Por: Alejandro Aldana Sellschopp.
El desprecio que Borges sentía hacia El Martín Fierro se remonta a sus años juveniles, su padre habló siempre mal del libro, y las opiniones de su madre eran igual de contundentes. Borges afirmó: “Mi madre me prohibió la lectura de Martín Fierro, porque lo consideraba un libro sólo adecuado para rufianes y que para nada hablaba de los verdaderos gauchos. Lo leí a escondidas. Los sentimientos de mi madre se originaban en que Hernández había sido partidario de Rosas y, en consecuencia, un enemigo de nuestros antepasados unitarios”. Llama la atención que un autor tan inteligente, valore un texto literario a partir de supuestos extraliterarios; sin embargo, humano al fin, muchas de sus preferencias se basaban en circunstancias más allá de la literatura.
Horacio Quiroga es un escritor muy querido en Latinoamérica, por lo menos en por generación, muchos leímos sus cuentos con verdadera admiración, incluso convirtiéndose en una especie de maestro, su decálogo que no dejaba de sonar a broma, fue tomado en serio, muy enserio por algunos escritores, no podemos negar que Quiroga escribió cuentos excelentes.
Borges opinaba lo contrario, no reconocía ningún valor a las narraciones de Quiroga, opinaba que: “…su estilo es un estilo pobre y deplorable, sin imaginación, y con una total falta de convicción, hasta el punto de que uno no logra creer sus cuentos, lo que me parece dramático y lamentable en un escritor, pues si uno no cree en lo que lee, está perdiendo su tiempo; ahora bien, él se maravilla y entusiasma tanto con lo que está escribiendo que se olvida de sus lectores, dejando la premisa aquella que planteaba Novalis, en el sentido de que hay pasajes que son del autor y pasajes que son del lector(…) para mí Quiroga es un lector que admira su propia obra”. Al pobre Horacio Quiroga se le ha ido olvidando, cada vez se lee menos, sus narraciones ya no llaman la atención de lectores que gozan de las novedades, y para su mayor desgracia los profesores de secundaria se empeñan en promover su peor libro Cuentos de la selva; pero no podemos olvidar que entre sus cuantiosas fábulas hay verdaderas joyas.
Por la obra de Gabriela Mistral en recurridas ocasiones mencionó su incomodidad frente a ella, jamás se sintió seducido ni por la autora ni por su obra, consideraba que había una visión muy regionalista en sus tratamientos, “Ella no fracasó, fracasé yo al no entenderla”, dijo alguna vez, tampoco entendía la admiración que Tagore profesaba hacia Gabriela Mistral. La autora chilena corrió una suerte parecida a la de Quiroga, para muchos la Mistral es la escritora de los niños, casi todos los libros de primaria de Latinoamérica contienen sus narraciones, fábulas y canciones.
Julio Cortázar es quizá el escritor argentino más querido, el famoso cronopio cuenta con verdaderos admiradores, fans en el más estricto sentido, pues bien Borges tenía una relación extraña con Cortázar, por ejemplo en una entrevista dijo: “Siento mucho agrado de leer los cuentos fantásticos de Julio Cortázar”, y en otra afirma: “Dicen que he influido en Julio Cortázar. No seamos tan pesimistas. Sus cuentos, que no he leído, han de ser mejores que los míos”.
Muy conocida es la anécdota, que bien podríamos verla como un sino mágico, propio de un buen cuento fantástico: Un muchacho se presenta a las oficinas de la redacción de la revista Los Anales, que dirigía Borges. El joven deja su manuscrito, Borges le dice que vuelva a los diez días para darle su opinión. Pero el muchacho, que no era otro que Cortázar, no aguanta los nervios de la espera y se presenta a la semana, y Borges le dice: “Te tengo dos noticias que darle: su cuento está en la imprenta y mi hermana Norah se lo ilustrará”. El cuento era Casa tomada.
Borges, que sí leía los cuentos de Cortázar, en ocasiones hasta manifestaba el honor que había tenido al ser el primer editor argentino que acogió un cuento de Cortázar. Otras veces afirmaba que no le agradaban sus cuentos: “…no me atraen esos juegos de la incomodidad, contar un cuento empezando por el medio, etcétera. Todo eso es una imitación de Faulkner. Y si eso es incómodo en el mismo Faulkner, que era un hombre genial, imagínese…”
Borges decía que frente a Cortázar no tenía ninguna afinidad política, una vez más un argumento extraliterario se interpone en su juicio; sin embargo, también llegó a decir que las novelas, sí las novelas, de Cortázar le parecían estupendas, sí, sí, usó la palabra estupendas.
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