La
magia del circo IV
Por:
Alejandro Aldana Sellschopp.
Para:
Luz y Emiliano.
El
Circo de Edmundo Piler era el único que llegaba al pueblo. Nuestros
abuelos contaban que en los años cincuenta, del siglo pasado, había
llegado un circo cuyo redondel, la parte del costado, estaba
constituido de petates, el nombre del aquel singular circo lo habían
olvidado.
Al
llegar al campo aéreo quisimos sumarnos a los muchachos de la
secundaria que ayudaban a levantar el circo. Edmundo Piler se veía
en la necesidad de “contratar” a hombres de las localidades que
visitaban para los trabajos de izar el redondel y levantar la
galería, entre otros trabajos pesados. Al tratarse de un circo
pobre, la única bonificación era un pase de entrada para alguna de
las funciones y claro, tener el honor de ser parte del espectáculo,
aunque fuese por una horas.
Nosotros,
niños de tercer año de primaria, simplemente observábamos, ya que
nunca nos dejaban “trabajar”, debíamos conformarnos con
juguetear con las sogas, ver a Edmundo Piler dirigir las labores,
estar cerca de los artistas: payasos, domadores, alambristas,
trapecistas y magos. Ahí los veíamos sin camisa levantando fierros
y lazos, acarreando tablas, trayendo aserrín y virutas de las
carpinterías del pueblo.
El
circo de Edmundo Piler no contaba con zoológico, así llama la gente
de circo al lugar donde están los animales, simplemente amarraban a
una estaca al cerdo que hablaba, el guajolote que bailaba el jarabe
tapatio sobre un comal caliente, tres famélicos perritos
amaestrados, dos cabras y un chivo negro.
Cuando
teníamos un poco de suerte, los niños, hijos de los hombres y
mujeres del circo, accedían a jugar con nosotros, era fantástico
verlos hacer marometas, contorciones y saltos mortales con gran
facilidad.
Instalar
al circo en el campo aéreo tenía sus desventajas, como aquella
tarde en que una avioneta, que no pudo aterrizar en uno de los
ranchos dedicados al cultivo de café, regresó al pueblo para
aterrizar en medio de la función circense. A penas tuvimos tiempo de
salir corriendo, los hombres del espectáculo alcanzaron a desatar
lazos y correas, salvando la mitad del redondel, la avioneta aterrizó
llevándose una parte de la lona sobre el parabrisas. Esa tarde el
payaso Rabanito no atendió a nadie, ya que fue él quien salió
volando sobre el graderío y requirió que lo trasladarán al
hospital del pueblo.
A
partir de ese día las funciones se cambiaron de lugar, ahora se
utilizaba un terreno a un costado de la pista de aterrizaje. Nunca
más un avión interrumpiría la función de circo.
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