Arturo
Guichard el héroe de la oratoria
Por:
Alejandro Aldana Sellschopp
Para:
Luz y Emiliano.
Hoy
cayó en mis manos uno de esos libros que nos invitan a la
celebración, se trata del volumen Realidad y márgenes,
Poesía 1992-2012, de Luis Arturo Guichard, publicado por El Consejo
Estatal para las Culturas y las Artes de Chiapas. Se trata de un tomo
bien editado, que de entrada se agradece. Enhorabuena por Marco A.
Zuarth, director de publicaciones.
A
estas alturas pocas personas, que se interesan en la producción
poética de Chiapas, desconocen quién es Luis Arturo, uno de los
poetas más importantes de nuestro Estado y por qué no decirlo de
México.
Hace
muchísimos años conocí a Guichard, así lo llamaban sus profesores
y compañeros preparatorianos del COBACH 01, era un muchacho delgado,
lo que lo hacía ver muy alto, tez blanca, cabello rubio, casi
siempre despeinado. Poseía el don de la conversación, sus puntos de
vista casi siempre eran profundos y sobre todo muy bien
fundamentados, además de estar constantemente actualizado en una
variedad de temas, que uno ni sabía que existían.
Luis
Arturo estudiaba en el horario matutino, yo asistía a mis clases en
el horario vespertino, por lo que pocas veces coincidíamos, sin
embargo, todos sabíamos de él. Era el orador estrella de la
preparatoria, su arrojo, desparpajo y humor negro hacía correr tanto
a alumnos como a profesores que no estaban a la altura de su
“pupilo”. Al paso de tantísimos años, es probable que algunas
cosas que creo recordar, simple y sencillamente las invento en este
momento, el pasado es una cosa del presente.
Una
mañana Rolando Mazariegos me invitó a un concurso de oratoria, por
supuesto me estaba llevando a observar a Guichar, en el Aula Magna de
la escuela se concentraba un gran número de jovencitos y jovencitas
que chuchicheaban y reían, mientras los participantes trataban de
dar lo mejor de sí, aquellas voces impostadas se escuchaban a lo
lejos, como un zumbido que hacia más insoportable el calor. De
pronto, apareció el joven Guichard impecablemente vestido con un
traje de tres piezas, ¡en la canícula de Tuxtla!, comenzó gritando
desde la puerta de entrada, de inmediato se hizo el silencio, Luis
Arturo gritaba, manoteaba, se ponía rojo, sonreía complacido de ver
a la multitud de muchachos imantados por su actitud retadora, se
paseaba por el lugar con singular presencia.
Al
finalizar su discurso la ovación no se hizo esperar, propios y
extraños vitoreaban a aquel joven que se imponía sobre los demás.
Llegó el momento de las deliberaciones, los jueces nos dejaron
atónitos a todos, el ganador fue un estudiante cuyo nombre no
recuerdo; pero que al calor de los gritos de protesta, supimos que
era discípulo de Luis Arturo, y que éste lo inscribió al concurso
para que se fuese fogueando, aquel muchacho ni tardo ni perezoso
subió al estrado a recoger su anticuado trofeo, se veía feliz, no
podía dar crédito, había derrotado, por lo menos según los
jueces, a su maestro.
A
Guichard se le otorgó el segundo lugar. Cosa que enardeció aún más
al respetable y al propio Luis, que regresó el trofeo e increpó a
los jueces, ahora que lo cuento, no sé por que veo la escena en el
parque central de Tuxtla, por la noche, y a Luis devolviendo el
trofeo al gobernador en turno. Aquella velada fue inolvidable, y Luis
refrendo su papel de héroe intelectual.
Al
año siguiente por alguna loca razón, que no logró recordar, me
inscribí al concurso de oratoria, sin problemas gané la
representación del turno vespertino, y por mecanismos del concurso
pasamos a representar al COBACH 01, Luis Arturo y yo en el concurso
estatal. Aquello era una verdadera estupidez de mi parte, sin embargo
preparé mis discursos, estudié día y noche, hasta la mañana de un
viernes en que debíamos enfrentarnos. Yo me puse mis mejores ropas,
una guayabera blanca, un pantalón de mezclilla y unos tenis
impresentables por lo sucios y rotos, el cabello hasta los hombros.
Ahí estábamos los inocentes bachilleres muriéndonos de nervios, en
el auditorio del CREA, inmediatamente comencé a ponerme muy
nervioso, los rasgos de mi autismo comenzaban a ser más evidentes,
un muchacho de Tonalá se me acercó y comenzó a contarme su vida,
sus problemas familiares y la esperanza de ganar, ¡ganar!, el
concurso. En ese momento llegó, debería decir arribó Luis
perfectamente vestido con su traje de tres piezas de color hueso,
zapatos vino extremadamente boleados, el cabello peinado, y claro,
sonriendo, se detuvo, se dignó a vernos a los ojos, nos saludo de
mano, y nos preguntó si teníamos bien aprendidos nuestros
discursos, cada uno le fue contestando con voz baja, casi en un
murmullo, él se acomodó la corbata guinda, y nos soltó: “Pues yo
no tuve tiempo de estudiar nada”, en medio de una carcajada,
nosotros abrimos los ojos como platos, sabíamos que estábamos
muertos.
El
concurso comenzó, yo no soportaba los nervios, me comía las uñas
de las manos, tragaba saliva, en ese momento llamaron al chico de
Tonalá, que me dejo su discurso escrito, el muchacho vestía muy
sencillo, humilde, sin esperar a llegar a las gradas para subir al
escenario comenzó su perorata, su voz se escuchaba extremadamente
aguda, como si de un pito se tratase, la concurrencia comenzó a
reírse, el joven parecía no escuchar nada, seguía gritando,
desgañitándose en su agudísimo pitido indescifrable, todos reían
ahora a carcajadas, otros aplaudían, otros más imitaban la voz de
silbato de mi muy reciente amigo, el costeñito se dejó caer de
rodillas, hincado le imploraba al cielo quién sabe qué cosas,
comenzaron a escapársele algunos gallos, a estas altura el propio
jurado lloraba de risa, recuerdo o creo recordar que el escritor
Mellanes hijo, era el maestro de ceremonias, de inmediato interrumpió
la humillación, pidiendo, con esa voz tan varonil, un “Fuerte y
caluroso aplauso al representante de Tonalá”, el efecto fue
incendiario, llovieron botes de frutsi, elotes, vasos de plástico y
unicel.
La
voz aterciopelada de Mellanes presentó a Luis Arturo Guichard, quien
entró con gran garbo, se plató como un torero y con sólo ver sus
movimientos uno sabía que aquel muchacho pertenecía a otra galaxia.
Habló como cinco minutos con gran seguridad, y en verdad no
entendíamos sobre que versaba su discurso, su lenguaje estaba a años
luz de nosotros. No pude soportarlo más y sin esperar mi turno
emprendí la retirada, camine hasta el parque Cinco de Mayo bajo el
implacable sol del medio día, sólo podía escuchar una mezcla de la
voz del costeñito y la de Guichard mezclándose, su voz se imponía,
arremetía contra nuestros balbuceos.
Ahora
que leo con gran placer su recuento de poemas, vuelvo a ver aquel
Guichard, sobre todo escucho su voz potente, clara, imponiéndose
otra vez a nuestro balbuceos.