viernes, 18 de abril de 2008

Cabos Sueltos




Por: Alejandro Aldana Sellschopp.

El éxito que pueda tener una novela es algo inesperado, sobre todo partiendo de que el concepto éxito en materia de literatura no necesariamente significa: dinero, premios, reediciones, homenajes, popularidad o fama. Generalmente el novelista busca crear una obra que llene sus expectativas estéticas o por lo menos que se le aproximen, gustar al público de lectores habidos de “novedad” es un punto en el que no repara en absoluto.
Recuerdo a un novelista que lograba en reuniones de café, generar un gran interés por las explicaciones que daba sobre cómo había escrito sus novelas, matizaba sus explicaciones con datos económicos, sociológicos, filosóficos, y cuando estaba inspirado se valía de las matemáticas y el cálculo diferencial.
Uno terminaba admirando no sus novelas, que eran débiles, con personajes planos e historias anodinas, sin embargo las explicaciones de aquel autor podían emocionar a un buen grupo de parroquianos.
En cierta ocasión le propuse que en lugar de escribir novelas, escribiera cómo se estructuraron sus más de veinte libros, el escritor me retiró la palabra hasta el día de hoy. He comprado su última novela, sigue escribiendo mal; pero estoy tentado en ir a buscarlo para solicitarle que me explique cómo escribió su más reciente libro.

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El problema de la crítica literaria en Chiapas, suponiendo que esta existe, es el empeño en confundir el análisis de texto con la corrección de estilo.

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Hace unos meses me contactó un joven escritor con el objetivo de que yo le tallereara un cuento, en principio le contesté que me era imposible ya que tengo mucho trabajo y constantemente estoy viajando. Él no desistió, me argumentó que un amigo mío le había dado el número de mi celular y le había asegurado que aceptaría encantado. Debo decir que en los últimos años prefiero corregir textos de gente en verdad quiere escribir, que está dispuesta a trabajar con mucha disciplina, ya que en el pasado perdí muchísimo tiempo tratando de tallerear con gente que no tenia una verdadera convicción literaria.
Finalmente acepté. En la primera reunión pregunté al joven cuáles eran sus libros preferidos, sus autores de cabecera, en fin una plática para conocer el territorio, los intereses estéticos, y claro romper el hielo.
El muchacho me contestó muy orgulloso que no leía, sólo veía películas, porque no quería contaminarse: “No quiero vivir bajo el yugo de las influencias”.
Por supuesto que abandoné la tarea, me retiré dejándolo bajo el yugo de su ignorancia.

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Conozco a una persona que se ufana constantemente en tener amigos famosos, talentosos y extraordinarios. Uno de ellos escribió una gran novela; pero es un ermitaño no está interesado en publicar, otro es jefe de las oficinas de espionaje del gobierno, sabe todos y cada uno de los movimientos de las personas sospechosas, guarda celosamente archivos súper secretos, fotos, fichas, es un Big Brother al estilo 1984. Uno más es guerrillero con nexos con las FARC y las células bolivarianas, y le reza todas las noches a Hugo Chávez. Otro es un filósofo ( así lo llama!!!!!), cuyas ideas revolucionaran el mundo intelectual de México; sin embargo su indisciplina y desidia no le han permitido desarrollar sus ideas, mientras tanto hoy trabaja en una carpintería.
Siempre que veo a está persona me lo imagino como la portada del Sargento Pimienta, sólo mirando su tumba, rodeado de genios. Cuando lo miro pasar a lo lejos por la calle me hace pensar que lleva su cadáver a cuestas en un ataúd prestado.

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Hace algunos años un amigo me propuso que tradujéramos a T.S. Eliot, Pound, Mallarme, Camus, Gohete, y posteriormente publicáramos nuestras traducciones; por un momento creí que se trataba de una broma. Él habló del problema con las traducciones, que se hacían por personas que no eran poetas y por lo tanto desconocían los más elementales rudimentos de la creación literaria, nada sabían ellos de: ritmo, métrica, tropos, figuras, etc, y por ello estaban condenados a traducir de manera lieteral.
Después de escucharlo por largo, largo tiempo lo interrumpí para decirle que estaba de acuerdo en parte con lo que decía; pero veía algunos inconvenientes para llevar acabo la empresa que me proponía: mi inglés no me alcanzaría para realizar una traducción medianamente mediocre, y él no hablaba nada de inglés, del francés y alemán mejor ni hablar.
Mi amigo pegó un brinco, se puso rojo, comenzaron a sudarle los cachetes, me aulló que: “¡Para eso están los diccionarios!”.
Enfurecido más por sus gritos que por su ridícula propuesta, le dije que en el se conjuntaba un doble problema en cuanto a traducción se refiere: “por un lado ni eres poeta ni traductor”. Me aleje del lugar algo perturbado. Llegue a casa y tomé mi pequeño Larousse y comencé a leerlo como si se tratase de una novela.

1 comentario:

La vida de los otros dijo...

Tal vez el problema es que tienes demasiados amigos maletones, jaja.

Por otro lado, con respecto a la crítica literaria en Chiapas, yo diría también que otro problema es que, por lo general, tanto críticos (con comillas) como criticados (" ") se toman el asunto como algo personal. Como si en vez de referirse a la escritura se tuviera algo contra la persona. Falta madurez, supongo, de ambas partes, y también creo que, sin dejar de lado el análisis de textos, aunque no se diga o acepte, es importante cuidar el "estilo", entendido éste no como la impronta (" ") personal de uno sobre su trabajo escritural, sino como lo mínimamente decente. Ocurre a cada rato y en todos lados: pensamos que qué importa si no sabemos acentuar o cómo se escribe tal o cual palabra, si lo importante es lo que decimos y no cómo lo decimos. Y por eso la brecha que separa nuestra medianía de lo mínimamente decente crece y seguirá creciendo.

Finalmente, lo que más lamento, lo que me hace revolcarme, azotarme contra las paredes con espuma en la boca es que no me incluyas todavía entre tus links. Ojo, que puede costarte caro y ya no saldrás en la antología.

Un saludo