Los días terrenales
Por: Alejandro Aldana Sellschopp.
Durante años creímos a pie juntillas que la Edad Media fue el tiempo del oscurantismo, época en la que poco se avanzó en la ciencia o el arte, nos pintaron a la iglesia católica como una especie de demonio de muchas cabezas que todo controlaba, los hábitos eclesiásticos y las sotanas inspeccionaban cada uno de las obras de científicos y artistas. Hoy en día nadie sostiene esas figuraciones, afortunadamente el romanticismo se encargó de aclararnos las cosas, nos mostró con su consabido descaro que aquello era un prejuicio neoclásico.
La visión de los críticos se basó en preocupaciones filosóficas, morales o religiosas. Platón es el filósofo que permea los juicios estéticos, sobre todo en el fundamento de su idealismo, nuevamente se retoma la idea del mundo de las sustancias o arquetipos y sus meras representaciones, el arte vuelve a considerarse como la simple representación de sombras, la literatura es pues el territorio de las alegorías.
Escritores como Clemente de Alejandría, Orígenes, Tertuliano y Agustín de Hipona, se ocupan de la poesía, tratan de estudiar la verdad de la literatura y contrastarla, incluso llegan a enfrentarla con las sagradas escrituras. Además vuelven a discutir el fenómeno (permítanme llamarlo así), de la inspiración. Ahora dicha facultad de algunos poetas, ya no se considera como obra de dios o lo divino, ya no es algo que se deba agradecer a los dioses del Olimpo; por el contrario, es considerada una forma de manifestación del demonio, es por ello que los poetas corrompen el alma, distorsionan la realidad, confunden al hombre humilde y desamparado. Únicamente se reconoce una escritura como divina: La Biblia.
Digamos que el verdadero escritor es el espíritu santo, y si pensamos que cada ser humano tiene algo del hálito divino, también es su propio lector.
En la época de San Agustín las personas doctas (incluyendo a varios padres de la iglesia), sostenían que la lectura de los clásicos, constituía una perdida de tiempo, una distracción perniciosa. Se empeñaron hasta el ridículo en encontrar interpretaciones religiosas en dichas obras, argumentando que se trataban de alegorías morales directamente relacionadas con la religión católica. Para ellos no cabía duda que Virgilio había predicho el nacimiento de cristo. La Eneida no era más que un escrito que trataba sobre la salvación del alma.
Dios no abarcaba todo, por lo menos no es sus consideraciones de rigurosa ceguera analítica, algunos críticos prefirieron el mundo profano, Dante, Petrarca y Bocaccio optaron por utilizar otras herramientas de análisis.
Dante se preocupa por la interpretación de La Biblia en obras profanas, la “evidencia” la tenemos en una carta que el poeta supuestamente enviara al Can Grande Della Scala, se supone que lo escrito en dicho documento era la introducción al Paraíso de su Comedia, algunos han mencionado que podemos darnos cuenta que el gran Dante, el erudito, indiscutible Dante, poco o nada sabía de la crítica clásica. El argumento es que usa la terminología y herramientas de análisis propios de la escolástica.
Es clara su intención de enseñar, instruir, su obra pues debe tener una utilidad, además de placentera, su obra tiene una utilidad didáctica. Abiertamente y sin rodeos, esta es una característica de su “poética”, menciona seis cosas que toda obra didáctica debe tener: el tema, el motivo, la forma, la finalidad, el título de la obra y la rama de la filosofía con la que se relacione.
En la introducción de la obra el poeta debe platear información sobre el todo, lo cual permitirá un mejor acercamiento al conjunto, determinar con claridad las premisas en las que se sustenta el trabajo, no sólo aportara claridad sino también eficacia. Dante menciona que en esa parte que está escribiendo, se pueden identificar tres partes que se diferencian del conjunto: el tema, la forma y el título.
Dante expresa que su obra es polisémica, se puede leer en varios niveles de análisis: la literal, el alegórico y místico, histórico, etc. Menciona que una de las finalidades de su comedia es “apartar de su estado de miseria a quienes viven en esta vida, para conducirlos al estado de felicidad”.
Dante fue más allá en sus pesquisas críticas, escribió un tratado denominado De vulgari eloquieta, que algunos han traducido como Del habla vulgar, uno de sus objetivos era dignificar las lenguas romances, quiso estudiar todos los etilos y registros lingüísticos; pero sólo llegó a completar uno, el sublime o trágico. Para realizar tal empresa, Dante recurre al estudio de las lenguas vulgares desde su origen, identidad, historia, variantes, usos, etc.
La razón por la que Dante emprende esa imponente tarea se debe a que los hombres cultos de la época escribían únicamente en latín, despreciando las lenguas vernáculas. Dante se impuso una hipótesis: ¿se puede tener una literatura digna, si se escribe en lengua materna? Recordemos que en estas fechas, aún no existía el italiano como lengua. Dante estudia los dialectos, y se da cuenta que no le sirven para conseguir su objetivo, así que se propone conforma una lengua vernácula fuerte, necesaria, y por qué no unificadora.
Por supuesto que a estas alturas, Dante ya no se estaba moviendo en el territorio de un doctor o estudioso de la lingüística, muy concientemente se instalaba en la arena política, y ya sabemos cómo se las gastan en estos menesteres los señores del poder.
¿Todos los italianos unidos bajo el Sacro Imperio Romano? El sueño político de Dante consiguió que lo exilaran a Florencia. Dante se ocupa también de la poesía, y considera que tres son los temas fundamentales: La seguridad del Estado, el amor y la virtud. La aportación no es menor, si bien los romanos escribieron mucho de la guerra y la virtud, poco lo hicieron sobre el amor, Dante le da la misma importancia.
Me llama mucho la atención que Dante, quizá por su desconocimiento de la crítica clásica, no se ocupa de los géneros, y se obsesiona por el lenguaje y el estilo. Y es por este punto de análisis que ha Dante se le considera como el primer crítico moderno.
Por: Alejandro Aldana Sellschopp.
Durante años creímos a pie juntillas que la Edad Media fue el tiempo del oscurantismo, época en la que poco se avanzó en la ciencia o el arte, nos pintaron a la iglesia católica como una especie de demonio de muchas cabezas que todo controlaba, los hábitos eclesiásticos y las sotanas inspeccionaban cada uno de las obras de científicos y artistas. Hoy en día nadie sostiene esas figuraciones, afortunadamente el romanticismo se encargó de aclararnos las cosas, nos mostró con su consabido descaro que aquello era un prejuicio neoclásico.
La visión de los críticos se basó en preocupaciones filosóficas, morales o religiosas. Platón es el filósofo que permea los juicios estéticos, sobre todo en el fundamento de su idealismo, nuevamente se retoma la idea del mundo de las sustancias o arquetipos y sus meras representaciones, el arte vuelve a considerarse como la simple representación de sombras, la literatura es pues el territorio de las alegorías.
Escritores como Clemente de Alejandría, Orígenes, Tertuliano y Agustín de Hipona, se ocupan de la poesía, tratan de estudiar la verdad de la literatura y contrastarla, incluso llegan a enfrentarla con las sagradas escrituras. Además vuelven a discutir el fenómeno (permítanme llamarlo así), de la inspiración. Ahora dicha facultad de algunos poetas, ya no se considera como obra de dios o lo divino, ya no es algo que se deba agradecer a los dioses del Olimpo; por el contrario, es considerada una forma de manifestación del demonio, es por ello que los poetas corrompen el alma, distorsionan la realidad, confunden al hombre humilde y desamparado. Únicamente se reconoce una escritura como divina: La Biblia.
Digamos que el verdadero escritor es el espíritu santo, y si pensamos que cada ser humano tiene algo del hálito divino, también es su propio lector.
En la época de San Agustín las personas doctas (incluyendo a varios padres de la iglesia), sostenían que la lectura de los clásicos, constituía una perdida de tiempo, una distracción perniciosa. Se empeñaron hasta el ridículo en encontrar interpretaciones religiosas en dichas obras, argumentando que se trataban de alegorías morales directamente relacionadas con la religión católica. Para ellos no cabía duda que Virgilio había predicho el nacimiento de cristo. La Eneida no era más que un escrito que trataba sobre la salvación del alma.
Dios no abarcaba todo, por lo menos no es sus consideraciones de rigurosa ceguera analítica, algunos críticos prefirieron el mundo profano, Dante, Petrarca y Bocaccio optaron por utilizar otras herramientas de análisis.
Dante se preocupa por la interpretación de La Biblia en obras profanas, la “evidencia” la tenemos en una carta que el poeta supuestamente enviara al Can Grande Della Scala, se supone que lo escrito en dicho documento era la introducción al Paraíso de su Comedia, algunos han mencionado que podemos darnos cuenta que el gran Dante, el erudito, indiscutible Dante, poco o nada sabía de la crítica clásica. El argumento es que usa la terminología y herramientas de análisis propios de la escolástica.
Es clara su intención de enseñar, instruir, su obra pues debe tener una utilidad, además de placentera, su obra tiene una utilidad didáctica. Abiertamente y sin rodeos, esta es una característica de su “poética”, menciona seis cosas que toda obra didáctica debe tener: el tema, el motivo, la forma, la finalidad, el título de la obra y la rama de la filosofía con la que se relacione.
En la introducción de la obra el poeta debe platear información sobre el todo, lo cual permitirá un mejor acercamiento al conjunto, determinar con claridad las premisas en las que se sustenta el trabajo, no sólo aportara claridad sino también eficacia. Dante menciona que en esa parte que está escribiendo, se pueden identificar tres partes que se diferencian del conjunto: el tema, la forma y el título.
Dante expresa que su obra es polisémica, se puede leer en varios niveles de análisis: la literal, el alegórico y místico, histórico, etc. Menciona que una de las finalidades de su comedia es “apartar de su estado de miseria a quienes viven en esta vida, para conducirlos al estado de felicidad”.
Dante fue más allá en sus pesquisas críticas, escribió un tratado denominado De vulgari eloquieta, que algunos han traducido como Del habla vulgar, uno de sus objetivos era dignificar las lenguas romances, quiso estudiar todos los etilos y registros lingüísticos; pero sólo llegó a completar uno, el sublime o trágico. Para realizar tal empresa, Dante recurre al estudio de las lenguas vulgares desde su origen, identidad, historia, variantes, usos, etc.
La razón por la que Dante emprende esa imponente tarea se debe a que los hombres cultos de la época escribían únicamente en latín, despreciando las lenguas vernáculas. Dante se impuso una hipótesis: ¿se puede tener una literatura digna, si se escribe en lengua materna? Recordemos que en estas fechas, aún no existía el italiano como lengua. Dante estudia los dialectos, y se da cuenta que no le sirven para conseguir su objetivo, así que se propone conforma una lengua vernácula fuerte, necesaria, y por qué no unificadora.
Por supuesto que a estas alturas, Dante ya no se estaba moviendo en el territorio de un doctor o estudioso de la lingüística, muy concientemente se instalaba en la arena política, y ya sabemos cómo se las gastan en estos menesteres los señores del poder.
¿Todos los italianos unidos bajo el Sacro Imperio Romano? El sueño político de Dante consiguió que lo exilaran a Florencia. Dante se ocupa también de la poesía, y considera que tres son los temas fundamentales: La seguridad del Estado, el amor y la virtud. La aportación no es menor, si bien los romanos escribieron mucho de la guerra y la virtud, poco lo hicieron sobre el amor, Dante le da la misma importancia.
Me llama mucho la atención que Dante, quizá por su desconocimiento de la crítica clásica, no se ocupa de los géneros, y se obsesiona por el lenguaje y el estilo. Y es por este punto de análisis que ha Dante se le considera como el primer crítico moderno.
1 comentario:
Tu ortografía va mejorando. Saludos.
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