lunes, 25 de mayo de 2009

Respuesta a un pequeño burgués



La crítica de Evodio Escalante al libro Tríptico del desierto de Javier Sicilia, publicada en la pasada edición de Laberinto, provoca la réplica de su autor.

Por: Javier Sicilia.


Fuente: Milenio.




2009-05-23•Literatura
Tríptico del desierto, Era/INBA/Instituto Cultural de Aguascalientes, México, 2009, 88 pp." src="http://impreso.milenio.com/media/imagecache/Principal/2009/05/23/mex-laberinto-08.jpg">
Tríptico del desierto, Era/INBA/Instituto Cultural de Aguascalientes, México, 2009, 88 pp.

Querido Evodio:
Cuando apareció tu artículo “Sicilia: la apropiación como recurso poético”, me había prohibido responderte. Las razones son simples: un autor nunca debe responder a un crítico, sobre todo si su argumentación es tan banal que no aporta nada ni a la obra del autor ni a la literatura. Sin embargo, rompiendo mi promesa, lo hago. Las razones son también simples. Primero, no me gusta ningunear, esa otra plaga mexicana que acompaña a la mezquindad y que ha hecho más daño a la cultura que toda la barbarie de los tecnócratas; segundo, tu artículo, en un mundo donde la mezquindad es la temperatura, daña a la poesía, a un premio que, desde que el año pasado se declaró absurdamente desierto, entró en crisis y a un jurado de espléndidos poetas que tu texto, al acusarme de plagio, califica de imbéciles. Así es que te respondo por higiene.
Me acusas de plagio, una acusación grave que compromete no sólo una sanción judicial, sino algo más interesante: la discusión sobre el concepto de autor que tu artículo, empecinado en denunciar, apenas si toca. Pero aceptemos ese concepto histórico que nació con la burguesía y la idea de individuo, y que hoy es un triste hábito de los pequeños burgueses que lavan sus conciencias delante de los noticieros y las telenovelas buscando la maldad del otro. ¿Soy realmente un plagiario? Un verdadero plagio sería, por ejemplo, que yo hubiera tomado los poemas de un oscuro u olvidado poeta y con él hubiera ganado un premio. Con ese acto estaría usurpando algo que a ese poeta, que nadie conoce, le pertenecía. Yo, en cambio, tomé poetas conocidísimos, algunos de ellos premios Nobel, tan conocidos, que tú mismo, Evodio, lo notaste. No se necesita ser un hombre de cultura superior —sino un buen lector de poesía, son los únicos que existen en esta rama de la literatura— para saber que cuando escribo “No sólo el río es un dios, sino la carne […]” o cuando digo “Agosto no es abril, es el verano […]” o bien “Hueco, hueco, hueco” (“Dark, dark, dark”, escribe el poeta norteamericano) o cuando me refiero a lo Abierto, o cuando escribo la paráfrasis de “Fuga de la muerte”, estoy haciendo una referencia clara a Eliot, a Rilke y a Celan. Evidenciarlo con cursivas y notas a pie de página habría sido no sólo redundante, sino suponer, como tú lo haces, que el lector es imbécil y que por lo tanto hay que darle de manera digerida lo que a la Tradición, con mayúscula, le pertenece. Así es que creyendo que sólo tú —un hombre de cultura superior— y el plagiario —un hombre semejante a ti, pero con fines aviesos— conocen lo que nadie conoce, sales a gritarle al mundo que descubriste el hilo negro, que Sicilia se chamaqueó a un jurado de ignorantes (Francisco Hernández, María Baranda y Luis Vicente de Aguinaga) e hizo pasar los poemas de grandes poetas como suyos. Si antes de escribir el artículo te hubieras tomado la molestia de leer el acta del premio, si, como el investigador que te precias ser, hubieras leído el artículo que Luis Vicente de Aguinaga escribió para Crítica (núm. 132, mayo-junio 2009) “Pronto llegará la noche. Tríptico del desierto” (y que puedes consultar en su blog), te habrías dado cuenta de que todos sabían que el hilo es negro, que lo que tú gritas como un descubrimiento genial para exhibir al delincuente, lo habían visto ellos con toda claridad. Sólo que a ellos les interesaba —atendiendo a una noción de autor que no sólo es anterior a las construcciones del liberalismo burgués sino que Eliot y Pound pusieron en crisis— lo que con ese hilo se tejió. Ellos vieron lo que tú viste y más: vieron el diálogo que ahí se teje con la Tradición —en mayúscula—, con la filosofía de Simone Weil, que retoma su sentido de la descreación —y nadie la ha acusado de plagio— del concepto de tsintsum de la tradición hispano hebrea, postulada por el cabalista Isaac Luria y con la tradición del budismo zen; vieron mi diálogo con los teólogos y fenomenólogos de la encarnación, como Iván Illich y Michel Henri; vieron mis relecturas de san Juan de la Cruz —ese güey que se chingó el Cantar de los cantares y para quien no hubo un Evodio que lo desenmascarara a tiempo— y la tradición mística epitalámica, mis referencias a la Biblia, en particular a los profetas y al libro de la Sabiduría; mis diálogos con el más reciente Bob Dylan —otro güey al que hay que cobrarle la factura por su deuda con el blues negro—; vieron cómo eso se tejió para explorar el misterio de Dios en un mundo que en su interpretación técnica lo ha velado. Pero eso a ti, que descubriste el hilo negro, te pasó desapercibido. Me extraña que el hombre formado en el marxismo, que se precia de haber leído a Deleuze y Guatari, en lugar de ponerse a explorar la construcción histórica del concepto de autor a través, no de mí, sino de la Tradición, se dedique a escandalizarse como una señora que repentinamente vio a su amiga que dejó de usar una crema que no estaba en su catálogo de belleza.

Desde que escribí Permanencia en los puertos y a lo largo de toda mi obra ese recurso ha estado presente. Los críticos que se han interesado en ella, han hablado de palimpsesto, de una reescritura sobre otras grafías. Yo mismo, a lo largo del tiempo, he declarado públicamente que pertenezco a una tradición muy antigua y a la vez muy moderna para la que la noción de autor no existe y a través de la cual el poeta, “la voz de la tribu”, decía Mallarmé, dialoga con la Tradición y la reactualiza para otros. Recuerda, sigamos con el descubrimiento del hilo negro, que Homero, al fijar la Iliada, hizo pasar las voces de muchos poetas en ella —eso sí, no conocidos—, que Virgilio dialogaba con él y lo retomaba al escribir la Eneida, que Dante hizo lo mismo no sólo con uno y otro sino con toda la tradición cristiana de Occidente cuando escribió la Comedia, que los poetas del Siglo de Oro estaban imitando a los clásicos, que san Juan de la Cruz tomó frases enteras del Cantar de los cantares y Santa Teresa de las canciones populares de su momento, que Rubén Darío fundó el Modernismo imitando en español los versos de Verlaine, que, después del burguesísimo sentido de autor, Eliot retomó de alguna manera esa tradición y tomó de todos lados para hacer sus dos grandes obras, Tierra baldía y los Cuatro cuartetos —las escasas notas que agregó a Tierra baldía fueron a instancias de su editor; él mismo escribe en Cuatro cuartetos, “In my beginning is my end”, que yo parafraseo en el canto II del “Tercer panel” de Tríptico del desierto así: “En el silencio está el principio” y que Eliot, que nunca lo entrecomilla, tomó de María Estuardo; lo mismo hace en ese mismo libro con una larga estrofa tomada de san Juan de la Cruz—; que Pound, para componer sus Cantos y dialogar e iluminar la Cultura, tomó versos, frases, dichos, que en ningún momento están anotados a pie de página.


Podría seguir, la Tradición es larga, una Tradición para la que el poema, voz de la tribu, es, digámoslo en términos de Luis Vicente de Aguinaga, un dispositivo de actualización de los diferentes pasados literarios. Sin embargo, siguiendo tu criterio pequeño burgués, no sólo habría que tirar a la basura los Cantos de Pound, una buena parte de la mejor obra de Eliot, de Séferis, de Cavafis, de José Emilio Pacheco, etc., sino que yo, desde mi primer libro, debería estar en la cárcel. Pero tú sabes bien que ése no es el problema, el problema —que después de tantos años de conocerme y de conocer mi obra poética formulas hasta hoy— es que el libro que desató tu “erudita” ira ganó un premio y eso, en el país de la mezquindad, de la carrilla, del resentimiento, de la igualación, de la imbecilidad, no se perdona. Es lamentable, no sólo por ti, sino porque a partir de tus pequeñeces un lumpen que nada sabe de mí, que en su vida ha leído una línea mía, no ha dejado de insultarme: una tal Roberta Garza, en el propio Milenio del 19 de mayo, me califica de “deshonesto y corrupto”; otro, en el Círculo de Poetas, me trata de “Rata de sacristía”; enumerar la lista sería cansado. Tu tarea, querido Evodio, lamento tener que ser yo quien te lo recuerde, es iluminar la cultura. Si quieres desacreditar mi obra, intenta hacerlo, pero, para que la tradición poética gane, intenta hacerlo bien: tómala en conjunto, confróntala con esa Cultura, mide su ritmo, trata de ver si lo que digo a través de esa misma Cultura y de mi diálogo con otros poetas que retomo, ilumina nuestra época, historiza el concepto de autor, pero, por Dios, no incurras en la banalidad de acusarme de plagio y de desacreditar a un jurado respetabilísimo calificándolo de ignorante e imbécil. Los pequeños escándalos de la pequeña burguesía son el alimento del lumpen. Hace tiempo, enfrentado con un crítico semejante a ti le decía que habría que tomar en su sentido literal las palabras de Jesús de no tirar margaritas a los cerdos.


Entonces creía que
ellos estaban en los partidos políticos, en las mafias, en los resentidos y en las periferias de la Cultura. Después de leerte, ya no creo lo mismo: los cerdos han colonizado ese territorio y se hacen pasar por descubridores del hilo negro y maestros de literatura. Cuando esto sucede, quizá sea tiempo de callar. Alguna vez Hölderlin
se preguntaba en un poema —te lo cito entrecomillado para no herir tu susceptibilidad—: “¿Para qué sirven los poetas en tiempos de miseria?” Después de leerte habría que concluir que ya no sirven para nada, que la poesía deberá callar para dejar paso
a los egos, a las autopoiesis y a la banalidad de una época que perdió el sentido y sólo tiene sitio para quienes pretenden ser más plenos que los otros rebajándolos y acusándolos de lo que nunca han sido. En un mundo técnico, donde la disolución de todas las formas tradicionales del sujeto —las del cuerpo social, las de las costumbres, las de la familia, las de la ciudad, las de la Tradición y la memoria— dejan al individuo desamparado y desnudo, sólo hay sitio para ese género de seres a quienes Sartre llamó, quizá haciéndose eco del Evangelio, “los cerdos” y que, para desgracia de la poesía en México y de la Tradición, has aprendido a representar bien.

Sicilia y la aproximación como recurso



Merecedor del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2009, Tríptico del desierto es un libro en el que las citas textuales “son borradas en su calidad de citas” porque nada indica las fuentes y autores de que proceden.

Por: Evodio Escalante.


Fuente: Milenio.

2009-05-16•Literatura

Desde que el escritor John Barth hizo circular la expresión “literatura del agotamiento” nos hemos resignado a considerar que no hay nada nuevo bajo el sol, que nos ha sido vedado el privilegio de inventar nuevas metáforas, y que, en dado caso, el oficio del escritor consiste en aderezar de nuevas maneras lo que ya ha sido asimilado por la tradición. La famosa frase de Alfonso Reyes, que indica que “todo lo sabemos entre todos”, es fácil adaptarla a esta reciente condición posmoderna diciendo que “todo lo escribimos entre todos”. Esta divertida consigna, que invita a la ligereza, no impide sin embargo que los miles de libros que cada año se publican tengan todos o casi todos un autor específico, ni impide que sigamos creyendo que Dante, Rilke, Eliot o Celan son algunos de los nombres que señalan una zona de excelencia en la creación literaria. Decir “zona” no es decir “coto cerrado”: nos apropiamos más o menos impunemente de los poemas de estos autores al leerlos, al descifrarlos, al interpretarlos; con ello los incorporamos de algún modo a nuestro patrimonio, si no vital, al menos cultural. No somos los mismos, o creemos que no somos los mismos, después de leer La divina comedia de Dante o las Elegías de Duino de Rilke. Tan poderosa es la lección de poesía que de ellos se desprende que erraríamos el tiro si tratáramos de ignorarlos. ¿Pero qué sucede cuando un escritor mexicano de nuestros días, sin mencionarlos, sin anotar sus versos en cursivas o ponerlos entre comillas, y sin acompañar la cita de una pertinente nota al pie de página, indicando la fuente, se apropia de pasajes enteros de lo que han escrito y publicado estos poetas más que eminentes?
Esta pregunta me surge ante la lectura del reciente libro de Javier Sicilia, Tríptico del desierto (México, Conaculta-Ediciones Era, 2009), que mereció por cierto el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes de este mismo año. ¿Se vale, me pregunto, tomar entero un poema de Paul Celan, modificarlo un poco acá y acullá, agregar por ejemplo “masticamos” donde ya el poema de Celan anotaba “bebimos”, y hacer de este texto el eje de toda una composición? ¿Es legítimo intercalar frases y versos completos de Eliot, de Rilke, de la Biblia, sin acompañar estos “préstamos” de algún recurso tipográfico que indique o sugiera al menos que no han brotado de la “inspiración” del autor cuyo libro tenemos entre las manos?

Abono mi desconcierto señalando los pasajes de Tríptico en el desierto en los que me ha sido posible detectar este tipo de apropiaciones, y sin ignorar que puede haber muchas más. Son sólo ilustraciones de algo que merecería meditarse, pues el asunto de la paráfrasis también incluye el tono general del poema, ciertas disposiciones estróficas y los asuntos abordados. Por ejemplo, donde el Eliot de El poema de amor de J. Alfred Prufrock habla de: “La neblina amarilla que frota su lomo contra el vidrio”, Sicilia repone: “A la hora del alba, / Cuando la amarillenta niebla lame las ventanas.” Donde el Eliot de La tierra baldía escribe: “Sólo / Hay sombra bajo esta roca roja. / (Ponte a la sombra de esta roca roja), / Voy a enseñarte algo diferente”, Sicilia repite y modifica: “Ponte a la sombra de esta roca roja, / como en la antigua cueva, pero de cara al fuego, / voy a enseñarte no lo diferente, / sino lo que es y ha sido una estría del tiempo.” Donde Eliot pregunta, famosamente: “¿Quién es ese tercero que va siempre a tu lado? (…) Deslizándose en su capa parda con capucha”, Sicilia anota en lenguaje llano y mimético: “a un tercero que iba a nuestro lado, / deslizándose siempre con su capa parda.” Donde el Eliot de los Cuatro cuartetos sentencia: “Y eso que no sabes es lo único que sabes / Y eso de lo que eres dueño es lo que no te pertenece / Y donde estás es donde no estás”; Sicilia condensa y aprovecha para agregar una nota reconfortante: “y eso que no eres es lo único que eres / y ahí donde no eres es posible la vida.” (?) Donde el Eliot de los Cuatro cuartetos indica: “Y el camino que sube es el camino que baja”, Sicilia replica con una inversión: “el camino que baja es el mismo que sube.” La nota erudita tendría que indicar que estos versos se remontan a Heráclito, tal y como lo reconoce de antemano Eliot en un epígrafe de su libro, que a la letra dice: “El camino hacia abajo y el camino hacia arriba es uno y el mismo.” (Diels: Die Fragmente der Vorsocratiker —Heráclito.)

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Tríptico del desierto. Era/INBA/Instituto Cultural de Aguascalientes, México, 2009,88 pp.
Donde el Eliot más filosófico advierte “En mi principio está mi fin”, tema con el que juega durante una sección de los Cuatro cuartetos, al grado de escribir con buen aplomo metafísico: “El fin y el comienzo siempre estuvieron allí, / Antes del comienzo y después del fin”, Sicilia elabora una llana paráfrasis: “En el silencio está el principio / y en la palabra el fin y viceversa.” Donde este mismo Eliot anota: “Cuando el pasado es pura ilusión / Y el futuro no tiene porvenir, antes del cuarto de la madrugada, / Cuando el tiempo se pára y nunca acaba”, Sicilia precisa: “No estábamos ahora / —porque el pasado fue, el futuro no está / y el presente se pierde como se escurre el agua en nuestros dedos.” Agrego que el poema “Dolor” de Sicilia es todo él una nueva puesta en escena de la sección titulada “Una partida de ajedrez” de La tierra baldía, como lo puede comprobar quien compare los versos.
El Rilke de las Elegías de Duino también proporciona muchas líneas de concordancia. En la primera elegía encontramos estas líneas: “…los animales, sagaces, se dan cuenta ya / de que no nos encontramos muy seguros, no nos sentimos en casa / en el mundo interpretado.” Sicilia se prenda de la expresión mundo interpretado y la reitera al menos en seis ocasiones en diversos pasajes de su libro. Recurro, para resumir, a un ejemplo: “Hacia ellos, los muertos, que guardan la memoria / y saben que no estamos contentos en el mundo interpretado.”
Donde el Rilke de la octava elegía declara: “Con todos los ojos ve la criatura / lo Abierto. Sólo nuestros ojos están vueltos del revés, y puestos del todo en torno a ella, / cual trampas en torno a su libre salida”; Sicilia modifica: “Los amantes contemplan en el otro lo Abierto / —no la noche aparente que miramos nosotros con ojos invertidos / temerosos de entrar en sus abismos.” (¡Qué desagradable expresión: con ojos invertidos!)
“Estar aquí es magnífico”, sostiene Rilke en alguna estrofa de la sexta elegía. Donde el Rilke de la elegía novena retoma parecida expresión para decir: “Sino porque estar aquí es mucho, y porque parece que nos / necesita todo lo de aquí, esto que es efímero, que nos concierne extrañamente. A nosotros, los más efímeros…”; Sicilia borda la diferencia: “Estar aquí ya es bastante (…) / mas porque todo aquí extrañamente nos reclama como a sus mensajeros, / —a nosotros, más mortales que todas las criaturas…”
Cierto que en todo lo anterior se trata de destellos, de versos “encontrados”, de apropiaciones fragmentarias incrustadas en un discurso más amplio. En lo tocante a Paul Celan se asiste a un salto cualitativo: ahora la imitación concierne al poema entendido como un todo. Este procedimiento, a decir verdad, ya lo había practicado Sicilia en su recopilación La presencia desierta, que publicó en 2004 el Fondo de Cultura Económica. Ahí Sicilia acarreaba entero, sin cortes, un poema de Celan titulado “Tenebrae”. Debo hacer notar, sin embargo, que aunque no constan los créditos del autor, al menos su poema está dispuesto en cursivas, lo que de algún modo da a entender que se trata de un préstamo o de una cita textual. No ocurre así en Tríptico del desierto. Aquí Sicilia entra a saco en otro de los más famosos poemas de Celan, “Fuga de muerte”, y se lo apropia sin más, acaso agregando dos o tres sensibles modificaciones. No argumento. Me limito a copiar la primera estrofa del poema de Celan, que dice así (Véase Paul Celan, Obras completas. Madrid, Editorial Trotta, 1999, pp. 63 y 64):
Negra leche del alba la bebemos de tardela bebemos a mediodía de mañana la bebemos[de nochebebemos y bebemoscavamos una fosa en el aire no se yace allí estrechoVive un hombre en la casa que juega con las[serpientes que escribeque escribe al oscurecer a Alemania tu pelo de oro[Margaretelo escribe y sale de la casa y brillan las estrellas[silba a sus mastinessilba a sus judíos hace cavar una fosa en la tierranos ordena tocad a danzar
En efecto, se trata del conocido texto (asimilado a canción por Ute Lemper en su City of Strangers) en el que Celan sostiene como en un ritornello que “la muerte es un maestro Alemán”. Todos saben que este poema es una amarga, desolada y hasta vitriólica protesta contra el asesinato en masa realizado por los nazis contra el pueblo judío en los campos de concentración durante la pasada Guerra Mundial. “Silba a sus judíos” y les ordena bailar, asienta el sarcasmo de la letra. Sin mayor precaución interpretativa, Javier Sicilia “blanquea” esta denuncia específica (cristianizándola y banalizándola, de paso) en su texto de Tríptico del desierto, del que por razones de espacio sólo transcribo la estrofa inicial:
Te masticamos nochetodo el día bebemos y masticamos nochecomo la negra leche del alba en Alemania bebemos[masticamosy no cavamos fosas en el aire donde no hay[estreches (sic)sino noche y más noche cavamos sin saberlola muerte que no duelela muerte que maestra de Alemania ya es de todosbebemos y bebemoste masticamos noche
¿Se trata meramente de una paráfrasis? ¿O más bien de un pastiche? ¿Desde cuándo es válido tomar un poema de Celan, o de cualquier otro poeta conocido o por conocer, cambiar algunas palabras, introducir cambios al gusto y adobar pasajes, y firmarlo tan campante como si fuera propio? Lo que me toca decir es que me extraña que un tribunal poético formado por escritores todos ellos muy respetables haya decidido premiar un libro como éste en el que las citas textuales borradas en su calidad de citas son tan importantes o más que las supuestas aportaciones originales del autor. ¿Quiere acaso esto decir que una vez que se inventó la intertextualidad ha dejado de haber plagios? ¿Estamos en un mundo en el que “todo se vale”? De todo corazón, yo esperaría que no.Evodio Escalante

martes, 19 de mayo de 2009

Destaca Poniatowska enorme influencia de Benedetti en la juventud



"Es una enorme pérdida para la literatura porque es un hombre que los jóvenes seguían muchísimo, tenía una impresionante influencia en la juventud", dijo la escritora.

Notimex Publicado: 19/05/2009 13:02

Los Angeles. El fallecimiento del escritor uruguayo Mario Benedetti "es una enorme pérdida para la literatura porque es un hombre que los jóvenes seguían muchísimo, tenía una impresionante influencia en la juventud", opinó la escritora mexicana Elena Poniatowska.
"Algunos podrían decir que éste es el último rebelde con causa, pero pienso que queda otro, como Eduardo Galeano, que es también uruguayo", dijo la escritora nacida en Francia pero radicada desde 1942 en México.

"Es parte de la vida. Los intelectuales y los diversos sectores de la sociedad lo reconocieron en vida y ahora se le rendirán varios homenajes. Pensaba que después de su operación salvaría la vida", señaló la escritora de Hasta no verte Jesús mío y La noche de Tlatelolco.
Poniatowska confesó que no tuvo una gran amistad con Benedetti. "Lo ví alguna vez en la editorial Siglo XXI porque era muy amigo de Arnaldo Orfila, y algunas de sus obras me impactaron sobremanera, me gustó mucho El cumpleaños de Juan Angel, toda su poesía y por supuesto La tregua, anotó.

Poniatowska cerró este lunes el "Seminario Narrativa Latinoamericana del siglo XXI" con una conferencia impartida en la Universidad de California, en Los Ángeles, donde hizo un recorrido de las más importantes plumas femeninas que ha habido en Latinoamérica, "pero en donde todavía seguimos siendo consideradas en un segundo plano", se quejó.

Cuando se le preguntó que si para su carrera ya llegó la cereza del pastel de tantos logros y triunfos literarios, respondió que "no, para nada. No me siento satisfecha de lo que he hecho. Mi mejor obra es la que viene. Además, todavía no me he muerto y no me interesa lo que pueda dejar para la posteridad porque yo no le doy órdenes a ésta".
La escritora subrayó que la literatura latinoamericana en los últimos tiempos se ha ido consolidando y va muy bien, ya tenemos tres o cuatro premios Nobel, desde Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Octavio Paz y Gabriela Mistral, y con ellos y muchos más tenemos bastante reconocimiento, atajó.

Antes de su disertación, los cerca de 150 asistentes le entonaron las tradicionales mañanitas porque este martes cumplió años. "Cumplo 77. Siete más que José Emilio Pacheco, igual que Monsiváis que recién festejó sus 70, Carlos Fuentes va por sus 81 y García Márquez que tiene 82, pero que se ve más amolado".

En la charla, Poniatowska se quejó que las escritoras sigan siendo comparsas de la literatura latinoamericana. Muchas han dejado de escribir por falta de aliento, porque nos hemos convertido en leonas del zoológico de esas que se mantienen lamiendo la pata de una espina invisible o que parecen gatos callejeros, flacos, pelones y escaldados.

"Eso ocurre mientras que los escritores son como el león con su enorme cabellera y de un sólo bocado se traga al mundo y en donde casos como Carlos Fuentes que alza su cabeza magnífica de león de la MGM y saluda a otro león coronado como Mario Vargas Llosa, que a su imagen y semejanza enseña sus atractivos dientes", dijo.

Pero a diferencia de los escritores, agregó, sus homólogas siempre van cuesta arriba en un mundo en donde todavía sigue habiendo censura y un trato desigual, y donde el mundo las sigue defraudando porque las sigue viendo como inferiores al hombre y que no tienen la misma capacidad para crear, insistió.

A pesar de esas adversidades, la abuela de 10 nietos resaltó que hay grandes plumas femeninas que son encabezadas por Rosario Castellanos, quien fue la escritora más completa después de Sor Juana, que fue un fenómeno que apareció en el siglo XVII y lo sigue siendo en el XXI, puntualizó.

En su recorrido, Poniatoswka citó a decenas de escritoras desde Luisa Josefina Hernández, Julieta Campos, Frida Molina, María Luis Mendoza, Beatriz Novaro, Rosa Beltrán, Mónica Lavín, Sabina Bergman, Ángeles Mastretta hasta la que Carlos Fuentes ha calificado como la actual mejor escritora mexicana Cristina Rivera Garza.

Poniatowska ha sido reconocida por su obra literaria y ha recibido numerosos premios literarios y periodísticos nacionales e internacionales como el Premio Xavier Villaurrutia 1970 (que rechazó), por La noche de Tlatelolco.

El Premio Nacional de Periodismo 1978, en el rubro de entrevista; el Premio Manuel Buendía 1987, por méritos relevantes como escritora y periodista, y el Alfaguara de Novela 2001, por La piel del cielo, entre otros.

Entre sus obras destacan Querido Diego, te abraza Quiela, De noche vienes, Rondas de la niña mala, La flor de lis, Tlapalería, Jardín de Francia", Boda en Chimalistac, A 20 años del terremoto,

El tren pasa primero y Fuerte es el silencio.

sábado, 16 de mayo de 2009

Cacaluta en peligro

ESTAMOS ENVIANDO ESTA CARTA DE APOYO

A toda la comunidad nacional e internacional se les pide su participación para que emitan una carta de apoyo para evitar que el Valle de Cacaluta y la Bahía de Cacaluta salgan del polígono del del Parque Nacional Huatulco.

El gobierno de México, a través de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales y la Secretaría de Turismo han modificado el polígono actual del Parque Nacional Huatulco, cediendo gran parte del Valle de Cacaluta al Fondo Nacional de Fomento al Turismo (FONATUR) para que desarrolle un complejo hotelero con campo de golf (ya existe uno) lo que indudablemente tendrá consecuencias económicas, sociales y ecológicas como se observa en los dos estudios que se anexan a este correo:

“Elementos para justificar la incorporación de la parte baja de la Micro-cuenca del río Cacaluta a la poligonal del Parque Nacional Huatulco, Oaxaca”, del Grupo Autónomo para la Investigación Ambiental, A.C. 2001.

Fundamentos ecológicos, biológicos y económicos para integrar el llamado “Valle de Cacaluta” y parte baja de la micro-cuenca del río Cacaluta o Bajos de Cacaluta a la poligonal del Parque Nacional Huatulco”, del proyecto financiado por CONACYT, llamado: “Diagnóstico de los recursos naturales de la bahía y micro-cuenca del río Cacaluta, municipio de Santa María Huatulco, Oaxaca”. Clave del Proyecto: SEMARNAT 2002-C01-00605

Asimismo, se adjunta la siguiente dirección electrónica para revisar el estudio que hace la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales para justificar esta modificación al polígono original de la reserva: (http://www.conanp.gob.mx/consulta/captura.php)

La Conanp abre una consulta pública sobre este asunto, aparentemente muy transparente.

Apoya para que al Parque Nacional Huatulco no se le quite Cacaluta, escribe o copia el texto y envía un correo a los siguientes correos electrónicos manifestándote.

FELIPE CALDERÓN HINOJOSA
PRESIDENTE DE MÉXICO
salito.calderon@presidencia.gob.mx
Con toda la autoridad que le confiere su investidura como Presidente de México, no permita que el Valle de Cacaluta y la parte baja del Río Cacaluta se desincorpore del polígono original del Parque Nacional Huatulco para un desarrollo turístico con campo de golf. La importancia social, económica y ecológica de la zona se manifiesta en el estudio denominado: “Diagnóstico de los recursos naturales de la bahía y micro-cuenca del río Cacaluta, municipio de Santa María Huatulco, Oaxaca”, financiado por CONACYT (Clave del Proyecto: SEMARNAT 2002-C01-00605).
Suponemos que la consulta pública que hace la SEMARNAT es un medio transparente para conocer las inquietudes y las opiniones de la sociedad en general. Sin duda al paso del tiempo su decisión a favor de Cacaluta será atinada y congruente con el desarrollo sustentable que establece en el Plan Nacional de Desarrollo 2006-2012.

Atentamente
NOMBRE

Con copia a:Oficina del Secretario de Medio Ambiente. SEMARNAT c.secretario@semarnat.gob.mx Secretario de Medio Ambiente juan.elvira@semarnat.gob.mxComisionado de Áreas Naturales Protegidas. CONANP enkerlin@conanp.gob.mxInstituto Nacional de Ecología. INE presiden@ine.gob.mxSecretaría particular del INE osiperez@ine.gob.mx

domingo, 10 de mayo de 2009

La vida breve de Eduardo Huchin

Una ciudad. Mi foto de niño (acabo de despertar). Mi maestra del preescolar. La primaria. La maestra suplente. Viaje al centro de la tierra. Otros diez libros de Verne. Los primeros paseos al centro. Los trucos de magia (no sé porqué a la Jota de la baraja hay que llamarle Joto, “para hacer reír al público” según el libro del Mago Frank). Casetes de obras de Cholo casi a diario. Un tío que sintoniza la Tremenda Corte. Ese mismo tío que casi no oye, pero que me enseña a tocar guitarra. La primera canción sin errores. El descubrimiento de la música clásica. Colecciones de Reader’s Digest (todavía toqué “Marea baja” en el acordeón hace una hora). “La risa, remedio infalible” del Selecciones. Khalil Gibrán a los 11 años. Nueve semanas y media, en Cinemax. El cable, las películas de media noche, la educación sentimental con cuerpos de los años setenta. Concursos de oratoria perdidos (la fórmula de mi fracaso fue nunca alzar la voz). Exámenes de conocimiento. La siguiente fase y la siguiente (la madre del colegio católico contra el que compito me felicita con hipocresía). Viajo a México para saludar a Carlos Salinas. Veo El Hombre de la Mancha. Dos niñas de Chihuahua se sientan a mi lado. Regreso. Mamá me regala Cien años de soledad. Abandono a García Márquez en la página 100 (pero releo todos los días las partes porno). Llego a una secundaria marista… cuando todos los maristas se han ido. Sirvo vinajeras y preparo las hostias los viernes de cada mes. Conozco a gente inolvidable. Formo mi primera banda de rock (Panz N’ Noses). Un día el director escucha nuestra canción “El prefecto es bruto e imperativo” y al mes siguiente el prefecto deja la escuela.
Viajamos. Unos amigos y yo nos perdemos en Palenque por ir a comprar una porno. Dormimos en al autobús. Se suceden unas historias tras otras. Estudiar con puros hombres me convierte en un manojo de nervios cuando me topo con alguna mujer. La primera mujer que se me acerca en esa época quiere que le toque una canción (creo que “Paradise City”). No sé decir si es bonita o fea.
La preparatoria nos sorprende a los mismos de siempre. Me sigo creyendo un gordo. Compro mi primera guitarra eléctrica (en pagos, de segunda mano). De repente ya estamos tocando. El vecino nos saca del cuarto de ensayos. “¿Hasta cuándo vamos a poder tocar, hasta que se muera?”, pregunta uno de los del grupo. (El vecino se muere, pero 15 años después. Estuve -hace dos meses- en su funeral). Nos decidimos a tocar “grunge” o algo parecido. Componemos 12 ó 14 canciones.
Las mujeres, las mujeres, las mujeres. Me enamoro terriblemente de la misma chica de la que está enamorado mi mejor amigo. La historia termina como debería: nos rechaza a los dos y se va con el que nos lleva 3 años. Empiezo a escribir poesía como una forma de supervivencia (esa alternativa para ser cursi de modo clandestino). Descubro el amor por las matemáticas. Mamá piensa que seré ingeniero. A última hora gana la poesía (apunten esa regla, por favor).
Me emborracho y mamá me manda a un retiro espiritual. Me enamoro de la chica que organiza los juegos. Para impresionarla corro en la orilla de la carretera un 12 de diciembre. Me deshidrato. La chica en cuestión nunca lo ve. Me vuelvo el músico de un grupo parroquial. Llevamos serenata y emociono a todos tocando “Mi historia entre tus dedos”. Dejo el grupo. Un joven líder de otro movimiento católico intenta convencerme de que tengo el “don”. En la noche hace un exorcismo. Si antes tenía dudas, él termina por convencerme: la religión no es lo mío. Dejo de ir a misa. Mamá cree que de eso se trata el fin de la adolescencia.
Estudio la carrera de literatura en una generación que termina con siete alumnos. Aparecen Los Profetas, una organización con dos sicólogos, dos historiadores y dos literatos que nace bajo los influjos de una botella de Bacardí de 1.75 litros. Jugamos futbol (perdemos todos los partidos), organizamos reuniones, hacemos tareas sobre marxismo y forjamos una leyenda con soundtrack de Junior Klan. Creamos dos himnos de nuestro tiempo –“Aguanta que bajan”- y por supuesto “La cumbia de Marx y Engels” (y su pronóstico en forma de estribillo: “…fueron amigos siempre”).
Las mujeres, las mujeres, las mujeres. Me enamoro de cinco, diez, veinte sicólogas (a veces simultáneamente). A una le mando flores, le escribo un poema malísimo. Nada resulta. Del coraje escribo un ensayo sobre la navidad (no tiene nada que ver una cosa con la otra, pero cuando uno está decepcionado del amor realiza acciones que no requieren de lógica). Descubro el placer de reírme de mis propios problemas. Me gusta esa prosa que no narra o esa poesía que no requiere ser incomprensible. Voy a un taller de literatura. La escritora destroza mi poema. Me digo “Ya no más”. Prendo un día la televisión: Guadalupe Loaeza pronuncia el nombre Jorge Ibargüengoitia en un programa de entrevistas. Encuentro un libro de Ibargüengoitia en el estante de la biblioteca pública. Desde ese momento, las cosas nunca vuelven a ser iguales.
Más mujeres, más libros, mis primeros artículos. Me enamoro de una mormona que prefiere enamorarse de un misionero norteamericano. Suplo a una maestra en una escuela católica. Escribo lo que ahí sucede. Las monjas se enteran y el asunto acaba de modo bochornoso. Digo: es momento de arreglar mi situación con Dios. Me tardo diez años revisando nuestro convenio.
Sigo en la música. Formo otros dos grupos de rock: uno de Black metal y otro inclasificable que toca lo mismo son cubano que música disco. Con este último grabo una decena de canciones (sin metrónomo). Nunca llegamos a recuperar las cintas.
En el último año de la carrera conozco a Gabriela. Ella será el único nombre propio que yo escriba aquí (temo dejar fuera a alguien y además esto no es una relación de culpables). En ese momento soy un pobre vago que no tiene trabajo ni sabe qué hará de su vida. Quizás sin Gabriela (y su tropel de historias increíbles, su generosidad, pero sobre todo, su infinito vitalismo), no habría escrito ni la mitad de lo que he escrito. Punto.
Aparece la revista Diálogos Postmodernos. Descubro que toda edición necesita de unas buenas dosis de masoquismo. No sé muy bien qué es la postmodernidad, pero mi director dice que el nombre pega. Lo que al principio era un pretexto para vernos publicados, con el tiempo se convierte en un grupo (cultural o de amigos, aún no puedo definirlo). Gracias a la revista, conozco a creadores envidiables.
Reaparecen amigas (una de ellas, gracias a la novela Wilt). Una alumna de mis tiempos de la escuela católica sorprende a sus padres estudiando literatura. Le echa la culpa a Monterroso (me siento un poco responsable por eso). Sigo escribiendo. Aparezco en periódicos. Paso una época en que puedo escribir todos los días y publicar todos los días y no sentir coraje porque el periódico más vendido de Campeche no me pague. ¿Paso eso que algunos llaman “los años más felices de nuestras vidas”? Casi sin proponérmelo voy construyendo ese libro que después se llamaría ¿Escribes o trabajas? Gano una beca, la más modesta. Con mi primer cheque compro El tambor de hojalata.
Publico ¿Escribes o trabajas? Para ese entonces soy becario del FONCA. Compro decenas de libros en Gandhi, viajo, me tratan como a un rey. Transito entre autores que ahora publican en Anagrama, Sudamericana o Mondadori. Los veo borrachos hablando de Marie Darrieussecq. Rafael Ramírez Heredia me cuenta sus aventuras amorosas, cada que nadie más nos oye. Cuando llega alguien la plática gira repentinamente a su novela La mara. En los camiones me siento delante de los becarios de Música. Todos han vivido en Austria, Suiza o Alemania. Entonces ya no me siento un rey sino un peón.
Paso de trabajar en el Instituto Electoral a trabajar en un periódico. Comprendo la rapidez de la realidad, la vacuidad de la nota del día. Aprendo trucos, escribo manuales para sortear los días de asueto. Disfruto descubriendo frases insólitas, historias insospechadas en la sección de policía. Gano un premio local de periodismo. Ese cheque termina por financiar la lap top desde donde ahora escribo, el viaje que estoy a punto de emprender.
La vida se torna gris, casi conformista. Entonces viajo a Chiapas con un grupo de escritores, en cuyos talentos confío. Nos sorprende una inundación y una tormenta cuando buscamos un table llamado Mamita’s. Los conozco por separado pero ellos no se conocían del todo entre sí. Hacen migas. Nos empezamos a reunir los martes –el día de mi descanso- en el café. Cada ocasión se vuelve un tour de force donde cohabitan el cine, la televisión, la autobiografía y la literatura.
El último año formo otro grupo de rock, pero los escuchas y los integrantes de las otras bandas están apenas saliendo de la adolescencia o, por lo menos, eso parece. Me siento tan viejo como Keith Richards pero sin la movilidad de Keith Richards. Solo hasta que veo los amplificadores detrás de mí niego la admiración por los grandes veteranos. Pienso: el arte de envejecer con dignidad en el rock depende de que alguien más te cargue el equipo.
Un día veo una foto. Es la foto de la solapa de mi libro. Mi único libro (toda mi generación tiene al menos cuatro títulos en su haber). En la imagen tengo cuatro o cinco años. Acabo de despertarme. Es un retrato contra mi voluntad, pero me gusta. Es la mejor fotografía que alguien me ha hecho hasta ahora. Cuando pienso todo eso, estoy a punto de cumplir 30 años. No digo: es momento de otro libro; digo: es momento de otra foto. De eso se trata, al fin de al cabo, ponerse en movimiento: intentar no salir borrosos esta vez.