Por: Alejandro Aldana Sellschopp
Muchos lectores precoces comenzamos a leer en los libros de Mark Twain (1835-1910). Ante la nostalgia, la abrumante descomposición de nuestros días, cuando parece que el verdadero tiempo del hombre es la inmóvil espera de la muerte, algunos escapan a beberse unos tragos, hace unos días decidí tocar un poco de felicidad releyendo Las aventuras de Tom Sawyer, y en efecto el refugio fue por demás acogedor.
Cuando los EE.UU apenas despertaba como una nueva nación, surgió un reducido grupo de escritores que exponían sus creaciones artísticas a través de una voz nueva, clara, con personalidad propia; se emanciparon del puritanismo inglés, de alguna manera constituyéndose como los padres fundadores de las letras de Norte América.
Uno de ellos fue Samuel Langhorone Clemens, famosamente conocido como Mark Twain, que entre los pilotos del río quiere decir dos brazas. Aunque nació en Florida, cuando apenas contaba cuatro años su padre se muda a vivir a un pueblito llamado Hannibal, situado a la ribera del mítico Mississippi. Es precisamente esa primera infancia, esos años de aventuras, los que motivarían sus dos mejores libros: Las aventuras de Tom Sawyer (1876) y Las aventuras de Huckleberry Finn (1884).
Twain queda huérfano a los 12 años, y es cuando comienzan sus verdaderas aventuras, decide viajar a las grandes ciudades de EE. UU. En 1857 en Nueva Orleáns observó un barco de vapor, había visto muchos en su corta vida; pero este era como una señal, Clemens abandona sus viajes errantes y se pierde en la embarcación para transformarse en Mark Twain. El cúmulo de experiencias fueron guardadas tanto como el tesoro de Joe, el Indio, ahí conoció al hombre en su naturaleza más desnuda, años después escribiría: “Cada vez que en la ficción o en la historia encuentro un personaje bien definido me intereso personalmente en él, porque ya nos conocemos, por que nos hemos encontrado en el río”.
En nuestros días la obra de Mark Twain se ha destinado injustamente a la lectura exclusiva de niños y jóvenes, y por tanto como suele ocurrir con esta literatura, se le considera un “género” menor, de entretenimiento, un pasatiempo poco peligroso para las vírgenes mentes de los infantes. Invito a lectores aguzados a releer por lo menos estas dos obras y aseguro que se llevarán una grata sorpresa. El propio Twain afirmó respecto a su Tom Sawyer: “No es un libro para niños en absoluto. Va a ser leído sólo por adultos. Está escrito sólo para adultos”. Por supuesto que se equivocó, muchos niños leímos sus libros, pero también muchos adultos. Quizá la pregunta clave sea ¿Para quién se escribió la novela?
El libro trata de la infancia de un niño, cuyas aventuras son de este mundo, es decir no se pierde en fantasías que se tornan fantasmagorías para caer en la terrible estupidez noña a la que nos tienen acostumbrados los malos libros para niños. En absoluto, los niños de Twain son crueles, envidiosos, desalmados, rencorosos, su inocencia (que la tienen) no rayan la bobería, por el contrario tienen una visión clara de lo que ocurre en su entorno, se cuestionan cosas de la vida de los adultos, saben bien que ellos: los padres, curas, gobernantes, etc, son hipócritas, mienten por costumbre, y entienden, aun cuando no llegan a explicárselo del todo, que casi todo el mundo de los mayores es una mentira convenida. Estos niños atesoran un perro tuerto, un sedal, un alfiler; pero también su ambición se fija en los dólares contantes y sonantes del tesoro de Joe, el Indio.
Los personajes más entrañables de la novela son Tom y Huck, los dos niños tienen una vocación natural por la anarquía, sin embargo en Tom observaremos un carácter hasta cierto punto conservador, es él quien insiste en buscar el tesoro, el mismo que poco a poco se asimila al mundo de los adultos, me aventuro a pensar que Mark Twain lo creyó así y por ello en la “segunda parte” las aventuras ya no serían de Tom, sino del anárquico y buen salvaje Huck, que dicho sea de paso tiene mucho de Rimbaude en su condición de niño vagabundo.
Cuando Tom le pregunta a Huck qué hará con la parte del tesoro que le corresponda, este responde: “Pues comer pasteles todos los días y beberme un vaso de gaseosa y, además, ir a todos los circos que pasen por aquí”. A lo que Tom pregunta: “Bien, ¿no vas a ahorrar algo?”
Cuando Huck pregunta qué hará Tom con su parte del tesoro, este dice:”Me voy a comprar otro tambor, y una espada de verdad, y una corbata colorada, y me voy a casar”.
Los niños admiraban a gente poco respetable para el mundo de los adultos: piratas, ladrones, vagabundos. En una parte de la novela encontramos el siguiente diálogo:
“¿Quién es Robin Hood?” Pregunta Huck, a lo que Tom responde: “Pues era uno de los hombres más grandes que hubo en Inglaterra…y el mejor. Era un bandido”. “¡Qué suerte! ¡Ojalá lo fuera yo! ¿A quién robaba?”, “Únicamente a los sheriffs y obispos, a los ricos y a los reyes y gente así. Nunca se metía con los pobres. Los quería mucho”. Creo que la genialidad de Twain es parte de su universo creativo, siempre fue un gran crítico de su sociedad, sobre todo del poder; sin embargo, tenía un talento único para encajar la espada, cuántos escritores comprometidos quisieran esa capacidad, cuántos estarían dispuestos a esconder su libertario ego para ofrecer verdaderas creaciones literarias. El problema nació cuando se confundió el contenido con la propaganda.
Cuando los dos picaros se convierten en millonarios, es Huck quien deserta de ese estilo de vida, y Tom lo busca hasta encontrarlo en un basurero, trata de convencerlo para que regrese a casa, el vagabundo responde: “ …no es para mí…me hacen levantar a la misma hora exacta todas las mañanas, hace que me laven, me peinen y cepillen hasta sacarme chispas; no me deja dormir en el cobertizo de la leña; tengo que llevar esa condenada ropa que me estrangula…y es tan condenadamente fina que no puedo sentarme, ni tumbarme, ni echarme a rodar; hace ya…años, parece, que no me he tirado por la trampilla de un sótano; tengo que ir a la iglesia, y sudar y sudar; ¡no soporto aquellos sermones!”
Ernest Hemingway consideraba que de Las aventuras de Huckleberry Finn provenía toda la literatura moderna estadounidense. T.S. Eliot la consideró una obra maestra, James Joyce reconoció estar en deuda con él.
Mark Twain se encontraba en una profunda crisis, quizá pensaba que el verdadero tiempo del hombre es la inmóvil espera de la muerte, cuando escribió Las aventuras de Huckleberry Finn, probablemente se describía así mismo en las primeras líneas de la novela, donde Huck dice: “No soportaba aquella servidumbre, y un día tomé el portante, no sin haber antes recuperado mis harapos…era para mí un descanso volver a la libertad”.
2 comentarios:
ya ya lei todos los libros de mark twain y la verdad es que son espectaculares
daniela carrillo
11 años
Estimado Danie que envidia me das, yo he leído algunos, y quiero tener la obra completa, te felicito por ser un buen lector, y muchas gracias por visitar este blog.
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