por: Fernanda del Monte
Parecería contradictorio escribir desde una tierra donde no nací, parecería aburrido seguramente para quienes no sienten la naturaleza vivir en su piel, lo que quiero compartir a continuación, parecería contradictorio para quién quiere vivir del arte, mudarse al sur de su país, donde habitan los que siempre han habitado, donde siguen luchando los que siempre han luchado por su tierra, por el planeta, por la supervivencia de la especie. Esos hombres y mujeres que sin saberlo crean el único equilibrio con la tierra, esta tierra que nos hemos olvidado que existe pues en su lugar existe sólo pavimento para quienes tienen coches y se mueven en metro, donde los árboles viven en macetas, para hacer lindo el lugar donde se vive, y eso me parece bien, pero cómo compartir lo que significa regresar a la tierra, sentir que la cama de uno está justo arriba de esa tierra donde el agua entra y nutre el manzano que crece y da en este julio manzanas verdes, no como las Washington, simplemente manzanas silvestres, manzanas manzanas, nada de químicos, así solitas, fuera de la ventana crecen y saben rico.
Frente al portón un farol da una sombría luz a la calle empedrada, que mojada pasa la noche, y las gotas siguen cayendo de a poco para recordar que el agua es indispensable, para recordarnos que no sólo el agua es un mal que tapa coladeras e inunda las calles, también, eso, y no hay alcantarillado y no hay drenaje profundo que pueda con la fuerza de esta aguas que acaban por regresarnos a la tierra.
Las caras color tierra que veo en las carreteras, arriando a los borregos de donde sacan sus faldas y sus ponchos, las caras de gente que vive con los ojos abiertos, con la mirada hacia el piso, hacia el cielo, y platica bajito y reza mucho, y prende velas día y noche, que cree que así se curará la enfermedad que los aqueja, pero lo que no saben es que hay otros mucho más enfermos que ellos, y son los que no sabemos nacer, los que no sabemos vivir, los que creemos que con una carrera universitaria vamos a vivir felices, los que pensamos que con una carrera en cualquier área de la vida la tenemos hecha, cuando los que nos preocupamos por el orgullo de ser reconocidos por los demás pasamos semanas bajo las sábanas llorando nuestra desgracia de ser sólo seres humanos, con mucho menor fuerza interior que los que caminan durante siete horas para ir a la escuela, pero en esas siete horas se puede pensar más que el tráfico de Churubusco al Estadio Azteca, durante esas siete horas, los mensajes de las nubes les cuentan historias de antaño, mucho más que lo que puedan decirnos los noticiarios de 96.9 FM; y eso de la radio está bien, también, es sólo que lo contradictorio de las sociedades es creer que lo que uno tiene es lo mejor, que lo que uno es está chingón, que sin mirar al otro lado vamos a estar tranquilos, que siguiendo nuestro camino vamos a llegar a puerto seguro, y no.
Y cada quién hace lo que puede, la tzeltal que hace crecer flores, el hombre que hace publicidad para Coca Cola, el psicólogo que ayuda a un paciente con paranoia, la contradicción está en que no nos miramos, en que no nos aceptamos, pero sobre todo que no miramos la tierra, que no caminamos más descalzos sobre la hierba, que no vivimos de tal forma que podamos no acabar con nuestro planeta, y sí yo sé que alguien que vive en un quinto piso de la calle de Xochicalco en la Colonia Narvarte puede pensar que es muy difícil estar con los pies en la tierra, y que no hay parques ni jardines suficientes donde posar los pies un rato. Y no se trata de pagar un spa, se trata de irse a la montaña y echarse a ver las nubes, se trata de salir de nuestro cómodo o incómodo mundo para ver lo que pasa más allá de nuestra realidad. Sin juzgar, sin decir, que lo otro es mejor que lo nuestro, sin decir que lo nuestro está chingón y lo otro es algo simple, llano, sin chiste, sin televisión, sin ipod, sin computadora, sin música, sin coches, imposible parece, y tal vez sea imposible cambiar tanto, cambiar simplemente de forma de vivir, pero habría que hacer un esfuerzo, sobre todo cuando sabemos que después será demasiado tarde, o porque estaremos muertos o porque nos cargue la chingada. Y digan lo que quieran, que son palabras apocalípticas, que sólo son palabras ecologistas, que no va a pasar nada, pero simplemente lean los periódicos: las ranas y abejas están desapareciendo y cuando tengamos unos veinte años más tal vez muchas de las playas donde jugábamos de chicos ya no existan ni ellas ni los pueblos que viven allí. Porque tal vez las inundaciones serán mucho mayores que lo que pueda hacer un simple gobierno para solucionarlo, porque no se trata de gobiernos, no se trata de países pobres o ricos, se trata de nosotros que necios no entendemos que hay que bajarle al consumo, que hay que bajarle a nuestra histeria, a nuestro ego, a nuestra cerrazón y dejar de ver sólo nuestra vida como algo tan serio, tan enserio, tan formal, tan estable, si la tierra se va al carajo, nos vamos todos con nuestros diplomas, nuestras casas, nuestros coches y todo lo que creemos que tiene valor según, junto con el río, porque esta tierra en definitiva necesita sacudirse un poco de polvo para renovarse y en este movimiento presiento que se llevará algunas o muchas de nuestras creencias, y hará que pongamos los pies en la tierra, en su tierra, y aunque esto parezca una idea, exagerada, utópica, necia, fuera de contexto, poco poética o intelectual, no estaría mal echarle una pensada, ¿no creen?
Todo esto sólo como reflexión después de dos años de vivir en Chiapas, y ver una realidad que me parece mucho más real que la de la Ciudad de México que es más surrealista y bizantina y que en definitiva también tiene lo suyo pero creo que está tan metida dentro de si que no ve lo que se mueve debajo de sus calles y cables.
Parecería contradictorio escribir desde una tierra donde no nací, parecería aburrido seguramente para quienes no sienten la naturaleza vivir en su piel, lo que quiero compartir a continuación, parecería contradictorio para quién quiere vivir del arte, mudarse al sur de su país, donde habitan los que siempre han habitado, donde siguen luchando los que siempre han luchado por su tierra, por el planeta, por la supervivencia de la especie. Esos hombres y mujeres que sin saberlo crean el único equilibrio con la tierra, esta tierra que nos hemos olvidado que existe pues en su lugar existe sólo pavimento para quienes tienen coches y se mueven en metro, donde los árboles viven en macetas, para hacer lindo el lugar donde se vive, y eso me parece bien, pero cómo compartir lo que significa regresar a la tierra, sentir que la cama de uno está justo arriba de esa tierra donde el agua entra y nutre el manzano que crece y da en este julio manzanas verdes, no como las Washington, simplemente manzanas silvestres, manzanas manzanas, nada de químicos, así solitas, fuera de la ventana crecen y saben rico.
Frente al portón un farol da una sombría luz a la calle empedrada, que mojada pasa la noche, y las gotas siguen cayendo de a poco para recordar que el agua es indispensable, para recordarnos que no sólo el agua es un mal que tapa coladeras e inunda las calles, también, eso, y no hay alcantarillado y no hay drenaje profundo que pueda con la fuerza de esta aguas que acaban por regresarnos a la tierra.
Las caras color tierra que veo en las carreteras, arriando a los borregos de donde sacan sus faldas y sus ponchos, las caras de gente que vive con los ojos abiertos, con la mirada hacia el piso, hacia el cielo, y platica bajito y reza mucho, y prende velas día y noche, que cree que así se curará la enfermedad que los aqueja, pero lo que no saben es que hay otros mucho más enfermos que ellos, y son los que no sabemos nacer, los que no sabemos vivir, los que creemos que con una carrera universitaria vamos a vivir felices, los que pensamos que con una carrera en cualquier área de la vida la tenemos hecha, cuando los que nos preocupamos por el orgullo de ser reconocidos por los demás pasamos semanas bajo las sábanas llorando nuestra desgracia de ser sólo seres humanos, con mucho menor fuerza interior que los que caminan durante siete horas para ir a la escuela, pero en esas siete horas se puede pensar más que el tráfico de Churubusco al Estadio Azteca, durante esas siete horas, los mensajes de las nubes les cuentan historias de antaño, mucho más que lo que puedan decirnos los noticiarios de 96.9 FM; y eso de la radio está bien, también, es sólo que lo contradictorio de las sociedades es creer que lo que uno tiene es lo mejor, que lo que uno es está chingón, que sin mirar al otro lado vamos a estar tranquilos, que siguiendo nuestro camino vamos a llegar a puerto seguro, y no.
Y cada quién hace lo que puede, la tzeltal que hace crecer flores, el hombre que hace publicidad para Coca Cola, el psicólogo que ayuda a un paciente con paranoia, la contradicción está en que no nos miramos, en que no nos aceptamos, pero sobre todo que no miramos la tierra, que no caminamos más descalzos sobre la hierba, que no vivimos de tal forma que podamos no acabar con nuestro planeta, y sí yo sé que alguien que vive en un quinto piso de la calle de Xochicalco en la Colonia Narvarte puede pensar que es muy difícil estar con los pies en la tierra, y que no hay parques ni jardines suficientes donde posar los pies un rato. Y no se trata de pagar un spa, se trata de irse a la montaña y echarse a ver las nubes, se trata de salir de nuestro cómodo o incómodo mundo para ver lo que pasa más allá de nuestra realidad. Sin juzgar, sin decir, que lo otro es mejor que lo nuestro, sin decir que lo nuestro está chingón y lo otro es algo simple, llano, sin chiste, sin televisión, sin ipod, sin computadora, sin música, sin coches, imposible parece, y tal vez sea imposible cambiar tanto, cambiar simplemente de forma de vivir, pero habría que hacer un esfuerzo, sobre todo cuando sabemos que después será demasiado tarde, o porque estaremos muertos o porque nos cargue la chingada. Y digan lo que quieran, que son palabras apocalípticas, que sólo son palabras ecologistas, que no va a pasar nada, pero simplemente lean los periódicos: las ranas y abejas están desapareciendo y cuando tengamos unos veinte años más tal vez muchas de las playas donde jugábamos de chicos ya no existan ni ellas ni los pueblos que viven allí. Porque tal vez las inundaciones serán mucho mayores que lo que pueda hacer un simple gobierno para solucionarlo, porque no se trata de gobiernos, no se trata de países pobres o ricos, se trata de nosotros que necios no entendemos que hay que bajarle al consumo, que hay que bajarle a nuestra histeria, a nuestro ego, a nuestra cerrazón y dejar de ver sólo nuestra vida como algo tan serio, tan enserio, tan formal, tan estable, si la tierra se va al carajo, nos vamos todos con nuestros diplomas, nuestras casas, nuestros coches y todo lo que creemos que tiene valor según, junto con el río, porque esta tierra en definitiva necesita sacudirse un poco de polvo para renovarse y en este movimiento presiento que se llevará algunas o muchas de nuestras creencias, y hará que pongamos los pies en la tierra, en su tierra, y aunque esto parezca una idea, exagerada, utópica, necia, fuera de contexto, poco poética o intelectual, no estaría mal echarle una pensada, ¿no creen?
Todo esto sólo como reflexión después de dos años de vivir en Chiapas, y ver una realidad que me parece mucho más real que la de la Ciudad de México que es más surrealista y bizantina y que en definitiva también tiene lo suyo pero creo que está tan metida dentro de si que no ve lo que se mueve debajo de sus calles y cables.
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