martes, 30 de octubre de 2007

Dejaré esta calle




Por: Alejandro Aldana Sellschopp

Tierra Adentro publica el libro Dejaré esta calle, texto en el que el espacio físico es de sumo importante, el escenario invariable es la calle, ese espacio físico se vuelve espacio psicológico, sin dudas nos sitúa en una calle que logra especificarse, individualizarse, tiene carácter propio; sin embargo, el espacio está tan bien manejado que al mismo tiempo es cualquier calle, sin importar la geografía física, ya que esta calle, es una geografía psicológica y hasta cierto punto de la nostalgia.

¿Cuentos que hacen una novela?, ¿Una novela estructurada en cuentos? Considero que este libro tiene como género La Prosa. Inscrito en una visión de la narrativa sin estructuras cerradas, ni mucho menos acabadas, estas narraciones son invitaciones, estados de ánimo, sospechas, pretextos.

Lejos de los cuentos clásicos con atmósferas redondas, personajes dilatadamente caracterizados, en estas narraciones encontraremos personajes que se muestran mediante el lenguaje, se asoman a la narración, pero sobre todo se ocultan.

Antonio Ramos deja espacios vacíos que necesariamente deberá llenarlos el lector, y es aquí donde el libro es muchos libros, tantos como lectores se acerquen a sus pesadillas. Los personajes pasan de una narración a otra, sin importar un orden. Las narraciones tienen estructuras intricadas, densas, difíciles, complejas; pero puestas de tal manera que engañan al despistado, en realidad la prosa está montada desde varios puntos de vista en cada narración; pero sin perder nunca la visión del narrador.

Este narrador conoce esa calle, sus personajes; sin embargo nunca nos engaña con pensamientos o acciones que ni él mismo conoce, deja pasar las acciones como la vida misma, con un caos embriagador. El discurso se inscribe en lo conversacional, considero que es allí donde radica el mayor logro del texto. El lenguaje fresco, callejero, fluido se incrusta en el lenguaje del narrador-personaje, narrador-testigo, narrador-soñador, de tal manera que logra equilibrarse con claridad y precisión.

El narrador se sitúa desde un presente perfecto, recuerda, y el recuerdo se confunde con el sueño y la pesadilla, como en el cuento No hay balón que aguante, o el del Un Mil Máscaras que poco a poco nos hunde en la desesperación, en una tristeza que no sabemos bien a bien de dónde viene.

Decir que los textos nos recuerdan al Roberto Bolaño de los cuentos, sería reducir los alcances de sus narraciones, el autor tiene la capacidad de narrar, sabe contar, modular las líneas arguméntales, guarda una de las reglas de oro del cuento moderno: la verticalidad. Todos los cuentos son radicalmente verticales, ensaya el montaje sin perder de vista lo que se cuenta.

Si bien las narraciones no buscan una finalidad, ni un fin cerrado, su cause no aguarda una presa o una inmensa cascada donde desembocar, algunas prosas parecen interrumpirse abruptamente.

El lenguaje de las narraciones tiene carácter, peso específico, identidad propia, y esa característica es de elogiarse ya que hoy en día muchos escritores buscan relativizar su lenguaje para ser entendido por todos, para ser según ellos universales, en Dejaré esta Calle vemos lo contrario, hay una reafirmación de una época, de un lugar: México, y de un conjunto de caracteres que no quieren redimir a nadie, ni ser modelos morales o éticos, ellos fluyen con libertad, el autor logra dejarlos ser, a pesar de la poderosa carga autobiográfica con el que se escribió el libro, ¿libro de memorias?, ¿crónicas personales?, qué puede importar el género.

En Polo Ortega cocinero, una de las narraciones más inquietantes, cuando el joven cazador mata un jabalí cargado de lechones, dice algo que me parece exacto “Sólo la gente feliz cocina”, y yo agregaría:”Sólo con felicidad se debe escribir”, y así está escrito Dejaré Esta Calle.

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