lunes, 4 de junio de 2007

La querella de los gustos


OTRAS POSIBILIDADES EN LA BÚSQUEDA LÍRICA

Agradezco a Oscar Wong por enviarme este texto para ser publicado en este blog-witzirin

Por Óscar Wong

Desde el pasado siglo XX, con Huidobro en 1911 y, posteriormente con César Vallejo, se han cuestionado los diversos modos de poetizar, partiendo de cánones rígidos, como son la métrica y la rima (sin soslayar la discusión planteada por el autor del Creacionismo con los preceptistas españoles. ¿Verso libre o verso blanco?, se interrogaba el chileno, determinando al verso como un código rítmico, como un aspecto donde la respiración y la tensión interna jugaban un papel predominante). Lo que después se concibió como vanguardia –y que yo denomino simplemente como”experimentación”- parte de las posibilidades que el lenguaje ofrece para entregar, de otra manera, el contenido lírico. Centro y Sudamérica se han caracterizado por estas exploraciones, estas posibilidades lingüísticas de abordar el poema, partiendo del tono conversacional, prosaico, o buscando resaltar en el discurso no sólo el aspecto tropológico sino la condición social. Muchas “poéticas” han surgido, desde la famosa antipoesía con Nicanor Parra, el Movimiento Zero en Perú, y por supuesto con las expresiones de los poetas cubanos de la revolución del 56. Hubo, desde luego, tendencias en Ecuador y en Nicaragua y en otras latitudes de Hispanoamérica.

En México no es posible hablar de indagaciones ni tentativas. Los Contemporáneos –excepto Salvador Novo-, los del grupo Taller y más tarde los seguidores de Paz, circularon con una proposición formal en tono y contenidos; aunque Eduardo Lizalde, José Emilio Pacheco y Félix Suárez van de la tradición bárdica, del cantor sagrado, al poeta satírico. Muy escasos autores mexicanos han pretendido arriesgarse. Los nombres son mínimos: Sergio Mondragón, Gerardo Deniz, Orlando Guillén y párese de contar[1]. La famosa “tradición de la ruptura”, concebida por Octavio Paz en el siglo pasado, simplemente ha quedado en “tradición de la mesura”. Por supuesto que habría que aclarar qué se considera en tanto búsqueda, en tanto vanguardia. En Zacatecas, hace dos años, el poeta Antonio Cisneros, comentaba conmigo y con Rodolfo Hinostroza sobre Ramón López Velarde. No se explicaba el porqué de la alharaca que se realiza en junio de cada año por el poeta de Jerez, cuando en Sudamérica hubo, por esos años (1911 a 1921, un Vicente Huidobro). Mi respuesta fue sencilla: López Velarde aportó, a partir del soneto alejandrino, la novedad del encabalgamiento, por lo cual la composición poética semeja a verso libre. Por la forma, desde luego, el autor de Zozobra es muuy tradicional (“poeta menor” le llama Octavio Paz), aunque la adjetivación y la creación de atmósferas provienen, ya lo sabemos, de Herrera y Reissig y de Leopoldo Lugones.

En el presente, con tristeza se percibe que en México cualquiera se abroga el derecho de hablar mal de quienes obtienen premios y galardones. Así, se acusa de que alguna poeta se acuesta con los jurados para alcanzar el triunfo (lo cual es una soberana mentira, una infamia); se divulga de manera soterrada, y en ocasiones a los cuatro vientos, de que aquella escritora es amiga de los “conjurados” o que labora en la Casa del Poeta o de que su esposo trabaja en tal o cual editorial. Los triunfos ajenos, reitero, se vuelven un estigma... cuando los malquerientes, resentidos y difamadores debían ponerse a revisar sus propios textos, dejarlos que cuajen, rescribirlos, y reflexionar, en principio, sobre el concepto de verso, el manejo de la preceptiva, su conocimiento de las diversas poéticas que en el mundo han sido y procurar mejorar su obra. La “república de las letras” nacionales es, desde la óptica literaria, el país de la ignominia, el territorio de los frustrados, donde habitan quienes pertenecen a la “tradición de la impostura”[2].

Pero dejo atrás estas disquisiciones y paso a lo que en verdad importa en esta ocasión: La querella de los gustos[3], de Jorge Santiago Perednik (Bs. As., Argentina, 1952), donde se advierte que la poesía no es un acto de reflexión, como equivocadamente se plantea en el prólogo de este volumen, puesto que aquí no intervienen los factores del pensar; tampoco, desde la perspectiva señalada, se piensa sobre lo pensado, como se concibe al acto de reflexionar. La poesía es, ciertamente, un acto de comunicación, si se parte de que para entender se parte del hecho de descifrar, ya que atender al significado significa traducir[4], aunque también es maniobrar la codificación rítmica, estructural y considerar la emisión y recepción del significado, partiendo de la “indagación intuitiva” del autor. A lo largo de La querella del gusto, principalmente del primer poema, se cuestiona la substanciabilidad de la palabra, a partir del sonido y de su repercusión significante, como sucede en un poemario anterior: El todo por la parte[5], una recopilación de 15 poemas procedentes de cuatro volúmenes: El fin del noEl gran derrapador (2001), Retrato de poeta y Tres tragedias shakesperianas, estos dos últimos inéditos. En esta obra, previa a La querella de los gustos, el autor utiliza términos más adecuados a su ámbito expresivo: anemoran, por ejemplo, o enarbolando la (p. 6), tartamudenado (p. 7); con este sentido intencional, el significado se vuelve inconcluso a propósito, como balbuceos, como una propensión marcada para interrumpir el verso, la expresión. A veces el ritmo se vuelve divergente, con apoyaturas del enclítico: “hágase, acumúlese, multiplíquese, llámase con un nombre” (p. 9). También hay juegos de sentido y de sonido: “o quedades”, “o ído”. El poema “Breve historia de los poetas contemporáneos” marca el proyecto de Perednik: desacralizar a la poesía, ahondar en la dimensión lingüística, buscar las posibilidades del lenguaje, partiendo de la relación siguiente: expresión-contenido-intención-resolución. El razonamiento va, según Jorge Santiago, desde la manera en que los poetas del siglo XIX concebían, metafóricamente, al océano, que: (1955),

que era el espejo cóncavo de un cielo no

convexo

cóncavo

y que una piedra lanzada por un niño

desde una escollera

jamás dejaría caer

(p. 11)

Pero si el autor aborda el espacio escritural, sin llegar a lo que Octavio Paz determina como “artefactos líricos”, también la relación humana se marca, no de manera categórica, estética, sino desde la perspectiva sonora. “Hambre” (pp. 17-19) asume el verso libre “tradicional”, al menos en su disposición versicular, respetando las pausas, cesuras y encabalgamientos, aunque sigue determinando el enunciado rítmico, casi prosódico, eludiendo de manera recurrente los recursos de la preceptiva correspondiente (figuras de dicción y de repetición: anáforas, epítomes, etc.). Una constante: Jorge Santiago Perednik analiza lírica, fonológicamente, el lenguaje, el sonido significante, a través de prefijos y sufijos:

la definición diabólica dice

derrapar es quitar la rapa y la rapa es

el delirio burgués sobre las manzanas podridas del gran derrapador

el infierno es lo contrario del fierno y el fierno es

el sueño de todas las banderas con la eternidad del despertar

la arena es la negación de la rena y la rena es

ese mamífero lumpen que nunca llegará a existir

más acá de los delirios y los sueños...

(p. 22)

Es evidente que lo anterior no es gratuito. Como traductor y poeta, Perednik sabe descomponer las palabras, puesto que desde sus inicios, el lenguaje forma parte de la gran distribución de similitudes y signaturas, como precisa Michel Foucault[6]. Hay analogías obligadas, “propiedades” intrínsecas de las letras, de las sílabas, de las palabras; conoce, y asume, el aspecto sintáctico, su contenido representativo, etc. El lenguaje, además, se ancla en la realidad, en los procesos sociales, en la hostilidad del mundo:

ahora

el ave metálica bombardea los huertos

es un a-ve

riega lluvia que no moja lo sembrado

el que la ve no la avé

grita que sabe o que es ave

para que el piloto lave lave todo el tiempo

un polvo interminable

tras la risa y el horror está el colaboracionismo

los amantes deciden terminar

tercamente minar

todo posible aterrizaje

y donde se leía <> se lee <>

y donde se lee <<<>>

(p. 27)

El poema continúa exteriorizando lo que el autor visualiza: el espacio, el contorno de las aves que permite el vuelo. Esta representación, en la lectura, advierte:

ojos bombardean manchas blancas que dicen

[ ]

el vacío ahora soñará el sentido del sueño y

el sueño vaciará el sentido del vacío

O los adentros de una

o herida donde las aves picotean

(También las esquirlas tallan la forma del mundo

Y donde había desesperación hay desesperación

Y donde no se leía ahora se lee: )

(p. 27)

“Balada de la oveja fuera del rebaño” (pp. 30-32) es un claro ejemplo de la propuesta estética del escritor y traductor argentino, el conocimiento que tiene de la tradición lírica, de la historia del lenguaje, de la arqueología del nombre. En El todo la parte, al igual que en La querella de los gustos, se advierte el fraseo prosódico, la oralidad que se entroniza en la grafía, la intertextualidad misma. Hay una constante en este último poemario, un reclamo a las palabras, una pendencia a la expresión lírica. Por algo “querellarse” es manifestar resentimiento contra algo o contra alguien. Así, disgregar conceptos, fragmentar sílabas, fonemas, no sólo es primordial, sino que la deconstrucción lingüística va más allá del simple significante, ya que el nombre establece la substancia (se sustrae el contenido y se hurga en el significado). Nombrar, formulan los hebreos, es sustituir el vacío, llenarlo, aunque atrás de la palabra, arguye perversamente Cioram, el abismo acecha. Paronomasia, sí, en muchas expresiones versiculares de Perednik, y de cuando en cuando sonidos aliterantes; pero siempre en virtud de la busca significativa en tanto coyuntura lingüística con una intención no sólo fonética:

formas hormas ramos de moras

palabras que él me ordena escribir

la receta pide mezclar, revolver con la cuchara

demorar con giros el tiempo que no llega a tiempo

la leche de la vejez, agria

pero más dulce que la leche de la bondad

mezclada en jirones con azúcar ¿cuánto tiempo?

disimula, di si muy tarde aceptas la trampa

el tiempo que mora en el destiempo...

(p. 29)

Cierto: la oralidad frente a la indagación del emisor/receptor, tal ve porque arqueológica y míticamente el lenguaje, la palabra misma extravió su primera substancia, su transparencia, según la dispersión que ocurrió en la Torre de Babel. Hay que buscar ese secreto que la palabra contiene en sí misma, no en la superficie. Los nombres designaban aquello que designaban. Hay un fragmento silencioso, un saber que tiene esas propiedades inmóviles que subyacen en ese espacio que la similitud, la analogía, dejó en la nada, en el vacío. La semejanza de las cosas se ha extraviado. Y más de una lengua a otra, revela Foucault[7]. Y esto se advierte en el libro de Jorge Santiago.

En “El suicida” (pp.43-44), por citar otro ejemplo, el signo gráfico, la tilde, juega un papel relevante: atiende a la sílaba acentuada; el aspecto prosódico contraponiéndose a la representación del signo para determinar el significado; el juego de las posibilidades, el sentido de la ambigüedad va de la mano de esta propuesta que libera el tiempo verbal y que, consecuentemente, acciona y reacciona. La grafía recupera su valor deliberado: presente o pretérito entremezclándose. Y lo que parece errata tipográfica, descuido editorial, describe la contingencia de representar planos simultáneos de significados. “Exvoto a la tormenta” (pp. 47-49), busca, otra vez, la deconstrucción; semas y fonemas, recorrido gráfico que va del español al inglés: tormenta se trastoca en mentas para el dios Tor y los hombres (men, en inglés), mientras la partícula tas se vincula a tormenta y ornamenta. La composición “Un nuevo poeta crea una nueva poética” (pp. 56-57), por su particular planteamiento recuerda el inicio del Canto III de Altazor al manejar pareados; pero el tono es juguetón, chispeante, muy bien aprovechado a la manera del impar Jaime Sabines (“La cojita está embarazada”, por ejemplo, o “El diablo y yo nos parecemos”).

Eduardo Lizalde, en México, se ha ocupado del Tractatus de Wittgenstein. Jorge Santiago, en el poema con que cierra su libro, aborda estos postulados: demostración y contrapropuesta en la poética de Perednik. ¿Callar ante lo que no se puede articular? La respuesta, válida en Wittgenstein, “de lo que no se puede hablar/ mejor es callar”, se invalida con Jorge Santiago:

El poema si calla

jamás hace silencio

calla de manera estruendosa

calla por la vía elocuente

el silencio no existe en poesía

el que lee un poema y vive un silencio

es un sordo a la vista

(p. 59)

La querella de los gustos husmea y hurga en la sonoridad, en los vectores direccionales de las palabras. No busca plantear las categorías estéticas –lo bello, lo sublime, etc.- del poema tradicional, sino que va más allá de la disociación del signo y de sus semejanzas. Paronomasias y combinaciones rítmicas aliterantes, designación articulada, sin eludir el campo de la representación. Un marcado ejemplo de discurso lingüístico, donde la cadencia silábica, el enunciado sonoro, también es requerido para su realización, incluso teleológica, sin descuidar el marco humano, real, de la poesía.

Óscar Wong (Tonalá, Chiapas, Méx., 1948) es poeta, narrador y ensayista. Ha obtenido diversos galardones nacionales en los tres géneros que trabaja. Sus libros más recientes: Poética de lo sagrado. El lenguaje de Adán (Edic. Coyoacán, Méx., 2006) y Jaime Sabines. Entre lo tierno y lo trágico (Edit. Praxis, Méx., 2007). Pertenece al PEN Club-México y radica en el D. F.

merddin48@yahoo.com.mx http.//www.geocities.com/poetaoscarwong/


[1] Considero que debo agregar a Coral Bracho, por la forma de desplazar, tipográficamente hablando, sus recursos versiculares, su cualidad de introducir conceptos incluso de la ciencia, sin olvidar su peculiar sintaxis: guiones y paréntesis aclaratorios; pausas y cesuras para marcar plástica y fonéticamente los silencios, etc. Cfr. El ser que va a morir (1981) y, sobre todo, Ese espacio, ese jardín (2003).

[2] Para fortuna de mis hijos y de mis nietos, étnicamente, y formalmente hablando, soy chino, por lo que desde aquí me permito enviarle un abrazo y mi felicitación cordial a Mario Bohórquez por el Premio Aguascalientes 2007.

[3] Tinta Nueva Edic., Méx., 2007, 62 pp.

[4] Cfr. George Steiner, Después de Babel. Aspectos del lenguaje y la traducción, FCE, Méx, 2001, 3ª. Edic., p. 13

[5] Tinta Nueva Edic., Méx., 2005, 62 pp.

[6] Cfr. Las palabras y las cosas, Siglo XXI Edit., Méx., 1969, 2ª. edic., p.43

[7] Cfr Michel Foucault op. cit., Siglo XXI Edit., Méx., 1969, 2ª. edic., p44

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