Este poema es de Angelica Santa Olaya, dedicado a Jaime Sabines.
“A las 16:20 horas el poeta se quedó solo”,
pero él ya conocía el minuto veinte...
Al arribo del primer segundo
que exilió su aliento desde la caverna
los ojos gotearon pesares con sino de pienso.
En el tiempo redondo que mueve el trapiche
el poeta ofrendaba la sangre
sólo para continuar alimentándose de piedras.
En el minuto uno,
-ese agujero de bocas hambrientas
en que el grito campanea su llegada-
hay que convencerse a sí mismo de que se está
y se seguirá estando aún sin la propia licencia.
A las 16 horas la sal escurrió
aterrada por el guiño de una manecilla
y el tropezar de números en el redondo ataúd,
-tic-tacs lanzados al camino como guijarros-
pero él sabía de cierto que uno y uno son dos
y después la incógnita penetra la piel de la perfecta ecuación
para resultar en una doliente y solitaria unidad...
por eso admiraba sus pies-barca
que navegaban con un hombre a cuestas
y era el cariño más sincero que tenía,
el poeta sabía que las barcas
algún día
necesitan atracar para besar el numen de la tierra
aunque sea por un instante,
por eso
aunque nadie se dio cuenta
no se entristeció ni lloró
cuando al minuto veinte
lo dejaron solo,
tomó una brizna de hierba
y escribió en el blanco lienzo de su nueva casa:
“Qué bueno que te moriste Jaime…
Es hora de alimentar el salmo
que corean los gusanos
renunciando al cobijo de la caparazón.”
La medusa de tentáculos dorados
puede ahora por fin
arrancarse la máscara
que ofrenda el oído atento
mientras la metáfora trashuma las dendritas
incendiando las ideas
en el último pliegue del corazón
A las 16:20 el poeta se quedó
otra vez solo
como siempre lo había estado
con la propia voz agarrada de uñas
al silencio
un silencio verde
como de hoja que abandona la rama
en una tarde de líquidos adioses
carne expulsada del árbol
que arropó con amorosa paciencia
sin pedir más que
algún día
el sol
un tibio rayo de luz sobre los pies cruzados
para recorrer caminos
hollados de versos y sintagmas
o el viento
con su mano de menta
empujando la pluma al franquear la noche
para untar de savia la propia corteza
y paladear con ganas
sin testigos ni alborotos
la discreta y prorrogada Angélica Santa Olaya D. R. ©
soledad México, D. F. agosto 2007.
jueves, 16 de agosto de 2007
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