domingo, 18 de agosto de 2013

El circo I (El circo de Oskar Chon)



La magia del Circo 1
(El circo de Oskar Chon).

Por: Alejandro Aldana Sellschopp.


Mi niñez transcurrió en un pueblo perdido de la selva chiapaneca. Estábamos rodeados de la más variada y exuberante vegetación, las copas de los árboles se entrelazaban con enredaderas formando una cubierta que impedía el paso de los intensos rayos del sol, ahí abajo, en la frescura húmeda crecían los cafetos repletos de cerezos rojos, telas de araña y una calma milenaria donde el tiempo se detenía para contemplarse en el agua de algún arroyo de aguas cristalinas. Estábamos rodeados de selva: arbustos, lianas, bejucos, orquídeas volando sobre la semioscuridad del cafetal. La selva era un animal omnipresente, su lenta respiración la sentíamos todos en el viento caliente de la mañana, en la humedad de la tarde, en las torrenciales lluvias que caían sobre un pueblo durmiendo su edad de oro. Ahí la caoba, el roble, el cedro rojo, el cacao, las anonas, la guanábana goteando su interminable miel, los platanales y su frescura, el palo de Campeche, el mulato, el corcho donde crecen los gusanos zatz, delicia de exigentes paladares. Estábamos rodeados de selva. Veíamos ardillas, comadrejas, el sabin, los tlacuaches, perros de agua, mapaches, sobre las palmeras del parque central lechuzas blancas construyeron su nido, en los naranjos de los caminos se posaban los quetzales. En los tulipanes rojos y amarillos de la escuela primaria revoloteaban los colibríes, que nosotros llamábamos chupamirtos, si tenías un poco de suerte, de camino al rancho de algún amigo observábamos un tucán bajo el esplendor del día. Estamos rodeados de selva. Las lagartijas y los tolocs hacían sus nidos en nuestros refrigeradores o estufas, las coralillos aparecían en las bañeras, las ratoneras en los trasteros. La selva caminaba como un mastodonte prehistórico, se metía a las casas, crecía en los tejados y tapaba los tubos de agua, se colgaba de los árboles de toronjas y mandarinas, llovía hasta el panteón anegando las tumbas para dejar al descubierto algunos cuerpos y huesos de difuntos. La selva reptaba de noche, robaba las gallinas de los gallineros, degollaba patos, se comía el maíz y el frijol, se escurría por los corredores y ventanas, entraba a las habitaciones y lentamente iba penetrando nuestras bocas y fosas nasales, hacía su nido en nuestros cuerpos, en nuestros huesos y en nuestra sangre.


No hay comentarios.: