martes, 7 de agosto de 2007

EX-profeso




por: Fabián Rivera.


Esto suele suceder. No podemos librarnos de ciertas situaciones y nuestro pellejo, aun sin desearlo, siempre está en juego, ya que no caben los juegos de disculpas. Se pide únicamente que el agujero de la bala que ha de aniquilarnos sea bello y preciso, por aquello de una estética post-mortem. Esta bizarría tiene algo de sentido, pues incluso en la posteridad se busca que edificios de tal o cual envergadura sean, o bien terminados, o bien perfeccionados, con tal que no sea sólo para nuestros ojos el deleite, sino para dar fe y razón de la existencia de una forma adecuada de concebir las cosas, de reunir elementos de una realidad para dar vida a otra. Es así como la literatura tiene un lugar especial en el corazón del pensamiento humano, y una de sus ramas, en específico, la crítica, es la que con mayor fuerza exige aires de renovación, y esta exigencia, por lo general, redunda en la concepción de estéticas diversas. Pero todo ello surge de algún lugar. No todo es gratuito. Es en ese lugar, en esa duda que deviene serio cuestionamiento, donde el canon tiene más posibilidades de desarrollarse: el canon como un orden necesario, y no como rigurosidad abiertamente elitista. El canon es eso: un ordenamiento en base a ciertos criterios, para ubicar el quehacer literario más allá de lo que con tanta facilidad nos ha dado la historia. Sin embargo, el canon en cuanto al Occidente Europeo —elaborado por Harold Bloom— entraña, a pesar de sus virtudes, una dicotomía, un bifurcación cierta y dolorosa: recordando un poco a Greimas, no puede haber inclusión sin exclusión y viceversa. Esta elaborada estructura donde figuran autores milenarios, que alumbran sus palacios con lo que les permite su propia estrella, conduce a la contextualización de lo que acontece, en cuanto a ello, en nuestra cultura, por ejemplo, e implica la revisión de lo que literariamente nos conforma, y se retoma el concepto de la tradición, esa «joya arqueológica», que, en palabras de Eliot, es ignorada, sobre todo, por los jóvenes. La conciencia de la tradición es tan necesaria, y el hecho de considerar a un autor como «tradicional» no significa que es anticuado, sino que incorpora a su expresión elementos que lo constituyen culturalmente, y, al hacerlo, da continuidad a lo que se ha venido cultivando.
Para afrontar estas cuestiones, por supuesto, es requerimiento inobjetable la toma de una postura en particular, que defina la línea en la que hemos de conducirnos. Así, Benedetti está de acuerdo con actitudes que defienden lo «americano»; Vargas Llosa cree en la literatura ciegamente, y de tal manera, que su ceguera es real y enternecedoramente utópica, haciendo alusión a cuestiones por demás conocidas de su oficio, de novelista, sin aportar algo extra-ordinario. «La esencia pendular del hombre lo pasea del acto a la reflexión y lo enfrenta consigo mismo a cada instante», dice acertadamente Alfonso Reyes al hablar de la crítica. La crítica es inherente al hombre. Cualquier situación en nuestra vida necesita de un punto de vista distinto al que nosotros percibimos de ello. Es ahí donde fluye el haber crítico. No es aquella materia molesta que hace el trabajo sucio de la literatura. Es uno de sus rostros infinitos, el que aporta ese grado de lucidez que nos hace falta en un escrito. Muestra y demuestra con bases lo que nos ha faltado, o que en esencia nos pertenece y nos identifica con el mundo. De alguna manera, al escribir sobre un tema en particular, ofrecemos un enfoque de lo que percibimos, y establecemos un diálogo con el objeto de nuestro estudio, mas el afán verdadero reside en constituir un orden de eso que nos inquieta, que llama nuestra atención, tratando de darle cabida dentro de nuestro propio ideario. No es lo mismo, claro, hablar en términos de lo abigarrado, que dar vida a una materia a través del conocimiento y del examen de todas y cada una de sus partes. Así, la crítica nos ayuda a utilizar esto para llegar a cierto número de demostraciones, a un fin determinado.
La postura que tomemos con respecto a la literatura será la que nos defina como autores. No se pude ser totalmente indiferente a lo que nos circunda. En cada una de nuestras palabras debe haber un compromiso, una visión propia de lo que ocurre. Todo sea a favor del desarrollo del pensamiento humano.

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