Lo primero que se debe agradecer a este Malafacha, es que no viva ni se crea su propio personaje, disfraz que los mortales suelen poner a quienes ganan eternidad con su obra. Si así lo hiciera, si como tantos hoy en día se dedicara a sacarle brillo a su apellido en fatuas tertulias para la Relación Pública, se opacaría y reduciría su cancionero en la misma proporción que nuestra felicidad y que la posibilidad de conocer mundos, si no mejores, más intensos. Porque eso sí, Jaime López es un tipo intenso. Prolífico e intenso. Mucho muy intenso. Basta verlo sobre el tablado para entender que los motivos de su fuego no son maderas hacedoras de humo viejo sino troncos de combustible especie que no se cansan de formar nuevas, iridiscentes lenguas de voz quemadura.
Todo comenzó en Matamoros, Tamaulipas, hace cuarenta años. Allá en la tierra de Rigo Tovar, apenas cumplidos los trece de edad, Jaime atendió a una simple pregunta de su madre: "¿Quieres algo, voy a salir?" A lo que respondió holgazaneando desde una hamaca: "Sí, una guitarra por favor." El deseo fue cumplido sorpresivamente y, doce meses después, utilizado por vez primera a conciencia. Luego vendrían los cambios geográficos hasta la llegada a Ciudad de México en el año '69. A partir de entonces la vida del vate citadino fue la de conocer grupúsculos estéticos o ideológicos para luego abandonarlos y continuar, agorera e involuntariamente como él mismo acepta, en solitario.
Palabrista fronterizo más que crooner urbano, Jaime incomoda a quienes intentan clasificar su obra en plan estatutario. Bien lo dijo José Joaquín Blanco, en texto a propósito del cantautor: "El simplismo intelectual y las manías publicitarias o mercadotécnicas de la cultura mexicana soportan mal a los creadores prolíficos y polifacéticos. Toleran sólo a quienes saben hacer ligeramente una sola cosa. Se ve mal que un compositor además ejecute su música él mismo; que cante, que actúe peor aún si sus canciones tienen rango cultural o intelectual, y virtudes literarias."
A esto habría que agregar una precisión, en parte nacida en labios del susodicho López. Si los abismos atraen y la falta de comprensión de una obra es una especie de sumidero, habría que dejarse tragar por la ignorancia para entonces comenzar la escalada a un nivel mayor de… ¿lectura?, ¿comprensión?, ¿gozo? Desafortunadamente, la mayoría de los críticos que palabrean en los medios especializados mexicanos no han aprendido a confiar en la propia duda, sino que más bien la interpretan como una falta ajena. "Si no entiendo es que algo anda mal con esta música", parecen decir. "Oscura, abstracta, de culto o para iniciados", suelen etiquetar. De ahí el vacuo respeto que por algunos artistas se profesa, sean o no excepcionales, al amparo de un lavamanos que sólo hará juicios sin riesgo, ante lo ligero, lo simple.
Es así que muchos hablan de Jaime López como si sólo fuera un par de palabras-llave para el lucimiento propio. Lo usan como banca para mirar por encima de la barda conocida. Se lo avientan en las reuniones cual papa caliente y ponen cara de respeto obligado, como quien hace honores a la bandera de un país desconocido. Quienes poco lo han escuchado, todavía se sorprenden ante los múltiples resultados de una mente que va del bolero al punk pasando por la balada villaurrutiana o la ranchera piperra (por Piporro); y claro, mientras el cantautor resuena su guitarra o su armónica o su piano o su voz o su bajo a lo largo y ancho de la República, presentándose generalmente en pequeños bares que no reflejan el nivel de controversia que su figura alienta; mientras su imaginación sigue al margen de una fama siempre probable produciendo letras y melodías excepcionales, la bulla sigue y crece al son de "¿pero quién es Jaime López?", "el autor de la ‘Chilanga Banda’ de Café Tacuba", pero "¿cómo es eso posible?", "Sí, y también de ‘Sácalo’ de Cecilia Toussaint, y de ‘Corazón de cacto’ y de ‘Arando al aire’ y de frases legendarias como ‘no hay peor lucha que Lucha Villa’ o ‘haz patria, ama a un Chilango’ y así, de muchas cosas más que tanto nos conciernen".
Queden entonces como ejemplo de su humilde rebeldía y como invitación para asistir a la presentación de su nuevo disco Arando al aire (el próximo sábado 20 de enero en La Planta de Luz de Plaza Loreto), las líneas que este hombre común y extraordinario ha decidido utilizar cual biografía de batalla: "Jaime López nació en 1954, que es la tierra dispersa de la cual proviene. Ha criado algunos discos, uno que otro libro, pero sobre todo, animal de escenario al fin y al cabo, innumerables espectáculos en vivo y en directo a partir de sus canciones. Como autor, compositor, guitarrista y cantante, pueden llamarlo López, a secas... lo demás es ganancia, incluso los afectivos adjetivos."
Fuente: La Jornada.
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