Por: Eduardo Huchín
De entre mis amigos escritores, si hay alguien que sabe del horror del tránsito continuo es Nadia Villafuerte. A ella la conocí nada menos que en un autobús en movimiento, en una de esas carreteras mexicanas donde es muy difícil que la literatura acontezca en forma de lectura y preferimos que acontezca en forma de conversación. Ambos nos dirigíamos a una reunión del FONCA y si su última frase fue “Me quiero ir a El Paso” o “El chino de los becarios de Arquitectura trae coca”, no lo recuerdo bien y no importa porque ambas oraciones dan una idea esclarecedora de lo que Nadia escudriñaba en los rostros de los demás: el deseo de estar en otro sitio.
De entre mis amigos escritores, si hay alguien que sabe del horror del tránsito continuo es Nadia Villafuerte. A ella la conocí nada menos que en un autobús en movimiento, en una de esas carreteras mexicanas donde es muy difícil que la literatura acontezca en forma de lectura y preferimos que acontezca en forma de conversación. Ambos nos dirigíamos a una reunión del FONCA y si su última frase fue “Me quiero ir a El Paso” o “El chino de los becarios de Arquitectura trae coca”, no lo recuerdo bien y no importa porque ambas oraciones dan una idea esclarecedora de lo que Nadia escudriñaba en los rostros de los demás: el deseo de estar en otro sitio.
Desde la primera compilación de cuentos que le leí, Barcos en Houston, Nadia escogió una geografía donde cualquier ciudad era apenas un retén en el camino. ¿Te gusta el látex, cielo?, su libro más reciente, nos confirma ese talento suyo para fotografiar cuerpos en movimiento. No es algo fácil. En manos de otro narrador, las figuras saldrán con seguridad borrosas, pero Nadia logra lo que todos ansiamos desde el primer escrito: que las caras sean reconocibles. Porque al fin de al cabo, ¿qué es la literatura sino el arte de capturar un rostro a punto de desencajarse?
La prosa para cuentos de este tipo debe ser como el equipaje del que huye: ligero y necesario. Nadia ha tenido la pericia de dejar todo lo estorboso fuera de su libro a través de una narrativa de frases cortas y diálogos afilados, de personajes en situaciones límite y seres para quienes la cotidianidad no es menos tóxica que las drogas. Dado que Nadia no tiene problemas en mostrar los sellos de su pasaporte literario –Homes, Carver o Bolaño, a quienes incluso agradece al final del libro- hemos de suponer que esas “paradas obligatorias” son una trampa: ella sabe muy bien que ha recorrido mucho más de lo que dicen sus papeles.
Exacto y agilísimo, ¿Te gusta el látex, cielo? se parece mucho a esos viajes que se han salido del itinerario: terribles, divertidos, hirientes e inolvidables. Llenos de gente impulsiva que toma decisiones o acompañantes endebles que dejan a otros tomarlas por ellos, los viajes necesitan la irrupción de los desconocidos, el cruce de caminos, eso que en los momentos más trágicos es una colisión de autos y en los más afortunados es una amistad duradera. En los cuentos de Nadia Villafuerte la gente emigra para encontrarse, ya sea con rostros anónimos que de repente se vuelven familiares o amantes ante quienes descubrimos nuestro total desinterés por sus vidas.
¿Te gusta el látex, cielo? es una bitácora carretera, en donde una veintena de personajes desesperados se esfuerzan por escribir en alguna parte: “Usted se encuentra aquí”. Universitarias que aceptan huir con sus asesores de tesis (conozco dos casos reales), guatemaltecos que cruzan la frontera en busca de venganza, un travesti que ha comprado a una niña hondureña. Se diría que Nadia retrata gente a la que le ha tocado vivir en camiones de paso, pero la sala de espera de la literatura nos reúne a todos, lectores y personajes por igual, porque quizás todos aguardamos lo mismo: que el destino nos lleve a alguna parte.
¿Te gusta el látex, cielo? es una bitácora carretera, en donde una veintena de personajes desesperados se esfuerzan por escribir en alguna parte: “Usted se encuentra aquí”. Universitarias que aceptan huir con sus asesores de tesis (conozco dos casos reales), guatemaltecos que cruzan la frontera en busca de venganza, un travesti que ha comprado a una niña hondureña. Se diría que Nadia retrata gente a la que le ha tocado vivir en camiones de paso, pero la sala de espera de la literatura nos reúne a todos, lectores y personajes por igual, porque quizás todos aguardamos lo mismo: que el destino nos lleve a alguna parte.
Y es quizás la imagen de la estación de autobuses la que mejor define el libro de Nadia. La ilusión de estarnos moviendo, aunque no sea verdad. En el relato “What are you looking for”, una chica, Grey, vuelve a casa después de pasar algunos meses en El Paso y Houston. Después de ver “a qué se reducía su deseo de huir”, como dice la autora, la estudiante ve de otra manera a una familia que la atosiga con todo tipo de preguntas y una frase que en otro contexto parecería inofensiva: “Viniste antes de tiempo”.
Dada la historia que rodea a Grey, la cita adquiere la densidad de un diagnóstico. Es este retorno y no la huida lo que da cuenta de que hemos cambiado. Sobre esta habilidad literaria quisiera añadir una cosa. Hay una expresión que por su presencia en las noticias policiacas siempre me ha dado curiosidad: objetos contundentes. Eso son las frases de los personajes de este libro: objetos contundentes, enseres comunes que sirven de armas en tiempos de crisis. “Buenos días” que golpean, preguntas, afirmaciones, interjecciones que nos dejan maltrechos.
Pero tampoco les voy a contar demasiado. Lo que menos quiero es que este sea un tríptico turístico, un canal Travel & Living que sustituya la experiencia del viaje (que es lo que buscamos en las reseñas literarias aquellos pobres perros que, como yo, no tienen dinero para el boleto). Entiéndanse mis comentarios más como un chisme, una murmuración de lo que me ha pasado en mi tránsito sin mapas a través de ¿Te gusta el látex, cielo?
Yo no sé qué quieran ustedes que les cuente sobre mi estancia en este libro. Una presentación es como aquella cena de bienvenida en el que todos quieren saber y uno no quiere decir muchas cosas. Yo soy de los que vuelvo con pocas anécdotas y la maleta llena de libros, quizás porque los libros son los únicos papeles migratorios que vale la pena tener. Eso significa que soy malo para las presentaciones, pero soy bueno a la hora de prestar un libro.
Y hablando de viajes, hay algo más que quisiera decir de ¿Te gusta el látex, cielo? ¿Recuerdan aquella frase común que dicen los amigos al hablar por teléfono cuando no hay ya nada que decir?, “¿Qué estás haciendo?”, saludan. Es una pregunta casi existencial, casi juiciosa, casi dolorosa cuando todo mundo siente que has estado demasiado tiempo en un mismo lugar. Después de este libro tengo ya una respuesta.
¿Qué estás haciendo?
Las maletas.
(Presentación del libro ¿Te gusta el látex, cielo?, 5 de febrero de 2009)
¿Qué estás haciendo?
Las maletas.
(Presentación del libro ¿Te gusta el látex, cielo?, 5 de febrero de 2009)
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