológica y teórica para constituirlo como un volumen de consulta, que pretenda ser representativo de una determinada literatura en un periodo señalado.
Si el libro se hubiera publicado como una antología, el alboroto sería menor, por supuesto saldrían las voces discordantes por no haber incluido a X o Y, sabemos de antemano que toda antología es una antojología, por rigurosa que sea, y la discusión sería otra, completamente distinta. Christopher sabe que todo título compromete, no hay nada peor que toparse con un texto cuyo título nos enamoró por las expectativas creadas y terminar cayendo en cuenta que el desarrollo no se corresponde a lo esperado; pero es un timo presentar algo que de antemano sabemos que no lo es. Recopilar los textos que Domínguez había publicado durante algunos años, ordenarlos alfabéticamente y llamar a esto diccionario, es darnos gato por liebre.
Si en una antología el amiguismo es criticable, en un diccionario es inadmisible. Como menciona Víctor Manuel Mendiola: “Si Domínguez dijera “Mi diccionario” o mejor aún —mucho menos fatuo— “Mi selección”, de acuerdo a la fórmula que es la manera honorable, o “Diccionario de autor” como señala a hurtadillas en el prólogo, y si el FCE hubiera publicado esta obra con un título más subjetivo, en concordancia con la índole del texto, y bajo el formato de une de tantos volúmenes de crítica, podríamos aceptarla o ponerle reparos, pero no tendría implicaciones editoriales graves”.
Heriberto Yépez es lapidario, quizá exagerado: “Domínguez, para tener lugar en la República, se hizo crítico-reseñista. Y para volverse crítico-protagonista hizo de su pluma culta pluma al servicio. En el futuro, Domínguez será usado como ejemplo de corrupción intelectual. Su gran talento no merecería ese sino.
Puede que LL encabece durante más tiempo la hegemonía literaria nacional. Pero no la lucidez o equidad. Ni mucho menos la rara belleza de la ética. LL falló. No lo aceptarán jamás. En honor a la tradición que dicen continuar deben hacer una severa revisión. Algunos lo saben en su interior. A veces la corrupción mexicana se disfraza de revista internacional. De no hacerlo forjarán destino como miembros distinguidos del cacicazgo yuppie, sobrino bonito del PRI mental”. Exagerado o no, me parece sano que los jóvenes escritores puedan exponer sus puntos de vista con tal valentía, sin temores, con argumentos, y sin complacencias.
En fin, creo que el problema es ético, Domínguez se creyó más listo de lo que es, el FCE y el autor nos vendieron una mentira. Por supuesto considero que la carta que mandó Guillermo Samperio a Consuelo Sáizar (Directora del FCE) es desproporcionada: “quiero decir que un libro inconstante de estas características nunca aparecería en las altas instituciones editoriales de Inglaterra o Alemania, y si así sucediera es muy posible que el autor fuera ingresado a la cárcel, expulsado del país o, simplemente, tomado por loco, internado a algún nosocomio para enfermos de la mente”. A los mexicanos nadie nos gana en el arte de crear Santos y luego lincharlos.
Entre las muchas críticas que se han realizado al libro está la ausencia de muchos escritores que son parte fundamental de la historia de las letras mexicanas, señalaré sólo algunas: José María Pérez Gay, Guillermo Samperio, Elena Poniatowska (si bien la calidad de su literatura es inconstante, ha escrito por lo menos dos novelas insoslayables), Marco Antonio Campos (increíble omisión, no se puede explicar más que por dolo), Julieta Campos, Ignacio Padilla (en verdad uno no da crédito, insisto no toda su literatura es maravillosa, pero quién puede ignorar Amphitryon), Evodio Escalante, Eraclio Zepeda (uno de los mejores narradores mexicanos), ¡¡Federico Campbell!!, y mientras vayamos leyendo el libro encontraremos muchas más ausencias.
En la ya célebre carta de Samperio señala otra crítica constante: “No es posible que le dedique diez páginas al ingeniero Krauze y dos páginas al inmortal poeta Luis Cernuda; es una ingratitud y ofensa tal exilio”.
Christopher Domínguez se refiere a José Joaquín Blanco, un crítico a quien respeto mucho por su trabajo, en los siguientes términos: “El espíritu de secta fue convirtiéndolo en un personaje marginal, sordo ante casi cualquier sonido que no provenga de las conversaciones o habladurías de su capilla”. Sin dudas Domínguez le habla al espejo.
Si bien el “diccionario” tampoco es crítico, entendiendo la palabra crítica como una metodología rigurosa que mediante instrumentos de análisis bien especificados haga un estudio de los textos referidos, no, el autor no nos dice qué metodología o qué instrumentos esta usando, en realidad son reseñas, algunas muy buenas, inteligentes, apasionadas; pero reseñas al fin. Es algo a lo que nos tiene acostumbrados a sus lectores frecuentes, son textos más contextuales, que hay que decirlo se agradece ya que eso alimenta la visión, pone un poco de sal y pimienta al comentario; sin embargo, en muy pocos se anima al análisis del texto al que hace referencia, no hay categorías de análisis claras, a algunos autores les dedica mayor a tención, a otros simplemente los menciona de pasada, sin mayores datos o referencias, ¿cuál es el criterio? Sus gustos, filias y fobias.
Faltan muchos dramaturgos y en cuanto a poesía en verdad carece de herramientas para analizar los poemas, incluso en poetas que dice admirar o respetar, en el momento de comentar el texto se pierde, no hay elementos técnicos o teóricos que nos permitan apreciar mejor al poeta.
Sin duda considero que opiniones muy variadas escucharemos en días futuros, Christopher Domínguez Michael es uno de los críticos mexicanos más importantes. La arrogancia, el imperativo abarcador de su carácter lo cercó, quiso crear una obra canónica con reseñas y ensayos, algunos excepcionales; pero insuficientes para firmar un Diccionario.






martes, 22 de abril de 2008

Otro fraude musical

por: Alonso Arreola.

No se preocupe el lector. No hablaremos aquí de asuntos políticos relacionados con la nueva visión del gobierno a propósito de combinar el turismo con la cultura para lograr dividendos. Tampoco hablaremos de instituciones que otorgan becas o apoyos para el desarrollo de proyectos repetidos o mal filtrados. Mucho menos intentaremos divagar sobre los vericuetos de la payola o los compadrazgos entre radiodifusoras y la enclenque industria musical. No. De lo que hablaremos es de algo que podrá conmoverlo o de plano le hará cambiar de página con la decepción de un título amarillista que no cumple su cometido. Lo sentimos si ese fuera el caso.
Hoy hablaremos de esa expansiva moda de nuevos instrumentos musicales fabricados en serie que, tal como los pantalones de mezclilla rotos y descoloridos, llegan a las manos de adolescentes pseudo maldosos ya con golpes, ya con raspones, ya con rayaduras y “óxido”, mera apariencia de una larga vida en los escenarios. Incluso hay modelos que imitan a la perfección el dañado cuerpo de guitarras o bajos legendarios como los de Eric Clapton y Jaco Pastorius, armas sentimentales que en manos de estos titanes pasaron mil y una aventuras para lograr su estado bellamente envejecido. Valga un ejemplo.
Foto: cortesía de
www.taringa.net
A principio de los años ochenta, Jaco Pastorius, el más grande bajista de todos los tiempos, solía tocar en el parque Battery de Nueva York, a la orilla sur de Manhatan. Para ese entonces su bipolaridad había alcanzado grados tristemente disfuncionales y sus amigos le daban la vuelta para no pasar malas experiencias a su lado. De ser uno de los músicos más respetados alrededor del mundo, pasó a convertirse casi en un pordiosero, que entre delirio y delirio tocaba por limosnas.
Pues bien, cuenta la leyenda que un día, estando en tal parque, llamó a su colega y posterior biógrafo, el periodista Bill Milkowski, para pedirle un favor. Cuando éste llegó, a regañadientes, Jaco arrastraba su bajo en pésimas condiciones, en un estado febril que minutos más tarde lo llevaría a nadar hasta la Estatua de la Libertad, de ida y vuelta, frente a los ojos atónitos de su amigo, a quien fue encargado el instrumento momentáneamente. Esta y otras anécdotas cuentan la cantidad de veces que Pastorius depositaba su instrumento en la confianza ajena, hasta que un día, finalmente, desapareció para nunca volver a sus dedos.
La tristeza del bajista fue mucha. Puso letreros anunciando su pérdida y ofreciendo recompensas, como lo haría el dueño de una mascota amada, pero nadie respondió. Claro, se trataba del instrumento de un hombre histórico. Y así duró, más allá de la muerte del bajista, perdido durante décadas, hasta que hace muy poco alguien lo recuperó de quién sabe dónde y presumió en internet. Los estudios dicen que es el verdadero.
Pieza venerada, se trata de un bajo golpeado por los años a manos de un ser genial que incubó ángeles por la presión de sus demonios. Pero bueno, hace algunos meses rendimos homenaje a los veinte años de su muerte, cumplidos durante 2007, y no volveremos sobre el tema. Sin embargo, sí mencionaremos a otros músicos cuya pérdida de instrumentos se hizo mítica, casi siempre resultado de las mañas de un ladrón o melómano de sangre fría.
Ahí están el primer bajo Hofner de Paul McCartney, la primera lira de Clapton, una Telecaster de Mike Stern, una Les Paul de Jimmy Page, otras de Eric Johnson, TBone Walker, Mark Knopfler y Buddy Guy, dos 59’s de Jeff Beck y Ed King, una más de Brian Setzer y hasta la de Buddy Holly en los años cincuenta. Incluso hay grupos a los que les han robado todo su equipo de una sola vez, como a Sonic Youth en los noventa. En fin. El caso es que todos esos instrumentos tenían historia real bajo las marcas de la madera y los metales. Por ello resulta ridículo que fabricantes tan serios como Fender (Leo ha de estar revolcándose en su tumba) caigan en la inmoralidad de ofrecer guitarras previamente “desgastadas” para la invención de historias vacuas.
Y la historia no para ahí. Si el tema levanta su curiosidad, podrá usted ingresar a sitios como Youtube.com para ver con sus propios ojos lo que dueños y dependientes de tiendas alrededor del mundo hacen para engañar a su clientela. Ahí atestiguamos las artes del envejecimiento inmediato vía limas, lijas, martillos, desarmadores y líquidos corrosivos, sumergiendo en la confusión el verdadero y preciado mercado de los instrumentos antiguos también conocidos como vintage.
Producto natural de nuestro tiempo, esta farsa se suma a los disfraces que la música pop rock ofrece desde hace algunos años. De pies a cabeza y sin esfuerzos, hoy cualquiera puede parecer un músico pasado por la erosión de la experiencia. Lo bueno es que, detrás de la fachada y sobre el escenario, hay que seguir probando con gracia lo que vive en las moradas del alma. Ahí no hay herida que pueda fabricarse sin sustancia, ni engaño que dure doce compases de un blues.
fuente: La Jornada.

viernes, 18 de abril de 2008

Cabos Sueltos




Por: Alejandro Aldana Sellschopp.

El éxito que pueda tener una novela es algo inesperado, sobre todo partiendo de que el concepto éxito en materia de literatura no necesariamente significa: dinero, premios, reediciones, homenajes, popularidad o fama. Generalmente el novelista busca crear una obra que llene sus expectativas estéticas o por lo menos que se le aproximen, gustar al público de lectores habidos de “novedad” es un punto en el que no repara en absoluto.
Recuerdo a un novelista que lograba en reuniones de café, generar un gran interés por las explicaciones que daba sobre cómo había escrito sus novelas, matizaba sus explicaciones con datos económicos, sociológicos, filosóficos, y cuando estaba inspirado se valía de las matemáticas y el cálculo diferencial.
Uno terminaba admirando no sus novelas, que eran débiles, con personajes planos e historias anodinas, sin embargo las explicaciones de aquel autor podían emocionar a un buen grupo de parroquianos.
En cierta ocasión le propuse que en lugar de escribir novelas, escribiera cómo se estructuraron sus más de veinte libros, el escritor me retiró la palabra hasta el día de hoy. He comprado su última novela, sigue escribiendo mal; pero estoy tentado en ir a buscarlo para solicitarle que me explique cómo escribió su más reciente libro.

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El problema de la crítica literaria en Chiapas, suponiendo que esta existe, es el empeño en confundir el análisis de texto con la corrección de estilo.

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Hace unos meses me contactó un joven escritor con el objetivo de que yo le tallereara un cuento, en principio le contesté que me era imposible ya que tengo mucho trabajo y constantemente estoy viajando. Él no desistió, me argumentó que un amigo mío le había dado el número de mi celular y le había asegurado que aceptaría encantado. Debo decir que en los últimos años prefiero corregir textos de gente en verdad quiere escribir, que está dispuesta a trabajar con mucha disciplina, ya que en el pasado perdí muchísimo tiempo tratando de tallerear con gente que no tenia una verdadera convicción literaria.
Finalmente acepté. En la primera reunión pregunté al joven cuáles eran sus libros preferidos, sus autores de cabecera, en fin una plática para conocer el territorio, los intereses estéticos, y claro romper el hielo.
El muchacho me contestó muy orgulloso que no leía, sólo veía películas, porque no quería contaminarse: “No quiero vivir bajo el yugo de las influencias”.
Por supuesto que abandoné la tarea, me retiré dejándolo bajo el yugo de su ignorancia.

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Conozco a una persona que se ufana constantemente en tener amigos famosos, talentosos y extraordinarios. Uno de ellos escribió una gran novela; pero es un ermitaño no está interesado en publicar, otro es jefe de las oficinas de espionaje del gobierno, sabe todos y cada uno de los movimientos de las personas sospechosas, guarda celosamente archivos súper secretos, fotos, fichas, es un Big Brother al estilo 1984. Uno más es guerrillero con nexos con las FARC y las células bolivarianas, y le reza todas las noches a Hugo Chávez. Otro es un filósofo ( así lo llama!!!!!), cuyas ideas revolucionaran el mundo intelectual de México; sin embargo su indisciplina y desidia no le han permitido desarrollar sus ideas, mientras tanto hoy trabaja en una carpintería.
Siempre que veo a está persona me lo imagino como la portada del Sargento Pimienta, sólo mirando su tumba, rodeado de genios. Cuando lo miro pasar a lo lejos por la calle me hace pensar que lleva su cadáver a cuestas en un ataúd prestado.

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Hace algunos años un amigo me propuso que tradujéramos a T.S. Eliot, Pound, Mallarme, Camus, Gohete, y posteriormente publicáramos nuestras traducciones; por un momento creí que se trataba de una broma. Él habló del problema con las traducciones, que se hacían por personas que no eran poetas y por lo tanto desconocían los más elementales rudimentos de la creación literaria, nada sabían ellos de: ritmo, métrica, tropos, figuras, etc, y por ello estaban condenados a traducir de manera lieteral.
Después de escucharlo por largo, largo tiempo lo interrumpí para decirle que estaba de acuerdo en parte con lo que decía; pero veía algunos inconvenientes para llevar acabo la empresa que me proponía: mi inglés no me alcanzaría para realizar una traducción medianamente mediocre, y él no hablaba nada de inglés, del francés y alemán mejor ni hablar.
Mi amigo pegó un brinco, se puso rojo, comenzaron a sudarle los cachetes, me aulló que: “¡Para eso están los diccionarios!”.
Enfurecido más por sus gritos que por su ridícula propuesta, le dije que en el se conjuntaba un doble problema en cuanto a traducción se refiere: “por un lado ni eres poeta ni traductor”. Me aleje del lugar algo perturbado. Llegue a casa y tomé mi pequeño Larousse y comencé a leerlo como si se tratase de una novela.

Crónica del primer concierto de Bob Dylan en México



por: Pedro Faro.


Al oírle pensé que un alma cogía la antorcha de América
Allen Ginsberg

Después de 17 años de no dar un concierto en México, Bob Dylan pisa tierras mexicanas, considerado por muchos el más grande poeta, músico e intérprete de la segunda mitad del siglo XX, dio su primer recital en Auditorio Nacional en el Distrito Federal el 26 de febrero, al que tuve la fortuna de asistir. La sensación de estar acudiendo a un suceso histórico es inevitable, ante un público exaltado por la magia del representante de la contracultura. Nos encontramos inmiscuidos en el barco a punto de partir, como en toda partida clásica, confluyeron a la cita distintas generaciones tan heterogéneas que el punto de unión es la poesía y la música que ha trascendido las épocas. La convocación fue a las 8:30 p.m., ha esa hora exacta, el Auditorio Nacional ya con sus casi 10 mil personas, para ver a Bob Dylan y su banda.

La fluencia de fanáticos no dejaba de ocupar los últimos resquicios del Auditorio y mientras esperamos Liliana y yo, ya cómodamente sentados en un lugar insuperable frente al escenario, unos segundos después un rostro conocido, en escena el antropólogo Juan Pedro Viqueira a 3 butacas delante de donde estábamos, en cuestión de segundos, las luces del Auditorio se esfuman y un hombre menudo, sencillo, aparecía frente el escenario ante una luz tenue, se coloca su sombrero, se acomoda la guitarra y Rainy day women nos 12 & 35, del disco Blonde on Blonde, grabado en 1966, suena junto el estruendo del público. “Well, they'll stone ya when you're trying / to be so good, / They'll stone ya just a-like they said they would. / They'll stone ya when you're tryin' to go home. / Then they'll stone ya when you're there all alone. / But I would not feel so all alone, / Everybody must get stoned. (Bien, te apedrearán cuando intentes / ser bueno, / te apedrearán tal como dijeron que lo harían, / te apedrearán cuando intentes irte a casa, / te apedrearán cuando allí estés solo, / pero yo me sentiría tan solo, / todo el mundo debería ser apedreado).” Todo un éxtasis infinito, aun el eclipse no sucedía, el firmamento se estremeció, no existía espacio mas habitable que ese instante. A las 8:40 p.m. arrancaba el concierto arriba en lo alto, haciendo estallar a la gran masa que no daba crédito de lo que sucedía.

A la sexta canción fue ineludible, el Auditorio se puso de pie, el público seguía e inventaba los versos de fuego, jamás escritos al grito de ¡Maestro! ¡Dios!. El contoneo exótico de Juan Pedro Viqueira era un parámetro irrefutable y científicamente comprobable que el Auditorio Nacional era un volcán en erupción. Liliana no daba crédito de que las canciones que semanas antes había ensayado las estaba tocando como solo los dioses saben ejecutar, la voz inimitable, los versos rasposos, en frases entre cortadas con un sabor a vino tinto, con composiciones increíbles y distintas a las originales, fantásticas...

Conforme transcurría el concierto que duro exactamente una hora con cincuenta minutos, las guitarras tiraban rayos al público, el bajo se introducía en las venas de cada persona, el bajo pulsaba hirviendo la sangre y la batería convocaba a danzar en la noche nebulosa.

En el minuto 46 la embriaguez era insoportable, varios estallaron de sus asientos, el público flota por los aires, Dylan como buen demiurgo controla la situación, con el equilibrio del malabarista, en cada nota, en cada verso.

No podría faltar una de las canciones más emblemáticas de la historia de la música: Like a Rolling Stone, en ese momento fue el clímax total, quizá a algo parecido a mil orgasmos juntos, quien los haya vivido, sabrá de lo que hablo, todo mundo coreando la rola con un coro sorprendente. “How does it feel / How does it feel / To be on your own / With no direction home/ Like a complete unknown/ Like a rolling stone?. (¿Qué se siente,/ qué se siente, /al estar contigo misma/ al estar sin un hogar/ como una completa desconocida/como un canto rodante?.”. Definitivamente estar frente a una leyenda es indescriptible.
En el escenario Bob Dylan con sus expresiones secas, casi inamovibles, pegado al micrófono y al piano, con la persistencia de hacer arte. Frente a él la jauría enloquecida, la multitud, baila, se agolpa ante el ambiente del caos concéntrico en un punto especifico del espacio. El sonido de la armónica nos lleva a navegar al universo poético, mientras un coro de aves se oculta de la noche bumerang.
Bob Dylan tocó varias canciones de su disco actual Modern Times, que se ha convertido en un clásico, lanzado en agosto de 2006. Album que fue inmediatamente número uno en Estados Unidos y en varios países de Europa. intercalando con otras rolas emblemáticas: It ain´t me babe, Watching the river flow, Masters of war, The leeve’s gonna break entre otras tantas canciones. Casi al final Bob, presenta a su banda que parecían haber salido de un grupo de gánsteres de los 50’, todos vestidos impecables con sombreros negros y de traje gris, Dylan con su traje negro y su sombrero blanco, ante la ovación el concierto se esfumó en la eternidad, instante perpetuo en la memoria de 10 mil asistentes, suceso histórico a principios del siglo del XXI. Bob Dylan el Poeta en México.


Pedro Faro
Febrero 2008
Jovel, Chiapas, México
Comentarios:
persedesasosiego@gmail.com

lunes, 14 de abril de 2008

Pildorita de la felicidad


Por: Rodrigo Solís y Pepe.


El día que el tonto censuró al tonto, o Jala más un par de tetas que una tonelada de inteligencia


"Los Simpson descubrieron para el espectador lo que ya sabía el lector de Tolstoi: que sólo las familias infelices son interesantes."
-Eduardo Huchín


Era el verano del 90 ó 91. Lo recuerdo bien. Todos los martes a las 8:00 p.m., sin excepción, varios niños estrenándonos en la preadolescencia nos reuníamos en mi departamento, el 3B de los condominios Playa Linda para ver (la mayoría) clandestinamente una caricatura llamada Los Simpson, y digo clandestinamente porque a principio de los noventas no hubo programa de noticias ni vieja chismosa que se quedara sin aportar sus dos centavos a la discusión en torno a la nueva serie, ya fuera para alabarla por su atrevimiento e inteligencia o condenarla porque era indecente que una caricatura tocara temas como el adulterio y el alcoholismo (traducción: reflejar la realidad). Quizás por eso el pequeño departamento donde pasaba los veranos siempre estaba lleno; claro está, con el consentimiento de mi mamá que le fascinaba alcahuetearnos a mi hermano y a mí, y a todos nuestros amigos en cualquier acto censurado por la moralidad cristiana e imbecilidad de las masas. He ahí el secreto de la popularidad de mi mamá con todos mis amigos, y la envidia de sus estiradas amigas.
De aquel verano a la fecha la serie de esos personajes amarillos se volvió indispensable en mi vida, por no decir en las vidas de todos los que me rodeaban. Capítulo tras capítulo, año tras año la serie me gustaba cada vez más. Conforme almacenaba años de existencia, personajes que antes me parecían intrascendentes empezaron a convertirse en mis favoritos, y al tiempo que abandonaba la juventud comencé a descubrir, al ver nuevamente capítulos que había visto años atrás, detalles, comportamientos y comentarios de ciertos personajes que cuando era un adolescente pasaron inadvertidos ante mis ojos y oídos. En pocas palabras, puedo decir que crecí, envejecí y forjé mi carácter y sentido del humor tomando como base a Los Simpson. O mejor dicho, crecimos, envejecimos y forjamos nuestro carácter y sentido del humor basándonos en Los Simpson (y perdonarán este arrebato de imposición autoritaria y dictatorial, pero de ahora en adelante escribiré en plural pues no creo estar hablando únicamente a mi nombre).
Los Simpson, a fuerza de años de religiosa e ininterrumpida transmisión en la televisión abierta, se convirtieron en un tesoro nacional de nuestro país, muy a pesar de que aquel tesoro fuera extranjero. Y no puedo menos que llamar al programa un "tesoro" porque nos enriqueció intelectualmente, como nación y como individuos; y "nacional" porque lo adoptamos como propio, como si cada uno de los personajes (sin excepción) hubiese sido creado a la imagen y semejanza de nuestros vecinos, amigos, conocidos y enemigos en la casa, en la escuela, en el trabajo, en la iglesia y en la política. Durante casi dos décadas, Los Simpson han desembrutecido y sembrado una brillante semilla de discernimiento en varias generaciones, que sin notarlo hemos sido educados por el tonto más grande y adorable del mundo, paradójicamente llamado Homero, con sus infinitas historias y peripecias que nos muestran que en este mundo moderno no hay que ser un genio para llegar a lo más alto, más lejos incluso que la Luna, como aquél día en que Homero viajó al espacio gracias a que la NASA, en un intento desesperado por elevar el nivel de teleaudiencia de sus lanzamientos, le contratara para que el hombre promedio (es decir, el mínimo común denominador) pudiera identificarse con un astronauta; o cuando ganó las elecciones para ser el responsable del recogimiento de basura en la ciudad gracias a que en su campaña prometió toda suerte de fantasías incumplibles y a que no tuvo reparo en desprestigiar con una sarta de mentiras a su contrincante; y así, cientos de historias que sería imposible rememorar en tan breve columna. Porque Springfield es nuestra ciudad natal. La fotocopia más perfecta que se ha hecho nunca antes de nuestra ciudad. De Campeche y de Cartagena de Indias y de Caracas y de Buenos Aires y de Sao Paulo y de Sevilla y de Montpellier y de Düsseldorf y de todas las ciudades provincianas y no provincianas del mundo que se hayan detenido a observar a esos personajes amarillos. Porque Springfield y los Simpson y todos sus habitantes somos nosotros, tan similares pese a ser tan diferentes.
Precisamente por eso, la semana pasada las huestes del dictador Hugo Chávez, personaje sospechosa y accidentalmente parecido al Alcalde Diamante (adorable bandido que se ha perpetrado en el poder por casi dos décadas ininterrumpida y "democráticamente" en Springfield) han sacado del aire a Los Simpson de la televisión venezolana, bajo el pretexto de que la familia animada envía mensajes que atentan contra la formación integral de niños, niñas y adolescentes, poniendo en su lugar a la supereducativa serie Guardianes de la Bahía.
Si algo podemos agradecer de este horror es que "alguien" en Venezuela está redoblando esfuerzos para salvarnos a todos nosotros, que somos Springfield, de ser el poblado más imbécil del mundo. Espero que el gobierno de Chávez entregue un premio al que se le haya ocurrido cambiar un programa cargado de referencias a la historia y al arte (literatura, cine, etc.) y con contenido político y social de sobra y reemplazarlo por el show más sexista y estúpido de la historia. Por que si hay algo que va a impedir que los niños y jóvenes lleguen a pensar en un momento dado "oye, a lo mejor el gobierno no es tan bueno como dicen en la tele" es Pamela Anderson rebotando por la playa, vestida con su trajecito de baño rojo bien mojado.


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viernes, 11 de abril de 2008

Bajo la máscara de William Shakespeare CUATRO


Por: Alejandro Aldana Sellschopp.

En el transcurso de estas charlas sobre el Dulce cisne del Avón, como lo bautizara Ben Jonson, nos ha quedado claro que a ciencia cierta se sabe muy poco de Shakespeare el hombre; sin embargo del Mago, del artista conocemos más, ya que contamos con sus obras, o por lo menos eso creíamos.
En la desesperada búsqueda de un rostro, nos topamos con muchos rostros que no necesariamente constituyen las partes de un todo, por el contrario se niegan así mismos, el verdadero rostro de Shakespeare es el no-rostro: la máscara.
Dicha máscara es parecida a la de La Muerte Escarlata, de aquel magistral cuento de Poe, si la levantamos encontramos oscuridad. Siempre pensé que un rasgo importante para darle sustancialidad al Ser William Shakespeare, era innegablemente su obra, ella era tangible, palpable, lo único real en todo este laberinto.
Sin embargo cuando volteamos hacia la obra volvemos a toparnos con una extraña habitación de espejismos. El genio William Shakespeare nace cuando William el hombre común contaba 28 años. Hasta entonces William era uno de tantos dramaturgos, sus obras entusiasmaban al público tanto como cualquier espectáculo; sin duda Marlowe gozaba de la admiración de todos por sus dramas sumamente cuidados. La situación cambiaría para 1590 (me atrevo a usar fechas, aún cuando sabemos lo resbaladizo que esto es tratándose de Shakespeare), William moriría para dejar su lugar al magnánimo Shakespeare, el suceso es simple y complejo a la vez, el autor presentaba su primera tragedia, su primera obra maestra y para muchos ingleses (y críticos en perspectiva histórica) su primer triunfo sobre Marlowe. Estamos hablando ni más ni menos que de Romeo y Julieta.
A partir de esta obra, todo el teatro del Renacimiento inglés se vería ensombrecido, esa tragedia constituía el nacimiento de una nueva historia. Los fantasmas, reflejos nocturnos y pasadizos secretos no dejan de manifestarse con respecto a Romeo y Julieta.
La primera edición data de 1597, se trata de un in-quarto de 39 páginas, con toda seguridad la publicación (acordémonos que no era muy común publicar los dramas), se debió al gran éxito de la obra, esto lo podemos inferir al leer un texto que lo acompaña: “An excellent cinceited Tragedie of Romeo and Juliet. As it hath been (whith great aplause) plaid publiquety, by the right Honourable the L. of Hundsdon his Seruants”. Llama la atención la estrategia mercadológica. La primera duda surge al corroborar que el nombre de William Shakespeare no aparece, únicamente encontramos el nombre del impresor John Danter. ¿Por qué no se tomó en cuenta al autor de la obra? Dos años más tarde se publica otro in-quarto ahora de 46 páginas y nuevamente es ignorado el nombre de Shakespeare, en su lugar encontramos el nombre del impresor Thomas Creede. Diez años después, en 1609, aparece el tercer libro, también sin el nombre del autor, editado por John Smethwick (por lo visto desde aquellos años como ahora los editores se consideran más importantes que los autores). Es hasta la cuarta publicación cuando aparece el nombre de Shakespeare, desgraciadamente no contiene fecha, muy probablemente la inclusión del nombre se debe a la asociación que la gente hacía entre al obra original y el autor.
Todas las publicaciones de la tragedia hasta aquí mencionadas no contemplaban la obra completa, faltaban partes, diálogos, acciones. En 1623 aparece un folio que muestra la obra completa, a decir de los críticos en cada publicación el autor fue mejorando la tragedia, no sólo desde el punto de vista dramático, sino también en el cuidado profundo, impecable del lenguaje, podría decir que ahí, en cada corrección se estaba gestando el idioma ingles.
¿Surgió esta tragedia de manera directa por el genio de Shakespeare?, ¿Cuenta pues con la originalidad que se exige a toda obra maestra? ¿Hasta dónde la creación de una obra fundamental o clásica puede nutrirse de otros trabajos? Las aproximaciones a las respuestas a estas preguntas las abordaré en la siguiente entrega.