Trece poetas jóvenes de Chiapas: 1970-1986
Hace once años leí por primera vez a un poeta chiapaneco. En la librería de viejo El Cocodrilo —ubicada frente al Teatro del IMSS, sobre avenida Xola, en la Ciudad de México, y de la cual ya sólo queda el nombre en la fachada— encontré Estado de sitio, de Óscar Oliva, publicado en la colección Letras Mexicanas; devoré esa misma tarde el libro y quedé hondamente impresionado. A partir de entonces surgió en mí una continua necesidad por conocer la poesía escrita por mis paisanos. Comencé a buscar y a encontrar libros de poetas chiapanecos en los lugares más insólitos: desde una feria del libro en Juchitán, Oaxaca —ubicada entre puestos de tlayudas y hamacas—, donde en 1998 compré, entre otros, Cantar del Marrakech, de Juan Carlos Bautista, hasta una venta de garage en Mina, Nuevo León, donde adquirí por cinco pesos El espejo humeante, de Juan Bañuelos, y por la misma cantidad, una nieve de pitaya, esto en 1999.“Trece poetas de Chiapas: 1970-1986” es la continuación de ese afán lector que he extendido hacia la poesía escrita por mis coetáneos, una generación marcada sobre todo por el desconocimiento del otro: gran parte de los poetas convocados no sólo no se conocen personalmente, sino que, a pesar de ser también chiapanecos, nunca se han leído entre sí. Esta muestra es, por así decirlo, una pequeña ínsula de poetas y poemas que lleva a cuestas el peso de una tradición poética para algunos insoslayable, como la chiapaneca, pero que busca establecer su propio derrotero, su propio rumbo histórico y que, algunas veces, se aleja de esa tradición. Cierto es que con la publicación de Olvido (1890), de Rodulfo Figueroa, inicia la tradición poética moderna en Chiapas, misma que ha sido prolífica, vasta y algunas veces, tan pródiga como su diversidad natural. El ensayista chiapaneco Gustavo Ruiz Pascacio escribe al respecto:
[…] el asunto de la tradición constituye un problema central en el origen del discurso poético en lengua castellana en Chiapas […] ésta no se prolonga a más de una centuria, a partir de la presencia del primer poeta “moderno” de Chiapas: Rodulfo Figueroa (1866-1899), poeta con quien se abre el hecho de “lo público” como eje comunicativo del ejercicio poético […]”.1
Si bien Figueroa abre las puertas al modernismo en Chiapas, es hasta bien entrado el siglo XX que la poesía chiapaneca comienza a construir las bases de su tradición actual, misma que puede entenderse a través de la publicación de algunos libros trascendentales para su configuración. Apuntes para una declaración de fe (1948), de Rosario Castellanos, es, sin duda, el libro que inicia esta coyuntura. Le siguen Horal (1950) y otros libros de Jaime Sabines —Tarumba (1956) y Algo sobre la muerte del mayor Sabines (1973)—, poeta cosiderado uno de los referentes de la poesía mexicana del siglo XX. La aparición del volumen La espiga amotinada (1960) inauguró la aventura colectiva de poetas chiapanecos más prolífica del siglo pasado, misma que se consolida con la edición de Espejo humeante (1968), de Juan Bañuelos, y Estado de sitio (1971), de Óscar Oliva. Incluido en el volumen Poesía joven de México (1967), Raúl Garduño publica Poemas (1973), mientras que Joaquín Vásquez Aguilar da a conocer Cuerpo adentro (1978), Aves (¿1979?) y su magnífico Vértebras (1982). Habría que resaltar aquí que posiblemente la obra de estos dos poetas sea la más entrañable e influyente para buena parte de los autores que integran esta muestra:
la poesía escrita en Chiapas tiene su punto de inflexión en las obras fundacionales de Raúl Garduño (1945-1980) y Joaquín Vásquez Aguilar (1947-1994). Si digo fundacional es por lo que anuncia su estética: con ellos se desarticula en la entidad la contemplación y la celebración del fasto natural.2
Con la publicación de los libros Ojo de jaguar (1982), Música solar (1984) y Cuadernos contra el ángel (1988), Efraín Bartolomé se sitúa como el poeta que domina e influye el panorama literario chiapaneco de la década de 1980 y uno de los más importantes en la poesía mexicana. Erguido a penas, de Joaquín Vásquez Aguilar (1991), Reloj de malvarena (1991), de Roberto Rico, y Cantar del Marrakech (1993), de Juan Carlos Bautista son, a mi juicio, los libros de poesía más relevantes de la década de los noventa del siglo pasado. De los poetas seleccionados en esta muestra es importante señalar que el primero en publicar es Ulises Córdova (Los abismos de la voz, 1997) y cronológicamente le sigue Luis Arturo Guichard (Los sonidos verdaderos, 2000), que publica ya en el nuevo siglo.
Habría que señalar aquí la ausencia de libros de crítica literaria, y más de un siglo después de la entrada al modernismo de la poesía chiapaneca se publica la primera tentativa seria: Aproximaciones a la poesía y la narrativa de Chiapas (1997), de Jesús Morales Bermúdez, texto de carácter didáctico que intenta microhistoriar la literatura de la entidad. Sin embargo, el primer ensayo crítico sobre poesía es el cometido por Gustavo Ruiz Pascacio en Los designios de la Diosa: la poética de Efraín Bartolomé (2000), texto al que le seguiría Los fantasmas de la carne. Las vanguardias poéticas del siglo XX en Chiapas (2000), libro que inaugura el estudio de la poesía chiapaneca vista a través del ejercicio crítico de la literatura con verdadero espíritu formal.
A los poetas convocados aquí no los une claramente la tradición poética de Chiapas o bien, la han asimilado en nuevas formas y transformado: existe en esta generación una ruptura, una escisión debida tanto a razones geográficas (estar lejos del terruño) como a las de formación académica, que han permitido extender a los poetas el horizonte de su tradición literaria e intentar traicionar su propia tradición,3 es decir, abandonar ciertas formas de lo excesivamente vernáculo o folclórico. Por tanto, esta selección de poetas y poemas no representa, per se, una muestra de poesía chiapaneca o una poética provinciana. Los poetas reunidos aquí tienen las más de las veces la ambición de una literatura total en su escritura: la muestra constituye más una provincia poética, una ínsula de nómadas que han podido encontrar descanso de su largo y azaroso viaje por la poesía en estas páginas.
Al realizar este trabajo consideré como punto de partida el año de edición de Los abismos de la voz (1997), de Ulises Córdova, y como punto de llegada temporal 4 piezas danesas (2008), de Juan Carlos Cabrera Pons, en proceso de edición, lo que representa once años de poesía publicada por chiapanecos. Así, durante los últimos cinco años he compilado y rastreado libros, antologías, revistas, periódicos, suplementos, blogs, noticias de la internet, etc., que incluyen el trabajo de poetas nacidos en Chiapas a partir de 1970; efectué viajes a Chiapas (zonas Centro, Altos, Selva, Norte, Frailesca, Fronteriza, Sierra, Istmo-Costa y Soconusco), Puebla, Veracruz, Estado de México, Jalisco, y visitas a numerosas librerías de otros estados y del Distrito Federal, con el objetivo de conocer al mayor número de poetas chiapanecos nacidos a partir de ese año, entrevistarme con ellos y, principalmente, entablar un diálogo con su oficio, su escritura.
Para referirme a la cantidad de poesía escrita por chiapanecos nacidos a partir de 1970 utilizaré las palabras de Gabriel Zaid: “la selva no deja ver los árboles.”4 Vale recordar aquí que esta selección no es una antología ni una asamblea, es apenas una muestra mínima para el espacio limitado de una revista de literatura. Por eso, sin discriminación de género, religión, etnia, preferencia política o ideológica, me di a la tarea de leer, evaluar y seleccionar poemas y poetas con el criterio lector más parcial y objetivo posible. Entre los poetas seleccionados no figuran mujeres, pues no encontré alguna que tuviera una obra poética consistente, lo que, a decir verdad, es materia de reflexión. Como ejemplo podemos tomar la Antología arbitraria de poetas jóvenes de Chiapas (2005) que reúne el trabajo de treinta y ocho poetas. Incluye diez mujeres; nueve nacieron en los años setenta y una en los ochenta; tres de ellas tienen un verdadero compromiso con el oficio de la escritura, pero sólo una (Juana Karen Peñate) continúa escribiendo poesía; las otras dos han optado básicamente por la narrativa: Nadia Villafuerte (cuento, novela) y Damaris Disner (dramaturgia). Otro ejemplo de este fenómeno es Los abismos de la palabra. Antología intercultural de literatura chiapaneca (2005), que congrega el trabajo de cincuenta y un escritores, dieciséis de los cuales nacieron en las décadas de 1970 y 1980; únicamente seis son mujeres, y entre ellas figuran, otra vez, Juana Karen Peñate, Damaris Disner y Nadia Villafuerte, esta última antologada con un cuento, no con un poema. De las restantes tres, son poetas únicamente dos: Miqueas Sánchez y Ruperta Bautista. Pero el vacío de poesía escrita por mujeres nacidas en Chiapas puede leerse también a través de las antologías y muestras de poesía mexicana más recientes que incluyen a poetas nacidos en los años setenta y ochenta del siglo precedente: Un orbe más ancho. 40 poetas jóvenes (1971-1983), “En el vértigo de los aires. Muestra de poetas nacidos en la década de 1980” (Alforja, 2006) y La luz que va dando nombre: veinte años de la poesía última en México 1965-1985 (2007) no cuentan entre sus poetas mujeres a ninguna chiapaneca, siendo el porcentaje promedio de mujeres incluidas, 20.4%; incluyen, eso sí, a siete de los trece poetas chiapanecos considerados en esta muestra; el porcentaje promedio de hombres incluidos es 79.5%.
A pesar de ser Chiapas un estado multicultural y multilingüe, hay una ausencia de poesía escrita en alguna de las lenguas originarias de la entidad en esta selección. Es muy importante señalar que las y los poetas hablantes de lenguas indígenas (que son doce más las variantes, los dialectos) en muy pocos casos escriben directamente en su lengua materna. Escriben poesía primero en castellano, para luego realizar la versión de sus poemas a su idioma original. Esto me parece muy artificial. Así, en la medida en que los hablantes de lenguas originarias de Chiapas escriban poesía directamente en su lengua materna y de ésta hagan las versiones al castellano, integrando el total de su cosmovisión a las tradiciones poéticas indígena y occidental en el oficio de su escritura, hasta entonces podremos ver el gran potencial que tiene su literatura: el verdadero paso de la oralidad a la literariedad y un mayor anhelo de universalidad.
El criterio de selección de los poetas fue lo más objetivo posible. Elegí el trabajo de quienes han asumido un compromiso vital con la palabra y han logrado construir un universo poético personal de alto valor estético, un lenguaje literario que aspira continuamente a la originalidad, la autenticidad y, sobre todo, a fundar una poesía verdadera, propia de nuestro tiempo. Otro criterio importante para la selección fue que el trabajo de estos poetas es desconocido o casi desconocido en Chiapas. Del mismo modo, la elección de trece poetas obedece a una feliz coincidencia, ya que los antiguos mesoamericanos concebían el universo en tres niveles: el celeste, el terrenal y el inframundo —representados por una ceiba como axis mundi—, correspondiendo al escaño celeste del universo mesoamericano trece niveles. Al ser Chiapas parte de Mesoamérica, reparé en que el número 13 —contrario al mundo occidental— es una magnífica señal para la tarea emprendida y un símbolo de nuestra identidad.
A mi parecer, la vitalidad de la poesía de los autores incluidos aquí se debe a la considerable heterogeneidad de esta generación, y a que, en contraste con las precedentes generaciones de poetas chiapanecos, todos han cursado estudios universitarios. El caso de los poetas chiapanecos nacidos en los setenta es curioso, ya que de ellos, únicamente Bernardo Farrera Vázquez ha tenido formación universitaria en una institución chiapaneca. Los otros han desfilado por diversas instituciones —la UNAM, la BUAP, la Universidad Veracruzana, la Universidad de Santa Bárbara en California, la Universidad de Boyacá en Colombia o la Universidad de Salamanca en España. Esto puede deberse, probablemente, a que el proyecto de universidad pública no se consolidó en Chiapas sino hasta finales de los años noventa del siglo pasado (quizá posterior al surgimiento del EZLN, en 1994) y muy a principios de este siglo. Por el contrario, es interesante ver que de los seis poetas nacidos en los ochenta, sólo uno de ellos ha estudiado fuera de la entidad y del país; me refiero a Juan Carlos Cabrera Pons, matriculado en la Universidad del Claustro de Sor Juana, en la Ciudad de México, y que también cursó estudios en Dinamarca.
Otro dato interesante es la especialización universitaria de los poetas de la muestra: nueve han estudiado literatura y, de ellos, tres han realizado estudios de posgrado en la materia; Luis Arturo Guichard es doctor en filología, Víctor García Vázquez es maestro en literatura mexicana e Ignacio Ruiz Pérez es doctor en literaturas hispánicas. Hay pues, una marcada profesionalización del ejercicio literario. Es muy probable que, debido a su paso por la universidad, los poetas chiapanecos de esta generación tengan mayor conciencia crítica y la aspiración a una literatura total (gran parte de ellos incursiona, con éxito, en otros géneros), misma que ha desacralizado y desmitificado el nombre de poeta, tan caro a la tradición poética de Chiapas que obsesivamente se ha inclinado por el culto a la personalidad y la construcción de mitos alrededor de los poetas, pero que escasamente se ha preocupado por el ejercicio crítico de su poesía.
Las palabras de Ignacio Ruiz dan luz sobre la vocación literaria de los poetas incluidos en la muestra:
Más que a filiaciones y propuestas de grupo, los escritores chiapanecos recientes tienden a una sana dispersión y variedad de tonos y registros. Aunque no prevalece una sola línea formal y temática, sí se puede apreciar un rasgo común: las características de las obras revisadas parecen confirmar que la última poesía chiapaneca apunta hacia una búsqueda del conocimiento pleno de la experiencia poética y de sus posibilidades expresivas, y no a la prolija exploración del paisaje (climas, espacios) del trópico o del color local. De ahí que todos los escritores mencionados en este panorama tiendan a ver el poema como un continente verbal: un topos reflexivo donde el creador asume la factura del texto o de los referentes que le sirven para formar espacios creativos personalísimos, o simplemente para (de) construirlos a partir de la parodia y del homenaje. Esta actitud entraña un acto de conciencia frente al idioma, pues los creadores recientes de Chiapas se concentran en el poema como topos de reflexión y se adscriben a la idea de que ese espacio es eminentemente textual: un continente de palabras.5
Las páginas de este dossier están ilustradas por el artista plástico Ignacio “Nacho” Chincoya. Chiapaneco también, su obra rompe con la obsesiva tradición costumbrista y folclorista local. De inclinación neoconceptual, los tópicos discursivos de su pintura y arte-objeto se centran en la enunciación de una poética de la infancia, la reapropiación de los objetos y fetiches del yo-niño (principalmente los juguetes) y la recuperación de imágenes, artefactos e iconos populares y domésticos que “pepena” todos los días para deconstruir el mundo y montarlo nuevamente en ese “cuento de hadas” inagotable de sus representaciones plásticas. Los fragmentos de las series Tamagochi (2002), Bit acor acer ebral (2005), Robotchis (2006) y Nitanficción (2007) dan cuenta del humor, la sátira, lo absurdo, lo nostálgico y lo metafórico de la obra de Nacho Chincoya, pero son, asimismo, una relectura y una visión del Chiapas actual —tan múltiple y heterogéneo— marcado también por lo urbano y lo posmoderno.
Dejo en manos del lector esta breve muestra de la poesía escrita por la más reciente promoción de escritores nacidos en Chiapas, que es, a mi juicio, la que dará mucho de qué hablar, leer y escribir en el futuro. Y ojalá disfrute tanto como yo la lectura de estos poemas. Termino mis apuntes retomando, nuevamente, las palabras de Gabriel Zaid:
Si esta generación todavía no hace historia, ha hecho ya una poesía que confirma la buena savia de la selva, y que atrae por su riqueza, su misterio, su vitalidad ensimismada […].6
1 G. Ruiz Pascacio, “La poesía finisecular en Chiapas: entre la incertidumbre y el retorno”, Prometeo Digital, 2005. Consulta: 4 de enero de 2006. 2 Ignacio Ruiz Pérez, “Noticia de la poesía chiapaneca reciente: trazos y bitácoras”, Revista de Artes de la UNICACH, vol. 1, num. 1, diciembre de 2007, pp. 31-40, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. 3 Balam Rodrigo, “Novel poesía de Chiapas. Por una poética de la traición”, texto leído en el Encuentro de Escritores del Sureste, en el 4 Gabriel Zaid, “Noticias de la selva”, en Obras de Gabriel Zaid. marco de la 1ª Feria Regional del Libro Chiapas 2005. Ensayos sobre poesía, vol. 2, t. 2, El Colegio Nacional, México, 1993.4 Gabriel Zaid, “Noticias de la selva”, en Obras de Gabriel Zaid. Ensayos sobre poesía, vol. 2, t. 2, El Colegio Nacional, México, 1993.5 Ignacio Ruiz Pérez, ibid.6 Gabriel Zaid, ibid.
Balam Rodrigo. (Villa de Comaltitlán, Chiapas, México, 1974). Ex futbolista, diplomado en teología pastoral y biólogo. Escribe artículos de divulgación científica, crónica, cuento, ensayo y poesía. Tiene cuatro poemarios publicados: Hábito lunar (Praxis, 2005), Poemas de mar amaranto (Coneculta-Chiapas, 2006), Libelo de varia necrología (Secretaría de Cultura del Gobierno del DF, 2006) y Silencia (Coneculta-Chiapas, 2007). Obtuvo el Premio Estatal de Poesía Raúl Garduño (Chiapas, 2004), el 2º lugar en el 7º Concurso Universitario de Poesía “Décima Muerte” (UNAM, 2005), el Premio Estatal de Crónica César Pineda del Valle (Chiapas, 2005), el Premio Regional de Poesía Ydalio Huerta Escalante 2005, el Premio de Poesía Joven Ciudad de México 2006, el 3° lugar en los XLVI Juegos Florales Nacionales de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí 2007, el Premio Regional de Poesía Rodulfo Figueroa 2007 y el Premio Nacional de Poesía San Román 2007. Su obra está incluida en los libros colectivos Más vale sollozar afilando la navaja. Antología extraoficial de poetas jóvenes de México (2004), Antología arbitraria de poetas jóvenes de Chiapas (2005), Los abismos de la palabra. Antología intercultural de literatura chiapaneca (2005) y La luz que va dando nombre. Veinte años de poesía en México 1965-1985 (2007). Becario del Programa de Estímulo a la Creación y el Desarrollo Artístico del Coneculta-Chiapas en 2005 y 2007. Su libro de poesía Larva agonía será publicado este año por el Instituto Mexiquense de Cultura.
[…] el asunto de la tradición constituye un problema central en el origen del discurso poético en lengua castellana en Chiapas […] ésta no se prolonga a más de una centuria, a partir de la presencia del primer poeta “moderno” de Chiapas: Rodulfo Figueroa (1866-1899), poeta con quien se abre el hecho de “lo público” como eje comunicativo del ejercicio poético […]”.1
Si bien Figueroa abre las puertas al modernismo en Chiapas, es hasta bien entrado el siglo XX que la poesía chiapaneca comienza a construir las bases de su tradición actual, misma que puede entenderse a través de la publicación de algunos libros trascendentales para su configuración. Apuntes para una declaración de fe (1948), de Rosario Castellanos, es, sin duda, el libro que inicia esta coyuntura. Le siguen Horal (1950) y otros libros de Jaime Sabines —Tarumba (1956) y Algo sobre la muerte del mayor Sabines (1973)—, poeta cosiderado uno de los referentes de la poesía mexicana del siglo XX. La aparición del volumen La espiga amotinada (1960) inauguró la aventura colectiva de poetas chiapanecos más prolífica del siglo pasado, misma que se consolida con la edición de Espejo humeante (1968), de Juan Bañuelos, y Estado de sitio (1971), de Óscar Oliva. Incluido en el volumen Poesía joven de México (1967), Raúl Garduño publica Poemas (1973), mientras que Joaquín Vásquez Aguilar da a conocer Cuerpo adentro (1978), Aves (¿1979?) y su magnífico Vértebras (1982). Habría que resaltar aquí que posiblemente la obra de estos dos poetas sea la más entrañable e influyente para buena parte de los autores que integran esta muestra:
la poesía escrita en Chiapas tiene su punto de inflexión en las obras fundacionales de Raúl Garduño (1945-1980) y Joaquín Vásquez Aguilar (1947-1994). Si digo fundacional es por lo que anuncia su estética: con ellos se desarticula en la entidad la contemplación y la celebración del fasto natural.2
Con la publicación de los libros Ojo de jaguar (1982), Música solar (1984) y Cuadernos contra el ángel (1988), Efraín Bartolomé se sitúa como el poeta que domina e influye el panorama literario chiapaneco de la década de 1980 y uno de los más importantes en la poesía mexicana. Erguido a penas, de Joaquín Vásquez Aguilar (1991), Reloj de malvarena (1991), de Roberto Rico, y Cantar del Marrakech (1993), de Juan Carlos Bautista son, a mi juicio, los libros de poesía más relevantes de la década de los noventa del siglo pasado. De los poetas seleccionados en esta muestra es importante señalar que el primero en publicar es Ulises Córdova (Los abismos de la voz, 1997) y cronológicamente le sigue Luis Arturo Guichard (Los sonidos verdaderos, 2000), que publica ya en el nuevo siglo.
Habría que señalar aquí la ausencia de libros de crítica literaria, y más de un siglo después de la entrada al modernismo de la poesía chiapaneca se publica la primera tentativa seria: Aproximaciones a la poesía y la narrativa de Chiapas (1997), de Jesús Morales Bermúdez, texto de carácter didáctico que intenta microhistoriar la literatura de la entidad. Sin embargo, el primer ensayo crítico sobre poesía es el cometido por Gustavo Ruiz Pascacio en Los designios de la Diosa: la poética de Efraín Bartolomé (2000), texto al que le seguiría Los fantasmas de la carne. Las vanguardias poéticas del siglo XX en Chiapas (2000), libro que inaugura el estudio de la poesía chiapaneca vista a través del ejercicio crítico de la literatura con verdadero espíritu formal.
A los poetas convocados aquí no los une claramente la tradición poética de Chiapas o bien, la han asimilado en nuevas formas y transformado: existe en esta generación una ruptura, una escisión debida tanto a razones geográficas (estar lejos del terruño) como a las de formación académica, que han permitido extender a los poetas el horizonte de su tradición literaria e intentar traicionar su propia tradición,3 es decir, abandonar ciertas formas de lo excesivamente vernáculo o folclórico. Por tanto, esta selección de poetas y poemas no representa, per se, una muestra de poesía chiapaneca o una poética provinciana. Los poetas reunidos aquí tienen las más de las veces la ambición de una literatura total en su escritura: la muestra constituye más una provincia poética, una ínsula de nómadas que han podido encontrar descanso de su largo y azaroso viaje por la poesía en estas páginas.
Al realizar este trabajo consideré como punto de partida el año de edición de Los abismos de la voz (1997), de Ulises Córdova, y como punto de llegada temporal 4 piezas danesas (2008), de Juan Carlos Cabrera Pons, en proceso de edición, lo que representa once años de poesía publicada por chiapanecos. Así, durante los últimos cinco años he compilado y rastreado libros, antologías, revistas, periódicos, suplementos, blogs, noticias de la internet, etc., que incluyen el trabajo de poetas nacidos en Chiapas a partir de 1970; efectué viajes a Chiapas (zonas Centro, Altos, Selva, Norte, Frailesca, Fronteriza, Sierra, Istmo-Costa y Soconusco), Puebla, Veracruz, Estado de México, Jalisco, y visitas a numerosas librerías de otros estados y del Distrito Federal, con el objetivo de conocer al mayor número de poetas chiapanecos nacidos a partir de ese año, entrevistarme con ellos y, principalmente, entablar un diálogo con su oficio, su escritura.
Para referirme a la cantidad de poesía escrita por chiapanecos nacidos a partir de 1970 utilizaré las palabras de Gabriel Zaid: “la selva no deja ver los árboles.”4 Vale recordar aquí que esta selección no es una antología ni una asamblea, es apenas una muestra mínima para el espacio limitado de una revista de literatura. Por eso, sin discriminación de género, religión, etnia, preferencia política o ideológica, me di a la tarea de leer, evaluar y seleccionar poemas y poetas con el criterio lector más parcial y objetivo posible. Entre los poetas seleccionados no figuran mujeres, pues no encontré alguna que tuviera una obra poética consistente, lo que, a decir verdad, es materia de reflexión. Como ejemplo podemos tomar la Antología arbitraria de poetas jóvenes de Chiapas (2005) que reúne el trabajo de treinta y ocho poetas. Incluye diez mujeres; nueve nacieron en los años setenta y una en los ochenta; tres de ellas tienen un verdadero compromiso con el oficio de la escritura, pero sólo una (Juana Karen Peñate) continúa escribiendo poesía; las otras dos han optado básicamente por la narrativa: Nadia Villafuerte (cuento, novela) y Damaris Disner (dramaturgia). Otro ejemplo de este fenómeno es Los abismos de la palabra. Antología intercultural de literatura chiapaneca (2005), que congrega el trabajo de cincuenta y un escritores, dieciséis de los cuales nacieron en las décadas de 1970 y 1980; únicamente seis son mujeres, y entre ellas figuran, otra vez, Juana Karen Peñate, Damaris Disner y Nadia Villafuerte, esta última antologada con un cuento, no con un poema. De las restantes tres, son poetas únicamente dos: Miqueas Sánchez y Ruperta Bautista. Pero el vacío de poesía escrita por mujeres nacidas en Chiapas puede leerse también a través de las antologías y muestras de poesía mexicana más recientes que incluyen a poetas nacidos en los años setenta y ochenta del siglo precedente: Un orbe más ancho. 40 poetas jóvenes (1971-1983), “En el vértigo de los aires. Muestra de poetas nacidos en la década de 1980” (Alforja, 2006) y La luz que va dando nombre: veinte años de la poesía última en México 1965-1985 (2007) no cuentan entre sus poetas mujeres a ninguna chiapaneca, siendo el porcentaje promedio de mujeres incluidas, 20.4%; incluyen, eso sí, a siete de los trece poetas chiapanecos considerados en esta muestra; el porcentaje promedio de hombres incluidos es 79.5%.
A pesar de ser Chiapas un estado multicultural y multilingüe, hay una ausencia de poesía escrita en alguna de las lenguas originarias de la entidad en esta selección. Es muy importante señalar que las y los poetas hablantes de lenguas indígenas (que son doce más las variantes, los dialectos) en muy pocos casos escriben directamente en su lengua materna. Escriben poesía primero en castellano, para luego realizar la versión de sus poemas a su idioma original. Esto me parece muy artificial. Así, en la medida en que los hablantes de lenguas originarias de Chiapas escriban poesía directamente en su lengua materna y de ésta hagan las versiones al castellano, integrando el total de su cosmovisión a las tradiciones poéticas indígena y occidental en el oficio de su escritura, hasta entonces podremos ver el gran potencial que tiene su literatura: el verdadero paso de la oralidad a la literariedad y un mayor anhelo de universalidad.
El criterio de selección de los poetas fue lo más objetivo posible. Elegí el trabajo de quienes han asumido un compromiso vital con la palabra y han logrado construir un universo poético personal de alto valor estético, un lenguaje literario que aspira continuamente a la originalidad, la autenticidad y, sobre todo, a fundar una poesía verdadera, propia de nuestro tiempo. Otro criterio importante para la selección fue que el trabajo de estos poetas es desconocido o casi desconocido en Chiapas. Del mismo modo, la elección de trece poetas obedece a una feliz coincidencia, ya que los antiguos mesoamericanos concebían el universo en tres niveles: el celeste, el terrenal y el inframundo —representados por una ceiba como axis mundi—, correspondiendo al escaño celeste del universo mesoamericano trece niveles. Al ser Chiapas parte de Mesoamérica, reparé en que el número 13 —contrario al mundo occidental— es una magnífica señal para la tarea emprendida y un símbolo de nuestra identidad.
A mi parecer, la vitalidad de la poesía de los autores incluidos aquí se debe a la considerable heterogeneidad de esta generación, y a que, en contraste con las precedentes generaciones de poetas chiapanecos, todos han cursado estudios universitarios. El caso de los poetas chiapanecos nacidos en los setenta es curioso, ya que de ellos, únicamente Bernardo Farrera Vázquez ha tenido formación universitaria en una institución chiapaneca. Los otros han desfilado por diversas instituciones —la UNAM, la BUAP, la Universidad Veracruzana, la Universidad de Santa Bárbara en California, la Universidad de Boyacá en Colombia o la Universidad de Salamanca en España. Esto puede deberse, probablemente, a que el proyecto de universidad pública no se consolidó en Chiapas sino hasta finales de los años noventa del siglo pasado (quizá posterior al surgimiento del EZLN, en 1994) y muy a principios de este siglo. Por el contrario, es interesante ver que de los seis poetas nacidos en los ochenta, sólo uno de ellos ha estudiado fuera de la entidad y del país; me refiero a Juan Carlos Cabrera Pons, matriculado en la Universidad del Claustro de Sor Juana, en la Ciudad de México, y que también cursó estudios en Dinamarca.
Otro dato interesante es la especialización universitaria de los poetas de la muestra: nueve han estudiado literatura y, de ellos, tres han realizado estudios de posgrado en la materia; Luis Arturo Guichard es doctor en filología, Víctor García Vázquez es maestro en literatura mexicana e Ignacio Ruiz Pérez es doctor en literaturas hispánicas. Hay pues, una marcada profesionalización del ejercicio literario. Es muy probable que, debido a su paso por la universidad, los poetas chiapanecos de esta generación tengan mayor conciencia crítica y la aspiración a una literatura total (gran parte de ellos incursiona, con éxito, en otros géneros), misma que ha desacralizado y desmitificado el nombre de poeta, tan caro a la tradición poética de Chiapas que obsesivamente se ha inclinado por el culto a la personalidad y la construcción de mitos alrededor de los poetas, pero que escasamente se ha preocupado por el ejercicio crítico de su poesía.
Las palabras de Ignacio Ruiz dan luz sobre la vocación literaria de los poetas incluidos en la muestra:
Más que a filiaciones y propuestas de grupo, los escritores chiapanecos recientes tienden a una sana dispersión y variedad de tonos y registros. Aunque no prevalece una sola línea formal y temática, sí se puede apreciar un rasgo común: las características de las obras revisadas parecen confirmar que la última poesía chiapaneca apunta hacia una búsqueda del conocimiento pleno de la experiencia poética y de sus posibilidades expresivas, y no a la prolija exploración del paisaje (climas, espacios) del trópico o del color local. De ahí que todos los escritores mencionados en este panorama tiendan a ver el poema como un continente verbal: un topos reflexivo donde el creador asume la factura del texto o de los referentes que le sirven para formar espacios creativos personalísimos, o simplemente para (de) construirlos a partir de la parodia y del homenaje. Esta actitud entraña un acto de conciencia frente al idioma, pues los creadores recientes de Chiapas se concentran en el poema como topos de reflexión y se adscriben a la idea de que ese espacio es eminentemente textual: un continente de palabras.5
Las páginas de este dossier están ilustradas por el artista plástico Ignacio “Nacho” Chincoya. Chiapaneco también, su obra rompe con la obsesiva tradición costumbrista y folclorista local. De inclinación neoconceptual, los tópicos discursivos de su pintura y arte-objeto se centran en la enunciación de una poética de la infancia, la reapropiación de los objetos y fetiches del yo-niño (principalmente los juguetes) y la recuperación de imágenes, artefactos e iconos populares y domésticos que “pepena” todos los días para deconstruir el mundo y montarlo nuevamente en ese “cuento de hadas” inagotable de sus representaciones plásticas. Los fragmentos de las series Tamagochi (2002), Bit acor acer ebral (2005), Robotchis (2006) y Nitanficción (2007) dan cuenta del humor, la sátira, lo absurdo, lo nostálgico y lo metafórico de la obra de Nacho Chincoya, pero son, asimismo, una relectura y una visión del Chiapas actual —tan múltiple y heterogéneo— marcado también por lo urbano y lo posmoderno.
Dejo en manos del lector esta breve muestra de la poesía escrita por la más reciente promoción de escritores nacidos en Chiapas, que es, a mi juicio, la que dará mucho de qué hablar, leer y escribir en el futuro. Y ojalá disfrute tanto como yo la lectura de estos poemas. Termino mis apuntes retomando, nuevamente, las palabras de Gabriel Zaid:
Si esta generación todavía no hace historia, ha hecho ya una poesía que confirma la buena savia de la selva, y que atrae por su riqueza, su misterio, su vitalidad ensimismada […].6
1 G. Ruiz Pascacio, “La poesía finisecular en Chiapas: entre la incertidumbre y el retorno”, Prometeo Digital, 2005. Consulta: 4 de enero de 2006.
Balam Rodrigo. (Villa de Comaltitlán, Chiapas, México, 1974). Ex futbolista, diplomado en teología pastoral y biólogo. Escribe artículos de divulgación científica, crónica, cuento, ensayo y poesía. Tiene cuatro poemarios publicados: Hábito lunar (Praxis, 2005), Poemas de mar amaranto (Coneculta-Chiapas, 2006), Libelo de varia necrología (Secretaría de Cultura del Gobierno del DF, 2006) y Silencia (Coneculta-Chiapas, 2007). Obtuvo el Premio Estatal de Poesía Raúl Garduño (Chiapas, 2004), el 2º lugar en el 7º Concurso Universitario de Poesía “Décima Muerte” (UNAM, 2005), el Premio Estatal de Crónica César Pineda del Valle (Chiapas, 2005), el Premio Regional de Poesía Ydalio Huerta Escalante 2005, el Premio de Poesía Joven Ciudad de México 2006, el 3° lugar en los XLVI Juegos Florales Nacionales de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí 2007, el Premio Regional de Poesía Rodulfo Figueroa 2007 y el Premio Nacional de Poesía San Román 2007. Su obra está incluida en los libros colectivos Más vale sollozar afilando la navaja. Antología extraoficial de poetas jóvenes de México (2004), Antología arbitraria de poetas jóvenes de Chiapas (2005), Los abismos de la palabra. Antología intercultural de literatura chiapaneca (2005) y La luz que va dando nombre. Veinte años de poesía en México 1965-1985 (2007). Becario del Programa de Estímulo a la Creación y el Desarrollo Artístico del Coneculta-Chiapas en 2005 y 2007. Su libro de poesía Larva agonía será publicado este año por el Instituto Mexiquense de Cultura.
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