San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México, a 21 de septiembre de 2007.
Para mi amigo Andrés Aubry.
Midamos los años de un hombre
por sus recorridos buscando su propia luz:
entre su conversión a materia iluminada
y el trabajo diario
media el aliento para saberse verbo puro.
¡Qué hermoso saberse un joven viejo!,
desdoblar a todos nuestros hombres
para multiplicar el abecedario que nos forma:
entre cada hombre así multiplicado
media el aliento de la historia
haciéndonos letra, símbolo vibrante, y solo.
Midamos el quehacer de un hombre
hilvanando la rotura de sus estrellas,
observando nuestro crepúsculo
en sus manos remendadas de
continentes distintos, aunque únicos:
lo hicimos con nuestra voz
y él regresa con sus idiomas a fabricar sombras.
Qué hermoso saberse un viejo joven
siempre con la energía dispuesta
para ser en la música de la tierra
el ser telúrico de partituras y campanas
jalando, empujando, exprimiendo la idea
al vuelo de las palomas,
en el leve gorjeo de los ríos
o ante la vergüenza por los actos de los hombres.
Midamos la presencia de este hombre,
por cada viaje recorriendo la historia,
el suceso dador de vida,
la acción que completa sus destellos
cuando la luna alta y voluminosa
le ilumina el futuro, sólo el futuro,
porque un joven viejo sólo es un sabio
llegando al futuro para descifrar la geografía,
el canto de la tierra, el canto de la selva
que es el canto de los hombres
haciéndose verbo sonoro y presente
llegando al futuro siendo ellos mismos.
Atte.,
José Antonio Reyes Matamoros.
Jovel a 21 de septiembre de 2007.
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