martes, 4 de septiembre de 2007

A 42 años de estreno de El tiempo y el agua, obra de teatro de Eraclio Zepeda

Por: Mario Nandayapa


Es muy acertado que a Eraclio Zepeda se le reconozca en el marco de actividades del Primer Encuentro de Jóvenes Escritores del Sureste de México.

Su producción publicada es de suma importancia para las letras en lengua española, y qué decir de la que se está gestando como sus últimas entregas de largo aliento Las grandes lluvias (FCE, 2005) y Tocar el fuego (FCE, 2007), ambas novelas son parte de un proyecto que se traduce en una tetralogía sobre Chiapas, que como las lluvias anuncian una buena cosecha.

Zepeda es autor de una pieza de teatro: El tiempo y el agua (en un acto y un cuerpo presente), esta obra es fértil desde los diversos prismas que ofrece la crítica literaria, tanto desde el funcionalismo como el estructuralismo, es decir la obra vista desde sus múltiples contextos o bien desde su estructura interna (autonomía literaria).

Desde la primera mirada, aquel joven Eraclio de 28 años tuvo la certeza y lucidez de identificar un hecho histórico determinante en la construcción cultural de Chiapas de la segunda mitad del siglo xx, la muerte del grabador chiapacorceño Franco Lázaro Gómez, que será el let motiv del argumento dramático.

Este suceso tiene un recarga simbólica (sucede el 3 de mayo de 1949) en su marco histórico y social, donde se inscriben diversas estrategias gubernamentales en lo cultural y científico que permitirá una dinámica sin precedentes en Chiapas, de manera que en ese periodo 1940-1960 se publicaran sendos libros capitales, la formación de la Escuela de Artes Plásticas, y del Ateneo de Chiapas (que reunirá a los intelectuales más importantes del momento), entre otras actividades significativas.

Héctor Cortés Mandujano, publicó el libro El Ateneo de Chiapas (Secretaría de Educación de Chiapas, 2006), este ejemplar trabajo de investigación da cuenta de los sucesos más significativos de este periodo, y es un primer intento por acercarse a un momento histórico que aun no ha sido indagado y reconstruido historiográficamente, de manera que es escasa la bibliografía sobre el tema, entre algunos de los títulos está: 50 años de revolución en Chiapas de José Casahonda Castillo.

Referente al ejercicio dramático, 1946 será año de su gestación con la formación del Departamento del Instituto Nacional Bellas Artes en Chiapas, así que Marco Antonio Montero iniciará la dinámica, pero pronto tendrá que dejarle el cometido a Luis Alaminos Guerrero, pues él tiene que trasladarse a San Cristóbal de Las Casas para trabajar en el Centro Coordinador Tzeltal-Tzotzil del Instituto Nacional Indigenista, junto con Rosario Castellanos crean el Teatro Petul, de manera que se sirvieron del teatro de muñecos para concienciar en diversos tópicos a la población Tzoztil y Tzeltal: Cuando al través de la obra hemos expuesto nuestra idea y propósito principal (la vacunación contra la tos ferina, por ejemplo, o el uso del DDT), se vuelve a obligar al público a que exprese sus puntos de vista, a que desahogue sus reticencias; se les interroga a fin de convencernos de que han interpretado bien nuestras palabras y tienen buena voluntad para cumplirlas. Antes de despedirse los muñecos fingen algún lance divertido, hacen reír todavía un rato más” (Rosario Castellanos, 1966).

En cambio Luis Alaminos Guerrero, inicia una labor renovadora en el ámbito dramático, operando desde Tuxtla Gutiérrez. Es amplia la lista de las obras que pusieron en escena, así como los reconocimientos que obtuvieron. El tiempo y el agua, está inscrita en ese fecundo momento, misma que fue puesta en escena por el Grupo de Teatro Experimental de Chiapas, estrenándose en el Teatro del Ateneo (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas), en el marco del Festival Dramático Zona Sur del INBA, el 22 de agosto de 1965.

El reparto estuvo constituido por Gustavo Acuña (Franco Lázaro); Romeo Gómez (El muñeco); Chela Reyes y Luis Guerrero (La voz); Martha Arévalo Osorio (La madre); Alejandro Calderón (El niño), María Cristina Müench, Virginia García y Luis Alaminos (Coro).

Se contó también con las asistencias técnicas de Luis Alaminos (Dirección y escenografía); Hugo Gordillo (Sonido); Jacobo Martínez y Gustavo Cabrera (Máscaras) y la Escuela de Artes Plásticas de Chiapas (Realización de la escenografía).

Beatriz Baz Carrascosa, Lya Engel y Enoch Cancino Casahonda, miembros del Jurado Calificador del Festival Dramático de 1965, determinaron los siguientes premios para la puesta en escena de la obra El Tiempo y el Agua: Mejor obra inédita, Mejor dirección (Luis Alaminos), Mejor actriz (Martha Arévalo) y Mejor escenografía (Luis Alaminos).

De manera suscita rescataré el tono de la pieza en cuestión, que está inscrita en el teatro experimental (o simplemente teatro moderno), que se opone al teatro tradicional y comercial. Más que un género, o un movimiento histórico, es una actitud de los artistas frente a la tradición, y la obra en su conjunto de Eraclio, está marcada por esa búsqueda formal participando en las construcciones de dos cánones literarios tanto es su discurso poético con la posición social y política del la Espiga Amotinada, y en el discurso narrativo de su primera época con la literatura indigenista. De hecho, para muchos, la noción de teatro experimental evoca simplemente un teatro en el que la técnica arquitectónica, escenográfica o acústica es nueva, mientras que la experiencia debería centrarse sobre todo en el actor, la relación con el público, la concepción de la puesta en escena o la relectura de los textos, la mirada y la recepción renovadora del hecho escénico, y por supuesto en el argumento escrito. En este caso, la obra tiene un alto carácter simbólico y poético, pero vista desde su escenificación, se contó con la asistencia de los artistas visuales de la escuela de Artes Plásticas de Chiapas, quienes diseñaron la escenografía, donde reprodujeron en gran formato los grabados de Franco Lázaro Gómez, esta imagen quedó en el entusiasmo de Luis Alaminos, que sería la idea matriz para la formación del museo de Franco Lázaro Gómez en el Centro Cultural Exconvento de Santo Domingo de Chiapa de Corzo, desafortunadamente no fue retomada esa idea original para trasladarla en la museografía.

A 42 años de la puesta en escena primigenia de El tiempo y el agua, es una obra que se actualiza (es dinámica), inscrita en un tiempo mítico, con una fuerza desbordante en cada enunciación. Eraclio ahondó en lo más profundo de sí mismo en esta obra, se sumergió en mundos humanos de gran densidad, y en esa inmersión activa se realizó a sí mismo. Si el lector y/o espectador lo hace, por su parte, esa experiencia de diálogo, funda con el autor un campo de juego común, que es a la vez un campo de iluminación.

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