por: Javier Hernández Alpízar
En México, una manifestación más de la colonialidad de la cultura, eso que denunciara el documentalista Francesco Taboada en la versión masiva, la de las televisoras privadas y el cine comercial, es la importación académica de modas intelectuales de alguna metrópoli.Así como en el cine la metrópoli es Hollywood, en las reflexiones teóricas la metrópoli es París, eso no ha cambiado desde los tiempos de Porfirio Díaz. Y los franceses cambian de teoría cada quince o veinte años, luego esas modas teóricas van llegando en círculos concéntricos hacia las ciudades de América Latina, primero a las capitales y luego a las “provincias”, como diría un romano antiguo.Una de las modas que en las metrópolis se encumbró y luego hicieron eco las sucursales en las colonias “indianas” del siglo XX e inicios del XXI, fue la de declarar que la realidad ya había pasado a mejor vida, y que ahora vivimos en el simulacro, el espectáculo, la representación. La exacerbación del punto de vista moderno (ya Kant, Schopenhauer, Nietzsche y otros habían visto el mundo como representación, y el tercero se había autocriticado por ello) se volvió el último hito teórico: somos una sociedad del espectáculo.Esa forma de razonar extrapola la forma de vida de algunos pocos individuos en algunas ciudades del mundo y supone la universalidad de sus vivencias: la era del vacío que padecen, los bien acomodados, en París o alguna otra capital europea debe pesar lo mismo en Asia, Africa y América Latina.Muchas veces esos puntos de vista son útiles al poder, porque desvían las discusiones académicas, literarias, periodísticas hacia temas que no incluyen el cuestionamiento de los señores de la guerra y del dinero. En lugar de pensar en la emancipación del ser humano, tema “pasado de moda” (”trasnochado” dicen los conservadores) como el Che Guevara y Jean-Paul Sartre, se concentran los discursos en la liberación sexual y en la tremenda lucha por la liberación en el discurso: tomar por asalto la gramática, el diccionario o la tanga y el preservativo, pero dejar en paz la Bastilla: el capital, el estado, los medios de masas, las organizaciones y la guerra.Por suerte, hay quienes sí se autocritican y desdicen sus posiciones, escritas y publicadas, no por un cambio en el “paradigma” de moda, sino por la reflexión continuada sobre el mismo tema. Así hizo Susan Sontag en su libro “Ante el dolor de los demás” (2003*) al criticar algunas opiniones expresadas por ella misma en su libro “Sobre la fotografía” (1997).“Ante el dolor de los demás” recopila una serie de reflexiones sobre la fotografía de guerra y cuestiona el papel que ver semejantes imágenes puede cumplir para quien no vive la guerra en carne propia, sino que la observa por fotografías, grabados, películas, por eso está su conciencia (o se niega a estar) “ante el dolor de los demás”.Las reflexiones que elaboró la escritora norteamericana (desafortunadamente ya fallecida, son contadas las voces de semejante calidad crítica en los Estados Unidos y en el mundo, y la muerte de cada una es una gran pérdida, como lo fue la muerte de Edward Said o la de Andrés Aubry) son para pensar y discutir largamente, especialmente en un país donde el estado, el gobierno, se prepara para una guerra interna, una violencia de estado como “control de la población” que en el mundo ha sido probada por los franceses en Argelia, los yanquis en Vietnam, los israelíes en Palestina, los militares argentinos y guatemaltecos en sus países y ahora los gobiernos mexicanos, de 1994 a la fecha, han venido ensayando en todo el país, con algunos momentos álgidos como Acteal, Atenco, Oaxaca y recientemente de nuevo Chiapas. Negar la existencia de la guerra, o reducirla a unas cuantas calles de una ciudad o unos cuantos municipios de un estado, negar la existencia de masacres o buscarles explicaciones que exculpen a los gobiernos y a sus grupos paramilitares, es una labor a la que se dedican intelectuales mercenarios como Héctor Aguilar Camín, Carlos Tello Díaz o Gustavo Hirales.Pero también es una forma de negar la guerra (y hacerse cómplice) el discurso, algo más sofisticado, de negar la realidad y reducirlo todo a un espectáculo (curiosamente, tal y como el poder desea: Estados Unidos carboniza humanos en Afganistán e Irak, pero prefiere que por televisión sólo se vean luces en un cielo nocturno).Pero regresemos a la reflexión autocrítica de Susan Sontag: “La afirmación de que la realidad se está convirtiendo en un espectáculo es de un provincianismo pasmoso. Convierte en universales los hábitos visuales de una reducida población instruida que vive en una de las regiones opulentas del mundo, donde las noticias han sido transformadas en entretenimiento; ese estilo de ver maduro, es una de las principales adquisiciones de ‘lo moderno’ y requisito previo para desmantelar las formas de la política tradicional basada en partidos, la cual depara el debate y la discrepancia verdaderas. Supone que cada cual es un espectador. Insinúa, de modo perverso, a la ligera, que en el mundo no hay sufrimiento real. No obstante, es absurdo identificar el mundo con las regiones de los países ricos donde la gente goza el dudoso privilegio de ser espectadores, o de negarse a serlo, del dolor de otras personas, al igual que es absurdo generalizar sobre la capacidad de respuesta ante los sufrimientos de los demás a partir de la disposición de aquellos consumidores de noticias que nada saben de primera mano sobre la guerra, la injusticia generalizada y el terror. Cientos de millones de espectadores de televisión no están en absoluto curtidos por lo que ven en el televisor. No pueden darse el lujo de menospreciar la realidad.”En este aspecto, el poder no es tonto, por ello las fotografías o los documentales que informan y muestran la guerra no son transmitidos, como el título de la película sobre Venezuela y su revolución bolivariana: “La revolución no será transmitida”. Así la guerra no será transmitida, pero sí la propaganda contrainsurgente de los señores de la guerra, le versión oficial.El manejo de las imágenes y la información en los medios de masas en México excluye hablar de los paramilitares del PRI, el PRD y el PFCRN en Chiapas (y le da espacios de televisión a sus intelectuales orgánicos, “el abono del estado”, como Aguilar Camín o Enrique Krauze), excluye hablar de los paramilitares que han actuado ya no sólo en Chiapas, Oaxaca y Guerrero, sino recientemente en Chihuahua. No muestra la brutalidad policiaca y militar en Atenco, Oaxaca, Michoacán, Zongolica y Sonora. Porque no cree que simplemente la gente lo verá como un espectáculo. En París, tal vez, pero no todo el planeta es París.Sin duda, para los fotógrafos, los reporteros, los videoastas que están tratando de mostrar la guerra en México (y que sólo pueden hacerlo por internet, en publicaciones de escasísimo tiraje y en documentales) será muy importante reflexionar, como ha hecho Susan Sontag en sus libros Sobre la fotografía y Ante el dolor de los demás.Será necesario pensar en la estética y la ética de las fotos e imágenes de guerra, en el compromiso humano (y por ende político) de mostrar a los mexicanos lo que el poder les quiere ocultar, como lo ha hecho, para poner solo uno de los ejemplos que tienen mejor distribución Canal Seis de Julio, con sus trabajos Tlatelolco: claves de la masacre; Halcones; Acteal: estrategia de guerra; Chiapas, la otra guerra; Digna y Atenco: romper el cerco, para mencionar sólo algunos de sus trabajos.Ryszard Kapucinski señaló que en sus viajes de periodista por muchos rincones del mundo, casi siempre como reportero de guerra, encontró que hay millones de seres humanos que no ven televisión o cuyas vidas no tienen la televisión como tema central. Los zapatistas se burlaban en 1994 de que la propaganda salinista de que México ya estaba en el primer mundo no les llegaba, porque “ni tenemos televisión”, ni energía eléctrica.Ese provincianismo de Jean Baudrillard y sus sucursales en México y países pobres, pensar que es universal la abulia ética que produce la sobreexposición a las imágenes de guerras en países lejanos, se repite con frecuencia en Jalapa y otras ciudades del país, incluso en Chiapas, en medio de la guerra, hay escritores que viven como si estuvieran en Disneylandia, dice Alejandro Aldana Sellschopp. Ante la indolencia que ven en sus compañeros de trabajo, de barrio o de club literario, suponen que el país está dormido. Arriba no piensan lo mismo. Por ello George Bush está gestionando miles de dólares en ayuda militar para Felipe Calderón. Se preparan para la guerra contra el pueblo, y tratan de hacerla una “guerra civil”, con paramilitares, militares y policías de civil, o de porros como en la UNAM de Juan Ramón de la Fuente y la Oaxaca de Ulises Ruiz (ambos recibieron sus territorios gobernados de manos de la PFP), mientras sus intelectuales a sueldo fabrican una verdad a modo, incluidos los voceros de la pejemanía con su filosofía de “no exagerar”: ¿qué son “unos cuantos” paramilitares perredistas?Los reporteros gráficos, y los reporteros en general, que investigan la realidad mexicana, tendrán mucho que reflexionar, y sobre la marcha, de su trabajo y la manera como reaccionan ante él otros mexicanos, en cuyos hogares la guerra no se ha hecho sentir de manera directa aún. Por ejemplo, el temor al rechazo de la información y la baja de raiting: “La gente puede retraerse no sólo porque una dieta regular de imágenes violentas la ha vuelto indiferente, sino porque tiene miedo.”O bien, una de las conclusiones finales de Susan Sontag: “No podemos imaginar lo espantosa, lo aterradora que es la guerra; y cómo se convierte en normalidad. No podemos entenderlo, no podemos imaginarlo.”No obstante, hay que reportear esa realidad, como lo vienen haciendo unos pocos medios, especialmente los alternativos, para evitar que la guerra mate en secreto y en silencio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario