miércoles, 6 de junio de 2007

Cuando fuímos huérfanos


Abriendo Caminos

Cuando fuimos huérfanos o la sublimación de la pesadilla

Por: Alejandro Aldana Sellschopp

Kazuo Ishiguro nació en Nagasaki, desde pequeño reside en Londres, ha publicado relativamente poco; pero de muy buena manufactura, sus dos primeras novelas obtuvieron premios importantes, y con la tercera Los restos del día, Ishiguro se vuelve un autor “popular” o “conocido”, se le otorga el prestigioso premio Booker, James Ivory es seducido por la historia del libro, decidiéndose a filmar la película, la cual se exhibió con el nombre Lo que queda del día, logrando un éxito de taquilla y crítica.

La cuarta novela de Ishiguro es fundamental para todo aquel que quiera entender su preceptiva narrativa, en Los inconsolables sus narraciones se apartan de cierto realismo y se abre paso en los movedizos territorios de lo pesadillesco, algunos críticos han señalado que se orienta hacia lo fantástico, sin embargo no comparto tal opinión.

Lo pesadillesco en Kazuo se perfila desde una óptica kafkiana, en Cuando fuimos huérfanos encontramos escenas asfixiantes, irreales, insoportables, sobre todo a partir de la mitad del libro. Me atrevo a situar dos territorios claramente definidos en la construcción de la novela: primero: la real-realidad-Londres, que si algo tengo por reprocharle al autor es precisamente el material narrativo de esta parte, ya que es innecesariamente lento, encuentros poco verosímiles con amigos o “conocidos”, que saltan al texto sin demasiada justificación lógica; aquí vemos a Christopher Banks, el personaje principal, iniciando su carrera como detective, jamás lo vemos realmente haciendo un concienzudo trabajo detectivesco, más bien lo vemos departir en cócteles con la burguesía londinense, a Banks lo obsesiona, que no se logra percibir con la fuerza necesaria, la misteriosa desaparición de sus padres.

Gracias a sus investigaciones, que nunca vemos en la novela, sabe que la solución a su problema está precisamente en Shangai. Y aquí ubico el segundo territorio: El pesadillesco-Shangai. A partir de aquí, el lector es absorbido por la trama, que toma tintes verdaderamente de novela negra, con variables exquisitas en la presentación de personajes, y situaciones límites, donde la desesperación trasciende el mundo emotivo de los personajes, el lector “siente” mucho más los hallazgos macabros, es presa de la confusión y en realidad llega a sentir cierta orfandad frente a las pesadillas que se desarrollan en cada cuadro dramático.

Hay un elemento que no podemos soslayar, y es una de las características de las obras de Ishiguro, sus narradores no son fiables del todo, nada más subjetivo que un narrador en primera persona, durante la novela nos encontramos con pasajes que rememoran acontecimientos de la niñez de Banks, sin embargo en capítulos posteriores, el propio Christopher duda de la veracidad de aquellos recuerdos, se cuestiona, rehace el pasado sin estar completamente seguro de su recuerdo, quizá por eso Faulkner opinaba que el pasado ni siquiera era eso: pasado.

La estructura de la novela es aparentemente simple, lineal, “sencilla”, una construcción narrativa propia del siglo XIX y comienzos del XX, con una prosa limpia, cuidada hasta el último adjetivo, sin embargo la traducción deja algunos resquicios, palabras mal escritas, alteración de la sintaxis, y desenfadados “españolismos” que rayan en el mal gusto.

La preocupación de Ishiguro por el lenguaje nos hace pensar en Henry James o Borges. La cuestión estructural me llama poderosamente la atención, ya que hoy se sigue debatiendo en la necesidad de nuevas formas para tejer el entramado narrativo, incluso algún despistado aprendiz de crítico literario, exige a los autores “cosas nuevas”, “innovaciones”, como si eso fuese un recursos necesario para escribir una obra excelente.

Ishiguro, a diferencia de los miembros de su generación, parece, por lo menos en esta novela, dar la espalda a los recovecos estructurales y presenta un trabajo “tradicional”. Así mismo es interesante el uso de diálogos, que durante algunos años fue considerado como muestra de impericia. Quizá lo único que le podemos reprochar al autor es que nunca terminamos de estar en Londres o Shangai, tampoco logra situarnos en el tiempo-histórico, la falta de descripciones y el poco interés hacia las “cosas” que rodean a los personajes nos impide sentir la época.

En materia de personajes, algunos como Akira aparecen y desaparecen de la nada, su hija adoptiva no se sustenta en la lógica interna de la novela, y el supuesto amor frustrado parece más bien un relleno sentimental para la novela, que un recurso para fortalecer la trama, sin omitir que el final es un tanto decepcionarte.

Muchos críticos opinan que muchos autores escriben el mismo libro de maneras diferentes, y en Ishiguro pasa lo mismo, para quienes hemos seguido su producción, nos encontramos con una novela que no logra apartarse de las anteriores, e insisto es en la segunda parte El pesadillesco-Shangai, donde encontramos sus mejores recursos, sobre todo la tensión llega a grados de verdadera genialidad.

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