sábado, 4 de septiembre de 2010

Avatares de la novela histórica


Avatares de la novela histórica

Por: Alejandro Aldana Sellschopp.

En fechas recientes la novela histórica se ha convertido en un suceso de ventas, los lectores acuden a los quioscos de libros para adquirir novelas como: La guerra de las rosas de Sharon Kay Penman, Tartesos un reino soñado de Jaime Alvar, La justicia del Visir de Christian Jacq, entre muchas otras, cada libro presenta en su portada un cintillo que proclama con honor Bestseller. Hoy podemos observar a personas que jamás leyeron un libro por placer, acercarse a una literatura sencilla, medianamente bien escrita, ampliamente documentada, que ubica sus argumentos en lugares extraños y en un remotísimo tiempo. La formula ha funcionado, por lo menos en términos comerciales.

Considero que es preciso realizar una reflexión sobre la novela histórica, y su desempeño en América Latina. Mucho se ha escrito al respecto, los eruditos discuten sobre la fecha clave en la aparición de la novela histórica. Entiendo que es en 1979 cuando este subgénero cobra verdadera importancia, aún cuando con anterioridad se publicaron algunos libros que tenían características de la nueva novela histórica, me refiero a: Yo el supremo (1974), excelente novela sobre la figura del dictador, con características muy similares al parangón estético de la novela del boom, escrita por un escritor de primer nivel, desgraciadamente hoy casi olvidado, Augusto Roa Bastos, una de las mejores plumas de la literatura de América Latina, y la otra novela es realmente un portento, del mexicano Carlos Fuentes, Terra Nostra (1975), un trabajo totalizante, dotada de una intricada estructura lingüística y argumental.

Generalmente se refiere a la novela histórica como aquella en la que los sucesos específicos, son extraídos de la historia, son quienes determinan el desarrollo del argumento, y el ambiente socio-político se convierte en el fondo en el que se desenvuelven los personajes.

Así, una época determinada con sus giros de lenguaje, la moda, lecturas, arquitectura, situación política y social forman parte intrínseca del argumento, es decir, que lo que se cuenta no podría suceder en otra época, y que las motivaciones y carácter de los personajes también están dibujados por la etapa histórica; partiendo de que los tipos humanos que se crean son lo suficientemente humanos que se convierten en intemporales, que sus acciones podrían suceder en cualquier tiempo, es decir que se vuelven a una cierta forma de universalismo temporal.

Una característica de la nueva novela histórica frente a los bestsellers históricos es precisamente que no existe la incorporación artificial de personajes en un espacio-tiempo extraño para ellos mismos.

La novela de América Latina siempre se ha preocupado por los problemas socio-históricos, a diferencia de la norteamericana y la europea, El periquillo Sarniento, por ejemplo es una de nuestras primeras novelas, y la reflexión histórica es parte fundamental de su entramado argumental.

En 1985 José Emilio Pacheco escribió: “la novela ha sido desde sus orígenes la privatización de la historia, historia de la vida privada, historia de la gente que no tiene historia, en este sentido todas las novelas son novelas históricas”.

Se ha señalado que la novela histórica son aquellas cuya acción se ubica total o parcialmente en el pasado, un pasado que el autor no vivió de manera directa. Para Avrom la novela histórica es aquella que su acción se ubica en un separado del autor por dos generaciones, para David Cowart, se trata de una “ficción en que el pasado figura con cierta importancia”, además plantea un elemento extraordinario, ya que incluye aquellas novelas que su acción se desarrolla en el futuro, pero que ese futuro está determinado por un pasado y presente determinado, pensemos en 1984 de Orwell o Un mundo feliz de Huxley.

Anderson Imbert señala que la novela histórica es aquella que cuenta una acción ocurrida en una ápoca anterior a la del novelista, ésta definición ha influido a una gran cantidad de estudiosos del tema, quienes toman como punto de partida los elementos que Imbert aporta.

SI partimos de estas consideraciones, señalaríamos como novelas no históricas: La muerte de Artemio Cruz (1962), de Carlos Fuentes, Conversación en la catedral (1969) de Mario Vargas Llosa, Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez, ya que las últimas generaciones de su trabajo son contemporáneos del autor.

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