lunes, 16 de septiembre de 2013

La magia del circo



La magia del circo IV

Por: Alejandro Aldana Sellschopp.

Para: Luz y Emiliano.


El Circo de Edmundo Piler era el único que llegaba al pueblo. Nuestros abuelos contaban que en los años cincuenta, del siglo pasado, había llegado un circo cuyo redondel, la parte del costado, estaba constituido de petates, el nombre del aquel singular circo lo habían olvidado.
Al llegar al campo aéreo quisimos sumarnos a los muchachos de la secundaria que ayudaban a levantar el circo. Edmundo Piler se veía en la necesidad de “contratar” a hombres de las localidades que visitaban para los trabajos de izar el redondel y levantar la galería, entre otros trabajos pesados. Al tratarse de un circo pobre, la única bonificación era un pase de entrada para alguna de las funciones y claro, tener el honor de ser parte del espectáculo, aunque fuese por una horas.
Nosotros, niños de tercer año de primaria, simplemente observábamos, ya que nunca nos dejaban “trabajar”, debíamos conformarnos con juguetear con las sogas, ver a Edmundo Piler dirigir las labores, estar cerca de los artistas: payasos, domadores, alambristas, trapecistas y magos. Ahí los veíamos sin camisa levantando fierros y lazos, acarreando tablas, trayendo aserrín y virutas de las carpinterías del pueblo.
El circo de Edmundo Piler no contaba con zoológico, así llama la gente de circo al lugar donde están los animales, simplemente amarraban a una estaca al cerdo que hablaba, el guajolote que bailaba el jarabe tapatio sobre un comal caliente, tres famélicos perritos amaestrados, dos cabras y un chivo negro.
Cuando teníamos un poco de suerte, los niños, hijos de los hombres y mujeres del circo, accedían a jugar con nosotros, era fantástico verlos hacer marometas, contorciones y saltos mortales con gran facilidad.
Instalar al circo en el campo aéreo tenía sus desventajas, como aquella tarde en que una avioneta, que no pudo aterrizar en uno de los ranchos dedicados al cultivo de café, regresó al pueblo para aterrizar en medio de la función circense. A penas tuvimos tiempo de salir corriendo, los hombres del espectáculo alcanzaron a desatar lazos y correas, salvando la mitad del redondel, la avioneta aterrizó llevándose una parte de la lona sobre el parabrisas. Esa tarde el payaso Rabanito no atendió a nadie, ya que fue él quien salió volando sobre el graderío y requirió que lo trasladarán al hospital del pueblo.
A partir de ese día las funciones se cambiaron de lugar, ahora se utilizaba un terreno a un costado de la pista de aterrizaje. Nunca más un avión interrumpiría la función de circo.

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