lunes, 28 de enero de 2008

Bajo la máscara de William Shakespeare TRES

Los días terrenales

Por: Alejandro Aldana Sellschopp.

En el transcurso de esta semana ha sucedido algo que me obliga a escribir nuevamente sobre William Shakespeare, después de mucho meditar, hacer sumas y restas, anotar los pros y contras me decidí a adquirir la obra completa de Borges, así que sin más preámbulos entré a la página electrónica de Gandhi, solicité los libros, y me dispuse a esperar.
Más rápido que tarde (tres días después) el repartidor de ESTAFETA llamaba a mi puerta para entregarme los cuatro tomos, excelente presentación, contenido insuperable, buenos tipos gráficos, todos los textos escritos por el sabio Borges organizados a partir de un riguroso criterio cronológico, a todo esto debo agregar que los libros costaron poco en realidad, considerando el envío, la importancia de la obra y mi franca admiración por el autor.
A Borges lo he leído y releído a través de mi vida en libros sueltos, revistas y en dos horrendos tomos con pastas verdes que hice fotocopiar hace muchos años de las “obras completas” (que no resultaron tales), de un libro descomunal que descubrí en la biblioteca de mi pueblo. Aún hoy suenan en mi mente (más como rebuznos que argumentos), las voces de algunos amigos que denostaban la obra de Borges por no estar “comprometida”, por aceptar una medalla del sanguinario Pinochet, que hay que decirlo le costó al propio Jorge Luis no ser elegido para el nobel de literatura, galardón que merecía el gran Borges, aquellos adolescentes acusaban al escritor argentino de ser muy superficial, intelectualizado sin necesidad, otros le recriminaban su apoyo a la invasión de las islas Malvinas, y un largo etcétera. Si bien Borges puede ser despreciable como ser humano, cosa que me parece una exageración, uno se reconcilia inmediatamente con el autor cuando leemos cualquiera de sus páginas.
Al tener los cuatro tomos no pude resistir las ganas de leer desordenadamente algunos textos, y sin más plan abrí el tomo tres en su página 473, cuyo titulo constituía para mí un llamado casi mágico: La memoria de Shakespeare. El cuento es magnifico, el argumento trata de un hombre de nombre Hermann Soergel, quien en un congreso shakesperiano conoce a Daniel Thorpe, con el que visita una taberna donde sin más le ofrece la memoria de Shakespeare, “desde los días más pueriles y antiguos hasta los del principio de abril de 1616”. El personaje arremetió tratando de convencer a Soergel para que aceptara el regalo: “Tengo, aún, dos memorias. La mía personal y la de aquel Shakespeare que parcialmente soy. Mejor dicho, dos memorias me tienen. Hay una zona en que se confunden”. Soergel, que amaba en demasía a Shakespeare, dijo: “Acepto la memoria de Shakespeare”. Ya en su soledad Hermann reflexionaba: “…sería mío, como no lo fue de nadie, ni en el amor, ni en la amistad, ni siquiera en el odio”. Así poco a poco la memoria de Shakespeare fue apoderándose de Hermann Soergel.
Después de leer la hermosa narración volví a pensar a William Shakespeare, primero como individuo, el genio que fundó un idioma, y hasta me atrevería a decir el carácter de un pueblo a través de su obra, y en segundo lugar como colectividad, en todos esos que fueron o pudieron ser el verdadero William Shakespeare.
Revisando el segundo tomo de las obras completas de Borges me encontré cierta respuesta, una pista para resolver el acertijo de mis conjeturas, a estas alturas Shakespeare se ha convertido en un fantasma a veces chocarrero, a veces temerario, iracundo y molesto en el eterno insomnio de mis noches, ahí en la pagina 20 un ensayo titulado La flor de Coleridge, aportaba su buena dosis de solución. Borges comienza el texto mencionando que hacia 1938, Paul Valéry escribió: “La historia de la literatura no debería ser la historia de los autores y de los accidentes de su carrera o de la carrera de sus obras sino la Historia del Espíritu como productor o consumidor de literatura. Esa historia podría llevarse a término sin mencionar un solo escritor”.
Es harto sabido que la historia de la literatura es en muchas de sus veces la historia de los egos creadores, nos interesa su vida cotidiana, preocupaciones, manías, pasatiempos, filias y fobias, muestra de ello ha sido el éxito comercial que ha tenido el Borges de Bioy Casares, muchos libros de memorias o biografías de algunos escritores se han vendido y leído más que sus propias obras. El autor se ha convertido en la estrella del firmamento, se ha colocado por encima de sus propias creaciones, las cuales no se justificarían por sí mismas, ejemplos sobran. Aquello de que la vida del artista es parte de su obra, la vida como obra de arte y más opiniones al respecto han provocado un pequeñísimo número de autores interesantes, y un inmenso caudal de pésimos poetas, que confundieron la bohemia (¿aún se ocupa está palabra?), el escándalo con la creación de una obra seria y de innegable valor estético. Ahora mismo recuerdo a un amigo aprendiz de poeta que bebía noche tras noche, declamaba cual declamador sin maestro obras casi completas de Baudelaire, Rimbaud, y Verlaine, cada visita a la cárcel era una celebración, caminar desnudo por las calles o espantar al burgués era su pasatiempo favorito, ante mi pregunta: “¿Cuándo vas a escribir algo que valga la pena?, que por lo menos uno de tus poemas no nos causen pena ajena”, él fumando en pipa y acomodándose la boina me contestaba desde su parnaso: “Primero crearé el mito, y después la obra”, hoy no dejo de sentir pena por él cada que lo visito en su oficina de recaudación.
En fin en próximas entregas seguiré persiguiendo ese fantasma llamado William Shakespeare aún cuando entiendo que como diría Shelley: “Todos los poemas del pasado, del presente y del porvenir, son episodios o fragmentos de un solo poema infinito, erigido por todos los poetas del orbe”.

1 comentario:

Fabián Rivera dijo...

Me parecen buenas consideraciones. UN saludo y abrazo de tu amigo, el niño artillero.