El
cuento de nunca acabar
Por:
Alejandro Aldana Sellschopp.
Para: Emiliano,
Eliseo, Ian, Amaya y Cristóbal, jóvenes narradores de antiguas historias.
Todas
las personas gustamos de escuchar historias, es en ellas donde mejor nos
observamos y comprendemos, nos permiten vernos desde fuera, en una multitud de
respectivas que siempre nos muestran un rostro nuevo. Muchos pueblos
originarios expresaron su origen y su cosmovisión a través de mitos, valiéndose de estructuras narrativas. Las
mismísimas pinturas rupestres o la interpretación de los sueños cuentan una
historia. Conocer y estudiar esas narrativas nos posibilitan entender nuestro
devenir humano.
El
cuento fue y sigue siendo una forma narrativa mediante la cual los seres
humanos nos hemos acercado a escudriñar la extraordinaria complejidad de la
naturaleza humana. Antiguo como el hombre es el cuento. Ya en el Egipto del
siglo XIV antes de nuestra era, encontramos vestigios de historias germinales.
El cuento nace de lo popular, las personas creaban historias para recrear la
realidad, ordenarla y dotarla de nuevas cualidades. Su origen es no-literario,
lejos, muy lejos estaban todas las teorías y estudios estéticos, el cuento era
como el tiempo: se limitaba a fluir.
El
discurso se emitía de forma oral, que en su discurrir sintáctico producía
sentido, convirtiéndose en una extraña criatura que al devorarse a sí misma se
creaba, me refiero al proceso de contar historias como nacimiento del lenguaje,
los acontecimientos, actos y sentimientos exigían palabras y conceptos que las
significaran. A los narradores orales o escritos debemos el lenguaje.
Frecuentemente escuchamos que Shakespeare es el padre de la lengua inglesa o
Pushkin el creador del ruso, dejando de lado las exageraciones, mucho de razón
tienen dichas afirmaciones. A estos monstruos del lenguaje debemos agregar a
los narradores orales ignorados y desconocidos.
El
cuento moderno tiene su fuente en las narraciones orales, sean éstas: relatos,
leyendas, mitos, cuadro de costumbres, viñetas, etc, etc. Las culturas
greco-latinas son las primeras en considerar al cuento como un género literario
independiente, ya que anteriormente se subordinaba a estructuras discursivas
como: la religión, la filosofía, los discursos morales y la historia. La
dependencia del cuento era doble: por un lado pertenecía a un tejido
lingüístico diferente a su propia naturaleza, y por otro tenía un uso meramente
utilitario, siempre al servicio de otros fines. No hay nada más detestable que
un cuento edificante o moralizante.
En
el momento en que el cuento logra su independencia, nace la figura del autor
individualizado y reconocible, lejos quedan los relatos orales construidos por
toda la tribu o pueblo. Entre los primeros cuentistas tenemos a Luciano de
Samosata, quien escribiera El cínico y El asno, junto a su
contemporáneo Lucio Apuleyo que escribió el celebre El asno de oro , texto que todo cuentista debería leer. Sin dejar
de mencionar a Cayo Petronio con su extraordinario Satiricón.
En el Renacimiento podemos ubicar a Charles Perrault
como una de los padres del cuento moderno con sus magníficos Los cuentos de
mi madre la Oca, considerados por
muchos como los primeros cuentos genuinos, sin olvidarnos de los hermanos Jakob
y Wilhelm Grimm, Hans Christian Andersen y el extraño Ernst T. A. Hoffman.
Es hasta el siglo XIX cuando el cuento adquiere verdadero reconocimiento
como género literario. La figura fundamental para su consolidación es Edgar
Allan Poe, quién no sólo escribe verdaderas joyas, sino que se convierte en uno
de los primeros críticos del cuento, estudia su naturaleza, su morfología, la
construcción de personajes y la importancia del lenguaje en el entramado
lingüístico. La influencia de Poe se extendió por el mundo entero, sus
opiniones técnicas y estilísticas se convirtieron en leyes, que hasta el día de
hoy se siguen practicando por algunos narradores despistados.
El
cuento es una extraña criatura inasible, el peor error para un cuentista es
pretender definirlo, sabemos que la palabra cuento viene del latín contus o cómputus, que significa: llevar cuenta de algo. En realidad nos dice poco o nada
sobre la complejidad de su naturaleza. El uso de la palabra contus no es arbitrario, Borges dice al respecto: “Todos
los idiomas que conozco usan el mismo verbo, o verbos de la misma raíz, para
los actos de narrar y de numerar; esta identidad nos recuerda que ambos
procesos ocurren en el tiempo y que sus partes son sucesivas” (Zavala,1995:39).
Nadie en su sano juicio se atrevería a explicar una
epifanía, el cuento es una epifanía en sí mismo, imposible pensar en limitarlo
con categorías estéticas; por el contrario, su categorización es la inclusión,
su precepto estético por excelencia: la ambigüedad morfológica.
Todo texto presenta problemas propios, una dialéctica
que únicamente afectan a ese tejido narrativo, incluye su forma y su fondo,
inseparables como en el poema, su estructura se resuelve partiendo de las
cualidades más íntimas de la materia prima con la que se quiere narrar, por
tanto las variables posibles de solución son tantas como escritores quieran
contar la historia, presentándose una relación única e irrepetible entre el
autor y el material narrativo. El cuento es un modelo que contiene su solución,
el escritor estudia profundamente la historia que quiere escribir, hasta
descubrir la lógica interna de la ecuación.
El escritor de cuentos es un gran lector de
narraciones cortas, su objetivo es hacerse de experiencia, conocer la manera en
la que los grandes maestros del género resolvieron sus problemas narrativos, no
para repetirlos en sus propias creaciones, sino para contar con herramientas
que le permitan emprender su propio camino. El escritor está solo frente a la
bestia y generalmente es ella la que gana la batalla. Muchas son las
tradiciones literarias y cada una aborda, resuelve y estructura los cuentos de
manera diferente, es por ello que el cuentista es un hombre de voluntad, no se
deja arrastrar por modelos preestablecidos culturalmente. “Michel Foucault
enseña que lo original no radica necesariamente en la invención de algo nuevo,
sino en el acontecimiento del retorno. Y en el modo del retorno, claro está,
que hace a la circularidad perfecta y artística” (Giardinelli,1992:30), el
Ulysses de Joyce es el regreso de aquel Ulysses griego, toda guerra narrada
tiene algo de la Ilíada, cada niño perdido en una gran ciudad es de alguna
manera Oliver Twist, y así ad infinitum.
El cuento carece de una definición exacta; pero
cuenta con gran cantidad de técnicas, elementos que se han presentado y
mantenido en diversas épocas y tradiciones literarias, algo así como los
universales del cuento, entre ellos
podemos mencionar a: la acción, la brevedad, el tratamiento de un solo asunto,
la abstracción de la realidad, la condensación del tiempo y el espacio, los
personajes, la representación verbal, la tensión, la verticalidad, la
focalización y los planos narrativos, entre muchos otros; sin embargo los
tratamientos de estos universales
suelen cambiar.
El cuento es un universo, una extraordinaria
herramienta para acercarnos al espíritu humano, una forma de filosofar;
presente en todas y cada una de las etapas del ser humano, se ha convertido en
un oráculo que en lugar de responder nuestras dudas, nos cuestiona, obligándonos
a descubrirnos en el proceso de encontrar las respuestas. La humanidad ha
escuchado historias desde su origen, y seguirá escuchándolas hasta el día
último en que un hombre o una mujer abandonen este planeta.
Bibliografía
Bloom, Harold.(2005). Cuentos y cuentistas El canon
del cuento. México. Colofón.
Teoría y practica del cuento (1997). México.
Instituto de Cultura de Michoacán.
Giardinelli, Mempo.(1992). Así se escribe un cuento.
Argentina. BEAS.
Zavala, Lauro.(1993). Teoría del cuento I, Teoría de
los cuentistas. México. UNAM.
Zavala, Lauro. (1995). Teoría del cuento II, La
escritura del cuento. México. UNAM.
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