lunes, 21 de diciembre de 2009

La poesía de Chiapas, Río de Heráclito

LA POESÍA DE CHIAPAS, RÍO HERÁCLITO

por: Roberto López Moreno

Extracto del libro: Vuelo de tierra.

SIEMPREQUESEHABLAde la poesía de Chiapas, surgen luminosos los nombres de dos de los escritores que podríamos llamar de todos los tiempos… Y de todos los lugares: Jaime Sabines y Rosario Castellanos, alto ejemplo el de ambos de talento ycultura, ambos dueños de una sensibilidad que ha ayudado con mucho a acrecentar el prestigio de la poesía de Chiapas en el ámbito cultural de nuestros días. La poesía de Sabines y de Castellanos, sin necesidad de lo explícito, ha sido levantada a soles y agua de nuestro tró- pico, de una zoología retumbante que se mueve con la misma fuerza de la vegetación que la hace posible, en síntesis, una poesía en la que hablan con el mismo poder convocador, la historia, y el paisaje en donde se ha desarrollado.

En los dos poetas mencionados su expresión surge de ese ámbito maravilloso que envuelve a los territorios del sureste (sin caer en lo explícito, insisto); el gran poder está ahí, en cada línea que deja sentir su peso categórico sobre el papel y sin embargo tanta sustancia, tanta sabia en movi-

miento, busca formas de expresión contemporáneas creando poesía única y plural al mismo tiempo, una poesía que es, gracias a las enseñanzas que para ella han dado las máximas expresiones de la poesía universal. Nos encontramos sin duda alguna ante dos energías que han modelado el sentimiento y la expresividad de toda una época, no sólo en Chiapas, sino en México y aún más allá de nuestras fronteras nacionales. Por todo ello el binomio poético Sabines-Castellanos constituye un testimonio de nuestra

que la piedra hablara de memoria, antiguo enlazamiento de la gris sustancia con su aéreo sueño florecido en corola de azules desde el verde. En el cielo y en el barro, nudo perfecto y una pluma de escritora, de la que lermamos la perma-nencia de lo eterno, a sorbos de infinitud, tinta escribiendo. Hay dos compases en el tiempo que establecen su existencia de arco. El primero, se desprende de aquel deslumbramiento de eco asbaje, triunfo total de la su inteligencia ardiendo, femenino relámpago, vibra septentrional, tea de las Américas naciendo de las aguas alimentadas por el fuego. La otra –y aquí me atengo peatonal a un verso mío:

“une dos estaciones: Aurora-Rosario,/ de norte a sur, abrazo de espinas/ entre reyes y castellanos en las horas heroicas/ de la savia y el granito”. Cierro el verso, pero queda abierto el encuentro de dos polos, de norte a sur, de sur a norte, del dolor a la rabia, del alma del cuerpo al alma de la piedra, cátodo y ánodo inventándonos el voltio nuevamente, balastros definidos en balastras. Un Rosario de auroras y una Aurora de rosarios, pero aquí no de untos religiosos, ¡qué va!, aquí es tan sólo sucesión de cumplidas maravillas. Y vuelto a la poetisa de este sur tan nuestro más lo eterno, quiero decirles… Es chica mi palabra para decir Rosario. Para decir Rosario Castellanos. Aquí enmudezco.

Lingüística heredada por nuestros poetas actuales. La nueva poesía chiapaneca, mito o realidad, es el tema de esta convocatoria y he de confesar que no entiendo bien el espíritu de este planteamiento; creo que no hay motivo

para dudar que la nueva poesía en Chiapas es una realidad tan presente, como el estremecimiento vegetal y humano del que nace. Después de la diada formada por fray Matías de Córdova y Rodulfo Figueroa, tramontados los años se puede hablar de la nueva poesía chiapaneca representada

en sus grados óptimos por la obra de un Jaime Sabines o de una Rosario Castellanos. Pero dentro de las corrientes del río de Heráclito tenemos que aceptar –verdades ahora ya de Perogrullo– que nada nace de la nada y que esa poesía nueva es producto causal del salto cualitativo que en todos los casos proviene de un esta dio superior de la cantidad hechizada, como diría el cubano de Trocadero. Así, hurgando en nuestro conciente poético, damos con la otra diada, la tensión eléctrica que parte de la cantidad hechizada o más bien, que constituye la nueva forma de su expresión, la sustancia del salto. Es que ahora hablo de los inauguradores de la nueva poesía en Chiapas, de

los que hicieron posible finalmente, con su estudio y con su trabajo un nuevo universo verbal, de los que pusieron la primera piedra- hablando de Chiapas tendríamos que decir, el primer río, el primer sol– para el edificio del nuevo deslumbramiento. Hablo ahora de los poetas Santiago “Chanti” Serrano y sobre todo de don Armando Duvalier, a quienes la nueva poesía de Chiapas les debe tanto.

Estamos en la curva de la espiral. El segmento es la totalidad del cuerpo dinámico. Se inicia con la marcha a través de los muros innombrados de la botánica. Los caminos están por hacerse, los parajes y las cosas por nombrarse. Es el momento de los deslumbramientos, del pie que inaugura

y asienta su huella en lo que ha dejado de ser lo ignoto. La materia tiene un eco que la trasciende y la transforma, la época, un decirnos a nosotros mismos y a los demás, con el lenguaje de nuestras tradiciones y muy por encima de ellas, para elevarle hasta el juego de los futuros. Pero ni Sabines ni Castellanos nacieron de la nada, venían de muchos sueños anteriores, recorridos, ya por nuestros abuelos, ya por esos inmensos ríos que atraviesan el sureste, magníficos, imparables. Venían del tascalate y del pozol, de un quemable trago de comiteco, de una cadena de vidas que le habían dado permanencia testimonial a la selva del sur. Venían de un pasado poético, rico en posibilidades y que en ellos iba a alcanzar los vuelos más altos. Plantados en ese pretérito recordemos que por muchos años se tuvo como padre de la poesía chiapaneca al doctor Rodulfo Figueroa, ese antecedente no tan lejano nuestro formado en el discurso del romanticismo, el poeta del valle de Cintalapa que nos describe la sonrisa de la bella muerta por que el estudiante de medicina se niega a vulnerar su piel y con ello a recibir la lección quirúrgica del hosco maestro que no entiende de tales devaneos. Pero las reconsideraciones de nuestra ancestralidad poética empezaron a tramontar distancias de mayor profundidad y así fue como se llegó al que ahora sí podría ser el padre de la poesía chiapaneca, fray Matías de Córdova, a quien no se había considerado como tal, pero que ahora sorprendía a los estudiosos con un texto en verso de excelente estructura escrito a principios del siglo XIX: La tentati-va del león y el éxito de su empresa. Las de fray Matías de Córdova, primero en tiempo y Rodulfo Figueroa, con casi un siglo de diferencia, son las primeras referencias del quehacer poético en Chiapas. Señalo que en este renglón me refiero únicamente a nuestras primeras manifestaciones de arte literario en lengua española, pues existen muchas referencias de la poesía elaborada dentro del longo periodo precortesiano, dignas de detenido estudio por aparte, pero que no corresponden a la tradición.

Su testimonio lírico. De la promoción de ellos partieron las consideraciones hacia las nuevas posibilidades. Es don Armando Duvalier, el abiertamente empeñado en la experimentación; el trae a Chiapas los aires de renovación y no implanta un estilo, sino que muestra las diferentes posibilidades de los estilos, esto, dentro de un apasionado ejercicio de y por la creatividad. Duvalier es el poeta de la imaginación en la eclosión de las formas –galicismo

incorporado a las tensiones del Grijalva–. Si don fray Matías de Córdova y el médico Rodulfo Figueroa, son los padres de la poesía en Chiapas, Serrano y

sobre todo Duvalier, son los padres de las nuevas formas y los poetas que escriben actualmente en el Sureste llevan en su esencia algo de ellos (ahora estoy pensando en Ulises Córdova, en Aldana Sellschopp, en Cortés Mandujano, en Clara del Carmen Guillén, en Gómez Fuentes, en Mario Nandayapa, en los huixtlecos Cerdio e Hidalgo, en Balam Rodrigo, en…). Por extensión se podría decir que ambos: Serrano, Duvalier, son la nueva poesía en Chiapas, una realidad innegable, combustión para los mitos en los que el

hombre crece su carne y sus hogueras. convierte en la otra realidad. La caravana se pone en marcha, va tras la conquista total de la imagen.

Somos una casa que camina. Nuestra casa se encuentra en el ángulo que forman la iguana y el colibrí, la horizontalidad de la tierra; la verticalidad de lo aéreo. En ese ángulo estamos nosotros, en el disfrute y el reconocimiento de nuestra casa, la marcada con signos de siglos, con sinos de ciclos por cumplirse. Esta casa que camina y nos camina se encuentra enclavada en la curva de la espiral, por ello se mueve.

La caravana camina también en el interior del vasto domicilio, está haciendo la historia del movimiento. Bartolomé, Vásquez, Trejo, González, Borraz, Mota, Bonifaz, Ruiz, Ruiseñor, Macías, Garduño, Ovilla, López, Selvas, Wong, Cruz,

Fernández, provienen del segmento anterior de la espiral. La caravana camina y se encuentra, de pronto, con el presente destellante: Castellanos, Sabines. Y camina para encontrarse con el futuro, con los que abrirán la compuerta de la siguiente curva de la espiral: Santiago Serrano, Armando Duvalier, los que harán posible que en la tierra (iguana) y su espíritu (colibrí) inicien su marcha los Bartolomé, Vásquez, Trejo, González, etcétera. Heráclito está contento. Chiapas se le ha convertido en un solo e imbatible río que nunca será el mismo pero que será eterno. La nueva poesía en Chiapas responde desde

América a la definición griega. Desde hace tiempo se inició la promoción de una nueva poesía en Chiapas, realidad puesta en marcha por las proposiciones de Santiago Serrano y Armando Duvalier (también latieron en este empeño Rosemberg Mancilla y Eliseo Mellanes). Ellos, Serrano y Duvalier, fueron quienes inauguraron el nuevo lenguaje poético a Chiapas, los que nos pusieron al día, arrancándonos un tanto de esa ensoñación binominal del romanticismo-modernismo. A ellos, a su constante afán

de experimentación se debe en gran medida el nuevo discurso con el que las nuevas generaciones están dibujando de las actitudes añejas, por la re-creación, por el florecimiento de lo nuevo, por instaurar y fincarse en los predios de lo contemporáneo.

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