viernes, 11 de abril de 2008

Bajo la máscara de William Shakespeare CUATRO


Por: Alejandro Aldana Sellschopp.

En el transcurso de estas charlas sobre el Dulce cisne del Avón, como lo bautizara Ben Jonson, nos ha quedado claro que a ciencia cierta se sabe muy poco de Shakespeare el hombre; sin embargo del Mago, del artista conocemos más, ya que contamos con sus obras, o por lo menos eso creíamos.
En la desesperada búsqueda de un rostro, nos topamos con muchos rostros que no necesariamente constituyen las partes de un todo, por el contrario se niegan así mismos, el verdadero rostro de Shakespeare es el no-rostro: la máscara.
Dicha máscara es parecida a la de La Muerte Escarlata, de aquel magistral cuento de Poe, si la levantamos encontramos oscuridad. Siempre pensé que un rasgo importante para darle sustancialidad al Ser William Shakespeare, era innegablemente su obra, ella era tangible, palpable, lo único real en todo este laberinto.
Sin embargo cuando volteamos hacia la obra volvemos a toparnos con una extraña habitación de espejismos. El genio William Shakespeare nace cuando William el hombre común contaba 28 años. Hasta entonces William era uno de tantos dramaturgos, sus obras entusiasmaban al público tanto como cualquier espectáculo; sin duda Marlowe gozaba de la admiración de todos por sus dramas sumamente cuidados. La situación cambiaría para 1590 (me atrevo a usar fechas, aún cuando sabemos lo resbaladizo que esto es tratándose de Shakespeare), William moriría para dejar su lugar al magnánimo Shakespeare, el suceso es simple y complejo a la vez, el autor presentaba su primera tragedia, su primera obra maestra y para muchos ingleses (y críticos en perspectiva histórica) su primer triunfo sobre Marlowe. Estamos hablando ni más ni menos que de Romeo y Julieta.
A partir de esta obra, todo el teatro del Renacimiento inglés se vería ensombrecido, esa tragedia constituía el nacimiento de una nueva historia. Los fantasmas, reflejos nocturnos y pasadizos secretos no dejan de manifestarse con respecto a Romeo y Julieta.
La primera edición data de 1597, se trata de un in-quarto de 39 páginas, con toda seguridad la publicación (acordémonos que no era muy común publicar los dramas), se debió al gran éxito de la obra, esto lo podemos inferir al leer un texto que lo acompaña: “An excellent cinceited Tragedie of Romeo and Juliet. As it hath been (whith great aplause) plaid publiquety, by the right Honourable the L. of Hundsdon his Seruants”. Llama la atención la estrategia mercadológica. La primera duda surge al corroborar que el nombre de William Shakespeare no aparece, únicamente encontramos el nombre del impresor John Danter. ¿Por qué no se tomó en cuenta al autor de la obra? Dos años más tarde se publica otro in-quarto ahora de 46 páginas y nuevamente es ignorado el nombre de Shakespeare, en su lugar encontramos el nombre del impresor Thomas Creede. Diez años después, en 1609, aparece el tercer libro, también sin el nombre del autor, editado por John Smethwick (por lo visto desde aquellos años como ahora los editores se consideran más importantes que los autores). Es hasta la cuarta publicación cuando aparece el nombre de Shakespeare, desgraciadamente no contiene fecha, muy probablemente la inclusión del nombre se debe a la asociación que la gente hacía entre al obra original y el autor.
Todas las publicaciones de la tragedia hasta aquí mencionadas no contemplaban la obra completa, faltaban partes, diálogos, acciones. En 1623 aparece un folio que muestra la obra completa, a decir de los críticos en cada publicación el autor fue mejorando la tragedia, no sólo desde el punto de vista dramático, sino también en el cuidado profundo, impecable del lenguaje, podría decir que ahí, en cada corrección se estaba gestando el idioma ingles.
¿Surgió esta tragedia de manera directa por el genio de Shakespeare?, ¿Cuenta pues con la originalidad que se exige a toda obra maestra? ¿Hasta dónde la creación de una obra fundamental o clásica puede nutrirse de otros trabajos? Las aproximaciones a las respuestas a estas preguntas las abordaré en la siguiente entrega.

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