jueves, 30 de septiembre de 2010

jueves, 23 de septiembre de 2010

La corte de los ilusos



Ante tanta fiesta bicentenaria nos hemos convertido en La corte de los ilusos

Por: Alejandro Aldana Sellschopp.

En estos días en los que el patrioterismo es el pan nuestro de cada día, es interesante regresar a ciertas obras que retoman de alguna manera algunos pasajes históricos importantes, hoy que se presenta en las pantallas de cine a un Hidalgo bonachón, y la sacrosanta televisa se empeña en vendernos una historia rica en caras bonitas y galanes marchitos por sus ínfimas posibilidades actorales, hoy que vivimos en una verdadera narcocracia, y el señor Felipe Calderón se rasga las vestiduras para convencernos que la guerra contra el narco es una guerra de todo el pueblo mexicano, precisamente en estos tiempos bicentenarios considero que es necesario regresar a ciertas novelas que recrean la historia de nuestro país.

Hace unas semanas me decidí a leer La corte de los ilusos de Rosa Beltrán, su lenguaje ágil y buena manufactura narrativa nos obliga a leerla de una sentada, como gustaba a E.A. Poe. SI se trata de una buena o mala novela eso lo dejo en manos del lector.

La corte de los ilusos se aparta de la consideraciones respecto a lo que debía ser una novela histórica en el siglo XIX, su forma de abordar la trama poco tiene del romanticismo de la época, nada o casi nada encontramos de la influencia de Walter Scott o las referencias de las crónicas coloniales; por el contrario, la novela se mueve por un discurso moderno, muy característico de la novela histórica de mediados del siglo XX.

Un elemento fundamental de la novela La corte de los ilusos es el entramado lingüístico, tiene algunos elementos de la novela realista del siglo XIX, sobre todo en el énfasis que se hace en los giros de lenguaje de la época, lo cual aporta mucha atmósfera narrativa al tejido narrativo, es decir, desde las palabras la autora nos facilita entrar a una época determinada, un espacio y un tiempo que está bastante lejano a nosotros. El lenguaje de la novela cuenta con refranes, pregones, palabras muy mexicanas, expresiones que se convierten en una verdadera forma de identidad del país y la época donde se desarrolla el argumento; así mismo sirve para otorgarle profundidad y carácter a la psicologías de los personajes.

Los personajes de La corte de los ilusos son en su mayoría históricos, sobre todo los personajes centrales, aquellos que hacen que la historia se transforme, con la ayuda de algunos personajes periféricos, de pura invención, que coadyuvan a que el argumento tenga un desarrollo lógico, verosímil.

La novela nos presenta a estos personajes sin ser tratados como héroes, si es que esa cualidad tiene lugar, por el contrario, dichos personajes son tratados desde una perspectiva humana, es decir los vemos enfrentándose a sus pasiones, las cuales de alguna manera son quienes los pierden. Hay un tono carnavalesco, donde reuniones, diálogos, y juergas transcurren en ambientes de mascarada, donde el narrador omnisciente en ocasiones se mofa de personajes e historia. Logrando con ello cierta desmitificación del Imperio encabezado por Agustín de Iturbide.

Según Menton (42) hay seis rasgos que caracterizan a la nueva novela histórica, para identificar una novela de tal subgénero, no es necesario que se reúnan todas las características, pero sí la mayoría. En la corte de los ilusos podemos encontrar las siguientes:

1.- La subordinación: En la novela de Rosa Beltrán leemos la crónica de una época, y basándose fundamentalmente en los diálogos se proyecta una forma de pensamiento, un marco teórico sobre la forma como los miembros del imperio veían el México de la época, y sobre todo nos muestra la forma de pensamiento de la burguesía de esos años.

2.- En la novela de Beltrán se recurre a la distorsión conciente de la historia (Menton 43), mediante omisiones y exageraciones; si bien, las exageraciones y omisiones son recursos para que la lógica de la novela se sostenga, en algunos capítulos observamos que la exageración llega al tono carnavalesco.

3.- Ficcionalización: Encontramos a los personajes realizando acciones, diálogos y encuentros en circunstancias especiales, extraordinarias, donde todo encuentra su perfecto lugar, logrando que todas estás formas sean verosímiles.

4.- Metaficción: En La corte de los ilusos encontramos muy poca metaficción, casi nula, circunscribiéndose a la novela histórica de mediados del siglo XX.

5.- Así mismo no encontramos a la intertextualidad como recurso narrativo.

El carácter carnavalesco a que se refiere Bajtín están retomados en la novela, las exageraciones humorísticas se presentan en varios pasajes, los personajes son presentados con un dejo de ironía, muy al estilo de Sócrates, la ironía como un discurso para entender mejor la realidad, en este caso, para conocer mejor la historia, aún cuando la finalidad de la novela no es pedagógica.

Un elemento básico de lo carnavalesco es la parodia, y en La corte de los ilusos encontramos la parodia con un gran sentido del humor, y lo paródico se compone desde el lenguaje, la manera de presentar los personajes y de crear cuadros dramáticos donde la situación nos lleva a la parodia.

Ante tanta fiesta bicentenaria, los mexicanos deberíamos buscar en la literatura un acercamiento menos idealizado de nuestra historia, para dejar de ser un poco por lo menos, la corte de los ilusos.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Avatares de la novela histórica


Avatares de la novela histórica

Por: Alejandro Aldana Sellschopp.

En fechas recientes la novela histórica se ha convertido en un suceso de ventas, los lectores acuden a los quioscos de libros para adquirir novelas como: La guerra de las rosas de Sharon Kay Penman, Tartesos un reino soñado de Jaime Alvar, La justicia del Visir de Christian Jacq, entre muchas otras, cada libro presenta en su portada un cintillo que proclama con honor Bestseller. Hoy podemos observar a personas que jamás leyeron un libro por placer, acercarse a una literatura sencilla, medianamente bien escrita, ampliamente documentada, que ubica sus argumentos en lugares extraños y en un remotísimo tiempo. La formula ha funcionado, por lo menos en términos comerciales.

Considero que es preciso realizar una reflexión sobre la novela histórica, y su desempeño en América Latina. Mucho se ha escrito al respecto, los eruditos discuten sobre la fecha clave en la aparición de la novela histórica. Entiendo que es en 1979 cuando este subgénero cobra verdadera importancia, aún cuando con anterioridad se publicaron algunos libros que tenían características de la nueva novela histórica, me refiero a: Yo el supremo (1974), excelente novela sobre la figura del dictador, con características muy similares al parangón estético de la novela del boom, escrita por un escritor de primer nivel, desgraciadamente hoy casi olvidado, Augusto Roa Bastos, una de las mejores plumas de la literatura de América Latina, y la otra novela es realmente un portento, del mexicano Carlos Fuentes, Terra Nostra (1975), un trabajo totalizante, dotada de una intricada estructura lingüística y argumental.

Generalmente se refiere a la novela histórica como aquella en la que los sucesos específicos, son extraídos de la historia, son quienes determinan el desarrollo del argumento, y el ambiente socio-político se convierte en el fondo en el que se desenvuelven los personajes.

Así, una época determinada con sus giros de lenguaje, la moda, lecturas, arquitectura, situación política y social forman parte intrínseca del argumento, es decir, que lo que se cuenta no podría suceder en otra época, y que las motivaciones y carácter de los personajes también están dibujados por la etapa histórica; partiendo de que los tipos humanos que se crean son lo suficientemente humanos que se convierten en intemporales, que sus acciones podrían suceder en cualquier tiempo, es decir que se vuelven a una cierta forma de universalismo temporal.

Una característica de la nueva novela histórica frente a los bestsellers históricos es precisamente que no existe la incorporación artificial de personajes en un espacio-tiempo extraño para ellos mismos.

La novela de América Latina siempre se ha preocupado por los problemas socio-históricos, a diferencia de la norteamericana y la europea, El periquillo Sarniento, por ejemplo es una de nuestras primeras novelas, y la reflexión histórica es parte fundamental de su entramado argumental.

En 1985 José Emilio Pacheco escribió: “la novela ha sido desde sus orígenes la privatización de la historia, historia de la vida privada, historia de la gente que no tiene historia, en este sentido todas las novelas son novelas históricas”.

Se ha señalado que la novela histórica son aquellas cuya acción se ubica total o parcialmente en el pasado, un pasado que el autor no vivió de manera directa. Para Avrom la novela histórica es aquella que su acción se ubica en un separado del autor por dos generaciones, para David Cowart, se trata de una “ficción en que el pasado figura con cierta importancia”, además plantea un elemento extraordinario, ya que incluye aquellas novelas que su acción se desarrolla en el futuro, pero que ese futuro está determinado por un pasado y presente determinado, pensemos en 1984 de Orwell o Un mundo feliz de Huxley.

Anderson Imbert señala que la novela histórica es aquella que cuenta una acción ocurrida en una ápoca anterior a la del novelista, ésta definición ha influido a una gran cantidad de estudiosos del tema, quienes toman como punto de partida los elementos que Imbert aporta.

SI partimos de estas consideraciones, señalaríamos como novelas no históricas: La muerte de Artemio Cruz (1962), de Carlos Fuentes, Conversación en la catedral (1969) de Mario Vargas Llosa, Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez, ya que las últimas generaciones de su trabajo son contemporáneos del autor.