por: Roger Gómez Espinosa.
Esto de escribir es parecido a una droga que lo consume a uno poco a poco. Al principio es fácil: Se escribe y ya; se hace contacto con historias que están ahí, a la mano. Después la cosa se complica. Las musas, que antes revoloteaban coquetas, se vuelven espantadizas y huyen al menor ruido, en estampida. Se hacen las pudorosas. Ya no aceptan que les miente la madre. El barrer de la escoba eriza los pelos cuando interrumpe la mujer esa que hace limpieza de mi habitación. Busco lugares para esconderme, escasean. La droga exige nuevas impresiones, más panoramas, más libros, sensaciones; ya no bastan los recuerdos o los fantasmas internos, pide buscar afuera, más, más. Grita y plañe: ¡Más! Y ante ese gemido siento que me vengo, que no podré aguantar al ritmo de ese grito que pide. Encuentro menos. Llega el vacío del vicioso, ese agujero que se siente en alguna parte del espíritu, que no se puede llenar, y vuelvo a mentar madres. La mujer de la limpieza voltea a verme como quien está ante un demente peligroso. Se arma de su escoba y me amenaza en silencio. Se va, barriendo, llevando consigo las cenizas de la inspiración. Azota la puerta provocando un sonido que se queda retumbando en mi cabeza hueca. Mierda, digo, para cambiar de palabra. Mierda, escribo, para escribir cuando menos algo. Mierda, leo. Siento el olor a ideas podridas y vomito hediendo mi cuarto. Tiemblo, aúllo y doy vueltas como lobo encerrado durante una noche de luna llena. No araño las paredes porque las uñas ya duelen de tanto escribir la palabra mierda. Con gusto me azotaría contra la ventana, contra los muros o contra la pantalla de computadora; me siento tan débil que no lo hago. Y poco a poco muero. Entonces, cuando creo que no hay más profundidad, surge una palabra de esperanza. Tomo el teclado y satisfecho escribo: El Aleph. Entonces recuerdo que eso ya lo escribió Borges y, a sabiendas que me tacharan de blasfemo y que me arrepentiré por haber envidiado a una vaca sagrada, le remiento la madre a por haber sido tan chingón y a las musas por ser tan putas con aquellos y tan mojigatas conmigo. Y quiero seguir.
Esto de escribir es parecido a una droga que lo consume a uno poco a poco. Al principio es fácil: Se escribe y ya; se hace contacto con historias que están ahí, a la mano. Después la cosa se complica. Las musas, que antes revoloteaban coquetas, se vuelven espantadizas y huyen al menor ruido, en estampida. Se hacen las pudorosas. Ya no aceptan que les miente la madre. El barrer de la escoba eriza los pelos cuando interrumpe la mujer esa que hace limpieza de mi habitación. Busco lugares para esconderme, escasean. La droga exige nuevas impresiones, más panoramas, más libros, sensaciones; ya no bastan los recuerdos o los fantasmas internos, pide buscar afuera, más, más. Grita y plañe: ¡Más! Y ante ese gemido siento que me vengo, que no podré aguantar al ritmo de ese grito que pide. Encuentro menos. Llega el vacío del vicioso, ese agujero que se siente en alguna parte del espíritu, que no se puede llenar, y vuelvo a mentar madres. La mujer de la limpieza voltea a verme como quien está ante un demente peligroso. Se arma de su escoba y me amenaza en silencio. Se va, barriendo, llevando consigo las cenizas de la inspiración. Azota la puerta provocando un sonido que se queda retumbando en mi cabeza hueca. Mierda, digo, para cambiar de palabra. Mierda, escribo, para escribir cuando menos algo. Mierda, leo. Siento el olor a ideas podridas y vomito hediendo mi cuarto. Tiemblo, aúllo y doy vueltas como lobo encerrado durante una noche de luna llena. No araño las paredes porque las uñas ya duelen de tanto escribir la palabra mierda. Con gusto me azotaría contra la ventana, contra los muros o contra la pantalla de computadora; me siento tan débil que no lo hago. Y poco a poco muero. Entonces, cuando creo que no hay más profundidad, surge una palabra de esperanza. Tomo el teclado y satisfecho escribo: El Aleph. Entonces recuerdo que eso ya lo escribió Borges y, a sabiendas que me tacharan de blasfemo y que me arrepentiré por haber envidiado a una vaca sagrada, le remiento la madre a por haber sido tan chingón y a las musas por ser tan putas con aquellos y tan mojigatas conmigo. Y quiero seguir.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario