jueves, 7 de junio de 2007

GEOGRAFÍA DE LA POESÍA CHIAPANECA RECIENTE (1991-2004)

Les presento el siguiente ensayo de Ignacio Ruiz, poeta chiapaneco. Se publicó en la Revista de Literatura Mexicana Contemporanea. Nacho ha ganado varios premios a nivel nacional, y ha publicado varios libros, el más reciente es NAVEGACIONES, con el que ganó el premio Rodulfo Figueroa.


GEOGRAFÍA DE LA POESÍA CHIAPANECA RECIENTE (1991-2004)

(primera de varias partes)

Ignacio Ruiz-Pérez

University of Texas, Arlington

I. Del trópico imaginífico a la región más transparente

Existen dos lugares comunes sobre la poesía en Chiapas. El primero es el de la presencia imaginífica —el término es de Hervé Le Corre— del trópico y del color local, lo que ha dado pie al sentimiento de nostalgia por el origen: de un lado, el modernista Rodulfo Figueroa (1866-1899), quien según Gustavo Ruiz Pascacio (9) y Jesús Morales Bermúdez (55) es el iniciador en Chiapas del nostálgico canto por la pertenencia al terruño; y de otro, aquellos poetas contemporáneos prolongadores de esa vertiente, a saber, Enoch Cancino Casahonda (1928) y Efraín Bartolomé (1950), por mencionar tan sólo dos ejemplos. En las obras de los escritores mencionados estaría presente cierta voluntad por la recreación del paisaje y el firme deseo de construir una mitología maravillosa sobre el trópico y el prestigio de grandes y antiguas civilizaciones precolombinas asentadas en la entidad. Este último aserto se fundaría en la conocida noción de que, como dice el poeta nicaragüense Rubén Darío en Prosas profanas, “Si hay poesía en América, ella está en las cosas viejas: en Palenke y Utatlán, en el indio legendario y el inca sensual y fino, y en el gran Moctezuma de la silla de oro” (546).

El segundo lugar común es contrario al primero y en cierto sentido se nutre de su disolución. Me refiero al enfrentamiento del poeta con la ciudad y la consecuente caída del sujeto en el espacio distópico de la urbe. Pienso sobre todo en dos autores casi desconocidos fuera de Chiapas que aún esperan un examen cuidadoso de sus obras: los malogrados poetas Raúl Garduño (1945-1980) y Joaquín Vásquez Aguilar (1947-1994). Esta instancia se produciría en el contacto entre la “provincia imaginífica” y la selva de concreto, que motivaría el canto del poeta a imagen y semejanza de un Orfeo errante, fragmentado y dolido por la pérdida de su antigua unidad con la naturaleza en medio de un paisaje de sombras anónimas, vehículos y rascacielos. Se trataría de una asimilación del paisaje urbano o natural como vivencia interior subjetiva y fragmentada, y no en cuanto trazo celebratorio y votivo de la exuberancia vegetal. Entre los extremos de la naturaleza adánica y la urbe implosiva, y mediando como una suerte de obra ideal, se encontraría la propuesta estética de Jaime Sabines, acaso el punto exacto de intensidad lírica a la que todos los poetas aspiran, pero que muy pocos alcanzan.

No obstante, perpetuar los lugares comunes implica también el riesgo de cancelar la aceptación del llamado a la aventura, esto es, a la continuidad y crítica —tradición y ruptura— de lo anterior. Como contrapeso a las mitologías antes mencionadas se puede argumentar que desde las obras de Rosario Castellanos, Jaime Sabines y los poetas de “La espiga amotinada” (Juan Bañuelos, Óscar Oliva y Eraclio Zepeda) se aprecia en la lírica chiapaneca un cambio en los registros expresivos que se alejan del afán único por el encomio del paisaje, lo cual llega a un punto de inflexión en la obra de Raúl Garduño, quien en su volumen Poemas (1973) pero sobre todo en Los danzantes espacios estatuarios (1982) rompe en definitiva con la naturaleza fastuosa para instalarse de lleno en el oscuro paisaje interior y desarticulado del yo lírico:

Y no supe más. Y me deshice

al calor original de sus hermosos pasos

y obtuve en ella la conversación del viento,

reduje a sangre el corazón del cosmos

y contra el sol, desolado, caí

en la muchedumbre de fuego que me recogía,

caí en la vestimenta de los tiempos,

en la tierra quemada de los días. (26)

Siguiendo los ejemplos de la condición excéntrica e inclasificable de las obras de Raúl Garduño y Joaquín Vásquez Aguilar, la poesía chiapaneca más reciente parece plantearse una sana dispersión temática así como una profusa exploración de filones que van del prosaísmo, el minimalismo verbal y las rizomáticas explosiones de la poesía neobarroca, a la creación de espacios utópicos y de emblemas tributarios del hermetismo: la exuberancia de formas, tonos y registros lingüísticos, así como el imperio de la experiencia personal y literaria sobre el fasto maravilloso e idealizado del trópico. En este trabajo me propongo esbozar un panorama que despliegue las variaciones de ese paisaje lírico sinuoso —una geo-grafía—, en movimiento; no aprehender tendencias ni fijar escrituras o poéticas, sino a lo sumo describir el estallido de salud de las propuestas de los creadores recientes de la entidad y trazar algunas constantes y variables de la terra incognita que compone sus obras. Al mismo tiempo intentaré apuntar las diferencias y concomitancias entre los proyectos escriturales de los autores elegidos y, en la medida de lo posible, de sus antecesores literarios para describir los derroteros que sigue actualmente la poesía en Chiapas.

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